Venid vosotros solos - Alfa y Omega

Venid vosotros solos

XVI Domingo del tiempo ordinario

Juan Antonio Martínez Camino
Jesús se marcha a un lugar apartado, de James Tissot

El mundo va cada vez más deprisa. Es impresionante pensar que ahora podemos viajar a la India en unas pocas horas y sin despeinarnos. Hace cuatro siglos, para el mismo viaje, san Francisco Javier estuvo casi un año a merced de las olas y de los vientos, pasando necesidades en un barco de madera, la mitad de cuyos pasajeros murieron por el camino sin haber podido llegar nunca a su destino.

La Tierra se ha convertido en una gran ciudad, cuyas calles están llenas de gentes que van y vienen. Las rutas aéreas y marítimas mueven a miles de millones de viajeros en todos los sentidos.

Lo mismo pasa dentro de cada país, en nuestros pueblos y ciudades, y en nuestras casas. La movilidad y la comunicación son cada vez más intensas y rápidas. La gente se mueve muchísimo. Quien no viaja siente como si le faltara algo vital. Además, las personas están muchas veces como ausentes, colgadas siempre de los mensajes que les llegan por sus teléfonos móviles o por otros instrumentos de última generación. A quien no recibe tuits o no los manda, le parece que está fuera de la corriente de la vida.

En medio de esta apresurada marabunta, ¡qué bien suena la invitación de Jesús!: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco». Podemos pensar que estas palabras son el comienzo de esa tradición cristiana, tan fecunda, del retiro espiritual. El Señor nos invita a retirarnos del trajín de la vida para estar un poco solos con Él.

El modelo del retiro espiritual nos lo ofrece el mismo Jesús. Los evangelios nos hablan con frecuencia de su costumbre de interrumpir su actividad apostólica para retirarse a estar a solas con el Padre en tardes y noches de oración. Además, el largo tiempo que precede a su vida pública, bien puede ser considerado como un prolongado retiro de treinta años, dedicados al trabajo oculto y a las cosas del Padre. El tiempo del anuncio público del Reino de Dios lo comenzó con cuarenta días de oración y ayuno en el desierto.

La vida de Jesús es, por sí misma, una denuncia del activismo y de las prisas. Es cierto que la misión apremia, que no podemos estar mano sobre mano, cuando la mies es tan inmensa y los trabajadores tan pocos. Pero también es cierto que el trabajo apostólico y, en general, el trabajo humano, no podrá ser verdaderamente fecundo si se rige sólo o principalmente por la prisa de hacer, por la fiebre del movimiento y de la comunicación.

La razón es bien sencilla. Tan importante es ser como actuar; tan fundamental es recibir como dar; tan bueno es padecer como hacer; tan hermoso es contemplar como proyectar. El pecado nos engaña y nos lleva al error de pensar que lo único que realmente importa es actuar, dar, hacer y proyectar. Pero sin ser, recibir, padecer y contemplar perdemos el alma, nos convertimos en seres carentes de corazón, incapaces de hacer las cosas bien.

Respondamos a la invitación de Jesús a estarnos solos con Él. No tengamos miedo. No perderemos el tiempo ni se debilitará nuestra personalidad. Por el contrario, sólo así podremos ser cristianos y humanos. Entonces, la misión será fecunda. Como la de Javier.

Evangelio / Marcos 6, 30-34

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:

«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.

Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces, de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.