Antígona: El deber moral de decir no - Alfa y Omega

Decía Hegel de la Antígona de Sófocles que «es una de las más sublimes obras de todos los tiempos, primorosa bajo todos los aspectos. En esta tragedia todo es consecuente: están en pugna la ley pública del Estado y el amor interno de la familia y el deber para con el hermano».

En este montaje del Teatro Español se nos ofrece, de la mano de Rubén Ochandiano y Carlos Dorrego, la revisión que de esta heroína escribió Jean Anouilh en 1944, en un texto bellísimo, en el que los arquetipos griegos se transforman en seres frágiles, desamparados y llenos de humanidad.

Así, Antígona (la hija de Edipo que lucha por darle un entierro digno a su hermano Polinices) se presenta a ojos de los que con ella conviven como una joven rebelde «loca, rara, mala», que dice «lo primero que se le pasa por la cabeza», y que no está dispuesta a «comprender» (como su hermana Ismena) el mundo de los adultos. (Acaso porque comprender es transigir con un orden de cosas que ella, con su pureza primigenia, no comparte).

Y su gran antagonista, el tirano Creón, que ordena que el cuerpo de Polinices se pudra sin sepultura como castigo por su traición a la comunidad política, está lejos de ser (como en la tragedia de Sófocles) un personaje de una pieza, obsesionado por el mantenimiento de la ley civil a toda costa. Por el contrario, se nos desvela como un ser frágil, temeroso, que intenta evitar en principio un enfrentamiento con Antígona, (prometida con su hijo Hemón) viéndose abocado a exigir el cumplimiento de la ley como requisito para el mantenimiento de la paz social, del principio de autoridad y, de paso, de su trocito en el pastel de una felicidad impostada.

Foto: Sergio Parra

Y Anouhil desarrolla esta tensión entre ambas concepciones del mundo a través de un texto que rezuma lirismo, violencia, pasión y crítica mordaz a una sociedad enferma (no en vano el texto fue escrito durante la ocupación alemana de Francia). Y para expresar ese cúmulo de sensaciones que el texto provoca, Ochandiano y Dorrego han realizado una propuesta valiente, que saca además pleno partido de las posibilidades que ofrece la sala de las Naves del Español del Matadero. El montaje parte de la estética del circo (un mundo poblado por seres extravagantes) con toques de music hall decadente, para ofrecernos un espectáculo total, en el que se fusionan la música en directo del pianista Ramón Grau, el texto de Anouhil y la interpretación de los actores, verdaderos pilares de la obra en un montaje que, por otra parte, cuenta con una encomiable economía de medios (haciendo de necesidad virtud, como confiesan los directores de la obra).

Es obvio que una propuesta de este tipo, en la que la nodriza (a la que da vida de manera sobresaliente Berta Ojea) es una mujer barbuda, y el representante de la obediencia ciega a la autoridad, el guardia (encarnado con solvencia por Nico Romero) es un payaso de risa torcida, puede desconcertar a un determinado tipo de público (y de crítica). Pero a mí me ha gustado. Y mucho. La representación consigue crear desde el inicio una atmósfera que va envolviendo el espectador desde los primeros compases del tango habanera Youkali, de Kurt Weill y la va manteniendo hasta el final (en el que tan sólo sobra, por demasiado explícito, el letrero de España. En una representación que por lo demás no incurre en ese tipo de defectos, hubiera bastado la sugerencia musical con la que se cierra la obra).

La consolidada actriz cinematográfica Najwa Nimri debuta en las tablas y lo hace con ambición, dando vida a un personaje de la complejidad de esta Antígona, aportando su originalísima personalidad interpretativa, que se ajusta como un guante a su personaje. Yo a la Antígona de Nimri me la creo. Le auguramos un buen futuro sobre los escenarios, en los que irá desplegando mayor cantidad de registros y recursos actorales. Y original es también la interpretación del director de la obra, Rubén Ochandiano, en su papel de Creón, apartándose del estereotipo del anciano tirano. Repite con este director Toni Acosta (ya participó con él en la obra La gaviota de Chéjov, y en el cortometraje El paraíso) en el papel de la «sensata» Ismena, y lo hace con dominio de las tablas. Sergio Mur, por su parte, aporta credibilidad al personaje de Hemón.

Mención aparte requiere el actor francés David Kammenos, que da vida al personaje que encarna al coro, auténtica conciencia de la obra y del autor, y lo hace en la lengua materna de Anouilh, con subtítulos en español, dándonos la oportunidad de gozar de las palabras originales del escritor galo, haciéndose éstas más íntimas, más verdaderas, y añadiendo un elemento evocador más en este espectáculo total con resonancias de music hall. David Kammenos realiza una interpretación sencillamente soberbia, dando una verdadera lección de saber estar en el escenario, aportando humanidad a un personaje en principio abstracto, y derrochando emotividad contenida y tablas. No se lo pierdan.

Y con todos estos elementos la representación va introduciéndonos en el tema central de la obra: La agonía (en el sentido etimológico del término) de quien dice no a aquello que en conciencia le parece injusto, aquello que Creón ha tenido que aceptar como precio de su corona. Y se da la paradoja de que ese ser endeble y desamparado que es Antígona se muestra seguro y digno ante Creón, quien siendo el poderoso es a la vez el que teme y duda arrastrado por el peso del mando. Porque es ese mando el que le ha obligado a renunciar a convicciones y leyes morales para acomodarse a un orden de cosas que, por mucho que le disguste, ha de preservar («Es incómodo, es injusto, pero es preciso»).

Foto: Sergio Parra

Y Antígona, por el contrario, guiada por esa decisión firme de ser fiel a sí misma y a lo que ha de hacerse, con todas sus consecuencias, puede afirmar serenamente: «Yo no estoy aquí para comprender, yo estoy aquí para decirle a usted que no… y para morir si es necesario». De esta forma la dicotomía entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad a la que se refiriera Max Weber es llevada a su máxima expresión, aunque aquí la responsabilidad es malentendida como instrumento para la preservación de un orden injusto.

Frente a un mundo que considera su bienestar como meta, Antígona está convencida de que su misión es cumplir con su deber: «Es preciso hacer lo que se pueda». Y ello aun a costa de la propia conveniencia disfrazada de felicidad vergonzante y cómplice: «Uno tiene que hacer lo que debe y la felicidad ya veremos». (El filósofo español Julián Marías solía recordar la frase que había adoptado como lema vital: «Que por mí no quede»).

Y es que en la escena del interrogatorio se opone la serenidad sincera de quien está dispuesta a dar su vida por la justicia y la verdad, y el cinismo medroso y dubitativo de quien considera que «solamente es verdad lo que se silencia», pues el mundo es una impostura cuyas reglas hemos de aceptar. (¡Son tantos los ecos que remiten a aquel otro interrogatorio que tuvo lugar hace dos mil años en casa de un procurador romano en Judea!).

El trágico final se hace inexorable, como consecuencia del choque entre la convicción y el poder, la razón ética y la razón de Estado, y llega la muerte y la sinrazón y el dolor, que se revuelven contra el propio Creón. Y luego nada, el silencio, el olvido… Y esa serenidad que nos deja la tragedia tras la catarsis. Porque, como señala el personaje del coro, a diferencia del drama «c’est reposant, la tragédie, parce qu’on sait qu’il n’y a plus d’espoir» («la tragedia es tranquilizadora, porque sabemos que ya no hay esperanza»).

Antígona

★★★★☆

Dirección:
Plaza de Legazpi, 8
Metro:

Legazpi

Hasta el 17 de marzo