Emoción del corazón ante un icono sonoro - Alfa y Omega

Emoción del corazón ante un icono sonoro

Gerardo del Pozo Abejón

El curso organizado por la Facultad de Teología San Dámaso en colaboración con la Universidad Complutense ha querido ser una pequeña tienda de encuentro para dialogar desde la fe en Cristo con algunas expresiones de la búsqueda de lo humano en el siglo XXI. No podía faltar alguna muestra de la belleza que ha producido la fe cristiana en la historia. Momento álgido del curso fue la audición de la cantata 140 de J. S. Bach, presentada como un icono sonoro por el director y compositor Ignacio Yepes.

Fue la confirmación de la ponencia de Myriam Fernández Calzada: La belleza que salva en el pensamiento religioso-filosófico ruso. Ella acababa de explicarnos que, según Fedor Dostoievsky y Vladimir Soloviov, sólo la belleza salvará al mundo, sólo el rostro de Cristo es absolutamente bello, y la belleza que salva tiene la fuente y el culmen en su divina humanidad. Ahora se nos hacía patente –no por razonamientos, sino por la emoción del corazón, por la sorprendente correspondencia con un deseo íntimo– el hecho y la realidad de nuestra llamada a la comunión con Dios en Cristo. Fue un momento de revelación por la emoción de belleza. Una experiencia de cielo en la tierra.

La llamada se anuncia con fuerza ya en las primeros compases y palabras del texto por las que es conocida la cantata: «Wachet auf, ruft uns die Stimme» –«Despertad, nos llama la voz»–. Tiene como base una coral luterana de Philipp Nicolai, que se inspira a su vez en la parábola evangélica de las diez vírgenes (Mat 25, 1-13), lectura prevista en el leccionario protestante de la época para el vigesimoséptimo domingo después de la Trinidad, el último del año litúrgico. Forma parte de 16 cantatas compuestas para este final del año litúrgico en las que domina la idea de venida definitiva de Cristo y encuentro con Él como Juez y Señor. Los textos de la 140 remiten a ese encuentro con el símil del matrimonio entre Jesús y el alma humana, de tal forma que Cristo aparece como el novio; y el alma del creyente, como la novia.

Una iniciación en la alegría del Evangelio

Don Ignacio nos invitó a escuchar de soslayo los ecos y resonancias de la audición en el corazón. Que cada uno se guiara por lo que le hacía sentir: el amor humano o el amor divino-humano. Tampoco Bach intenta adoctrinarnos ni convencernos de sus ideas, sino iniciarnos en la alegría del Evangelio de Jesucristo, como se desprende del texto que le sirve de base. Nos dio pistas para asomarnos a la estructura interna de la composición musical y adivinar cómo Bach adopta los recursos pertinentes para expresar en cada caso el contenido vivo del texto y, a la postre, la belleza de la comunión de la esposa y el Esposo en el canto final: «Ojo ninguno ha visto, ni oído alguno percibió una alegría tal. Seremos felices, ¡oh, oh!, eternamente en dulce júbilo».

Me resultó sugerente su explicación de cómo Bach, por una parte, mantiene en suspenso el modo impredecible del encuentro y la armonía profunda, y, por otra, se guía por el presentimiento de que el drama entero tiene su fundamento, esclarecimiento y resolución en la comunión profunda, la boda y el beso, entre el Esposo y la esposa, lo divino y lo humano, el cielo y la tierra. Nos ayudó a experimentar la audición como un acontecimiento de revelación e invitación a participar en esa comunión y esa boda.

La cantata está dividida en siete partes. A la audición de cada parte don Ignacio hacía preceder una introducción, que nos ayudaba a ver luego la profunda unidad de forma y fondo. Pero la metodología hacía difícil captar la unitotalidad y el ritmo interior que Bach ha impreso a la secuencia de las partes. Todos salimos deseosos de volver a escuchar la cantata entera, pero con los oídos ilustrados y afinados por don Ignacio.

Esto tuvo lugar en el contexto laico de la Universidad Complutense. Algunos alumnos de otros cursos que se sumaron al acto salieron entusiasmados. La audición fue como un toque del Espíritu en los corazones de los que allí estábamos. Ayudaba a superar lo que santo Tomás llama acedia, la desgana por las cosas de Dios que lleva a la desesperación; a sentir el aliento de lo eterno y afrontar así la vida con Dios y con esperanza.