«El mundo no está acabado: hacen falta personas con corazón» - Alfa y Omega

«El mundo no está acabado: hacen falta personas con corazón»

«El mundo no está acabado: una y otra vez aparecen nuevas situaciones de necesidad, de pobreza. Hacen falta personas que se percaten de la necesidad, que pongan corazón en lo que hacen, que busquen remedio en lo que esté a su alcance»: lo afirmó el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, clausuró el curso de verano Caminos y peregrinación. Beato de Liébana y las peregrinaciones en Europa (Homenaje a José Luis Casado), organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en su campus de Santander. Durante la jornada, monseñor Osoro recorrió a pie una parte del Camino Lebaniego

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En ella, comenzó confesando que «este lugar tiene para mí una significación especial: por un lado, porque es mi tierra. También porque durante veinte años, como vicario general de la diócesis Santander, todos los meses tenía una reunión aquí, con los sacerdotes». Además, aseguró que «me ha agradado que este curso haya sido un homenaje a D. José Luis Casado Soto, a quien conocí y con quien tuve bastante relación».

En su intervención, habló «del sentido y de la realidad de la peregrinación en el siglo XXI. ¿Tiene sentido hoy la peregrinación? Y lo voy a hacer a través de cuatro puntos. Primero, con una afirmación: el ser humano es peregrino. En segundo lugar, la peregrinación siempre hace experimentar, a quien la realiza, el amor y la misericordia, que son fuente de inspiración, de motivación y de creatividad para hacer un mundo mejor. En tercer lugar, la peregrinación nos hace descubrir el valor que tiene la interioridad desde la vivencia de la misma, haciendo el camino. Y, en cuarto lugar, cómo la Iglesia peregrina como Cristo nos pide, descubriendo a qué debemos fidelidad y qué fidelidad hemos de vivir, casi sin darnos cuenta».

«En un libro que publiqué al mes de llegar como arzobispo de Madrid, Pasión por evangelizar, hay un artículo en el que hablo de la enfermedad más grave del hombre hoy. Es una enfermedad que me gusta mucho leerla en lo que el Papa Francisco —ya lo había dicho Benedicto XVI— repite en la última encíclica, Laudato si: él nos dice que no habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano, pero no se puede prescindir de la humanidad… Es decir, no hay ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad. En mi libro hablo de la enfermedad más grave del hombre hoy, y de lo que yo llamo la enfermedad de las tres des. Una «d» es el desdibujamiento, pasar por la vida sin saber quién soy, no tener una fotografía en la que me mire, sepa y vea lo que es el ser humano, o no tener un espejo para mirarme… Eso es grave. Otra de las «d» es la desesperanza: hoy, en la historia y en la vida de todos los hombres, hay desaliento y desilusión por parte de los que más tienen, porque hay en su vida un vacío interior terrible, y también por parte de los que no tienen, porque están descartados de este mundo. No estamos creando lo que decía el papa Pablo VI, y que repetía también San Juan Pablo II, o lo que hoy nos dice el Papa Francisco: la cultura del encuentro. Y la tercera «d» a la que hago alusión es la desorientación, es decir, en la vida uno puede estar como vagabundo o como peregrino, y hoy resulta que hay mucho vagabundo, esa persona a la que le da igual estar en un sitio que en otro».

Recordó que «siendo obispo de Orense, y después, en todos los sitios donde he estado, siempre aparece alguien de Santander. Aparece esa gente a la que le da igual estar en un sitio que en otro: lo que buscan es ver si alguien les da algo para comer. Pero les da todo igual, porque no tienen orientación en la vida… Por tanto, esta es una enfermedad».

¿Qué es un peregrino?

