A bote pronto - Alfa y Omega

Escribo estas líneas recién finalizado el viaje papal a Hispanoamérica; mis palabras son a bote pronto, más una exteriorización de un sentimiento profundo, que una reflexión larga y serena. El sentimiento es que Francisco es un profeta. José Luis Sicre, experto en la materia, dijo que, después de los grandes profetas bíblicos, había habido muy pocos auténticos. Yo estoy convencido de que Francisco es uno de ellos y, tomando las palabras que dijo Ellacuría sobre monseñor Romero, con Francisco, Dios ha pasado por Hispanoamérica.

El profeta es una persona cuya vida se ha convertido en propiedad divina, que vive desterrado de sí mismo para anunciar la voluntad de Dios y denunciar todo aquello que se opone a ella. Y esto es lo que ha hecho y ha expresado con palabras y signos Francisco.

Y al hacerlo, nos ha regalado la respuesta a dos preguntas: quién es el Dios de Jesucristo y quiénes somos nosotros. La respuesta a cualquiera de ellas implica también responder a la otra; y es un drama y un pecado el divorcio existencial que hemos establecido los creyentes entre ambas. Pero el Papa ha manifestado otra de las características del profeta, la coherencia entre palabra y vida. Su fe en un Dios Padre, Abba, la expresa a través del convencimiento de que somos hermanos llamados a construir un mundo fraterno, verdadera expresión del Reino.

Con valentía profética ha denunciado la esclavitud de las ideologías, la tiranía del sistema capitalista, todo lo que oprime, empobrece, excluye…, todo aquello impropio de la voluntad de un Padre que quiere que sus hijos construyan un mundo de hermanos sin descartados ni explotados. Su denuncia de la corrupción, de la maldad institucional y estructural, nos habla del ser social del hombre y de la necesidad de que ahí también se haga presente el Evangelio de la liberación, de los pobres.

Su cercanía a los pobres, enfermos, encarcelados, excluidos, no es estrategia ni marketing. Es la manifestación viva de su fe. Su opción por los pobres no es ideología, sino teología, pues por medio de ella nos habla de Dios, de su bondad, de su estar presente en la Historia, de su ser liberador integral de toda esclavitud.

Su invitación a ser verdaderos pastores, creyentes comprometidos, laicos corresponsables, protagonistas todos de la Historia como pueblo de Dios que peregrina en la Tierra es eclesiología, pues es luz que nos recuerda la verdadera naturaleza de la Iglesia y del ser creyente.

El Papa quiere que vivamos el Evangelio de Jesús, del que brotan profundas exigencias éticas de solidaridad, justicia y hospitalidad, radicales compromisos en favor de los pobres y las víctimas de la injusticia, que nos llama a acoger íntegramente la voluntad de Dios y los dones del Espíritu, que nos lleva a anunciar ante los faraones actuales que Dios ha tomado partido por aquellos que ellos crucifican.

«Con este pueblo no cuesta ser buen pastor», dijo monseñor Romero. Yo digo de Francisco: «Con este buen pastor no cuesta ser parte de su pueblo».