Francisco en América: fe versus ideología - Alfa y Omega

«Vine a dar gracias con ustedes, porque la fe se ha hecho esperanza y es una esperanza que estimula al amor… yo los quiero estimular a que sigan siendo misioneros de esta fe, a seguir contagiando esta fe por estas calles, por estos pasillos… ¡Solidaridad de hermanos para defender la fe!… Y, además, que esa fe solidaria sea mensaje para toda la ciudad». Me atrevo a proponer este pasaje del encuentro de Francisco con los pobladores del Bañado Norte, uno de los más pobres de Asunción, como la quintaesencia de un viaje vertiginoso en todos los aspectos.

Creo que el corazón del testimonio y del mensaje del Papa es precisamente este: la Iglesia vive para suscitar, alimentar y sostener una fe que genera pueblo y cambia la realidad. Una fe que es relación viva con Jesús resucitado y que Francisco ha remarcado que es una realidad muy distinta de las ideologías: «las ideologías encandilan, la fe no encandila, la fe es una luz que no obnubila, sino que alumbra y guía con respeto la conciencia y la historia de cada persona y de cada convivencia humana».

Y al hablar del servicio a los pobres, insistía en que «no sirve una mirada ideológica, que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales, las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso, fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron las ideologías? En dictaduras, siempre, siempre».

En sus encuentros con las autoridades, los representantes de la sociedad civil y los movimientos populares, ha repetido con tonos de urgencia la palabra «cambio», pero dejando muy claro que nadie debe esperar del Papa una receta, que por otra parte no existe como tal. «La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón». Es una frase que describe con precisión lo que Francisco quiere comunicar. Y así se explican sus críticas a las indebidas tutelas internacionales en las que el más fuerte subordina al más débil, o a las nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia. Ahí se inscribe la importante denuncia de los monopolios de los medios de comunicación social «que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural», como forma de nuevo colonialismo ideológico.

El cambio del que ha venido hablando Francisco a ricos y pobres, poderosos y marginados, no llegará un día porque se imponga determinada opción política o se instaure una estructura social. «Sabemos dolorosamente que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir». Por eso Francisco piensa siempre en un largo proceso de siembra, cuyos frutos sólo verán, quizás, otros que no han sembrado. Son procesos que él ha conocido de primera manos en diversas latitudes del continente, y que no nacen en despachos ni laboratorios sino «cuando miramos el rostro de los que sufren… y se nos estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos… Eso es muy distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante. Eso nos conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos… la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades… rostros y nombres que llenan el corazón».

La palabra pueblo, tan repetida estos días, tiene para Francisco una densidad y una concreción que se nos puede escapar a quienes vivimos en la Europa cansada, escéptica e individualista. En la homilía de inauguración del V Congreso Eucarístico, en Santa Cruz de la Sierra, recordaba que «no somos personas aisladas, separadas, sino somos el Pueblo de la memoria actualizada y siempre entregada. Una vida memoriosa necesita de los demás, del intercambio, del encuentro, de una solidaridad real que sea capaz de entrar en la lógica del tomar, bendecir y entregar; en la lógica del amor».

Pero es verdad que este tejido de solidaridad que da forma y rostro al pueblo, sería imposible sin una fuerza que viene de lo alto: la Eucaristía es «sacramento de comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento y nos da la certeza de lo que tenemos, de lo que somos, si es tomado, si es bendecido y si es entregado, con el poder de Dios, con el poder de su amor, se convierte en pan de vida para los demás».

Pueblo, memoria, cambio: una fe «que es revolucionaria», no porque se reduzca y se pliegue a los esquemas de las ideologías (como pensaron muchos, incluso con buena intención, en aquellas tierras) sino porque cambia la vida de quienes la acogen. Si esta visita entró por Ecuador con la evangelización como única revolución a la altura de las necesidades de los hombres y de los pueblos, concluyó en Paraguay con una nueva clarificación y llamada a la misión, que no se basa en «miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos». El Evangelio se comunica «hospedando» a quienes encontramos por el camino y ofreciéndoles nuestro testimonio. Por eso una vez más Francisco ha dicho que la Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad: con el hambriento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso…, con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido. Hospitalidad con el pecador, porque como dijo Francisco en su inolvidable visita a la cárcel boliviana de Palmasola, cada uno de nosotros (incluido el Papa) lo es.

José Luis Restán / Páginas Digital