A continuación, pasó a explicar el primer punto de su intervención, afirmando que «el ser humano es peregrino. Es importante descubrir que ser peregrino no equivale a ser vagabundo, a no tener vivienda fija, a no tener domicilio… El vagabundo es un hombre desorientado, mientras que el peregrino tiene una idea muy clara del domicilio, o la busca por lo menos. Tiene idea de su casa, o la va buscando, quiere construirla… No es alguien que vive de experimentos. Ser peregrino tampoco es ser un fugitivo. Recordad a Caín cuando, como nos cuenta el Libro del Génesis, después de matar a su hermano dice: andaré errante y perdido por el mundo. El ser humano ni es vagabundo ni es fugitivo. Ser peregrino no significa, tampoco, ser un forastero; es decir, ser una persona sin referencias, que no conoce cómo comportarse en una sociedad. Ser peregrino es un hombre que sabe adónde va, que se pone a caminar y sabe más o menos lo que puede haber ahí. Quizá en el camino experimenta otras cosas y, por ello, un peregrino que sabe adónde va tiene total confianza, y acepta los riesgos del viaje».

Así, explicó que «en la peregrinación jacobea se veían los riesgos que había… Al haber sido arzobispo de Oviedo, en algún momento conocí lo que significaba el Camino del Norte, y también los riesgos que la gente asumía al pasar entre las montañas siguiendo este Camino. El peregrino ve a distancia, cree en la promesa y anda hacia el lugar al que se encamina. Por eso, es especialmente importante descubrir que en esa dinámica, además de que existe el peregrino, en el fondo el que inicia el camino asume aquel gesto que Jacob padre le dijo a José: vete a saber cómo están tus hermanos. En el camino, un peregrino se encuentra con mucha gente. Recordad que José encontró en el camino a un hombre y le preguntó: busco a mis hermanos, dime dónde están. Y continuó buscando a sus hermanos. Y cuando los encontró, ya sabéis lo que hicieron… Por eso, el peregrino, al llegar a la meta, asume riesgos. A José le echaron al pozo hasta que vinieron unos mercaderes y le pudieron vender y hacer otras muchas cosas con él».

Para monseñor Osoro, «el camino nos ayuda a no vivir en la vida eliminando al hermano. Nos ayuda a vivir en la vida desde otra actitud, descubriendo que para el ser humano la eliminación del otro no es posible, el descarte del otro no tiene sentido… Lo que sí tiene sentido es el encuentro. En el camino, ¿cuántos amigos se hacen? ¿cuántas personas se conocen? ¿cuántas realidades se viven? ¿cuántas situaciones adquieren un sello y un color nuevo y distinto? Precisamente, porque en el camino se descubre lo que es la sabiduría de un peregrino, que yo la resumo en estas cosas».

«Me parece que el retrato de un sabio es importante verlo en la sabiduría bíblica. ¿Qué se entiende por sabiduría bíblica? Se habla mucho de esto en el Libro de la Sabiduría, en el Libro de los Proverbios: se trata de vivir un humanismo espiritualizado, que no quiere decir desentendido de los problemas de este mundo; humanismo, porque el sabio es aquel que sabe educar bien a los hijos, organizar bien su familia, rehuir de las malas compañías, gozar de pequeñas realidades cotidianas, mantener relaciones buenas y nuevas, sin pleitos con nadie… Por tanto, el sabio en la Biblia es muy humano; es un humanista consciente de sus raíces, conocedor de todo lo que viene de Dios, y además sabedor de que Dios nunca juzga».

«Dios —advirtió— ama a todos por igual. Esto, en el camino, es fundamental. Dios no juzga. Por tanto, el sabio tiene también una sabiduría que podríamos llamar sociológica: sabe encontrarse con todos los hombres y en todas las condiciones. ¿No recordáis a José? Me gusta esta figura de José, porque cuando se encuentra con el faraón y sabe que necesita colaborares, él se pone a su disposición. Ente otras cosas, para hacerle ver el sueño que ha tenido». «Por otra parte, el peregrino, el sabio, tiene una sabiduría administrativa: sabe que el camino es largo y va administrando, no lo hace todo seguido. Va descubriendo. Debe administrarse bien para poder llegar a la meta que se propone» Y, además, «el sabio tiene una sabiduría que podríamos llamar política (en el buen sentido de esta palabra). Por eso, pienso que en el camino uno descubre en esa sabiduría que la capacidad de ayudar a los demás y comprenderse a sí mismos es una forma de sabiduría que podemos alcanzar gracias a ese camino y a ese silencio que, a veces, tenemos o vivimos en él. El sabio sabe que es debe ayudar a tener en cuenta, en ese camino, las luces que le vienen de alguien que le trasciende; que no puede vivir de la avidez del poder, que es como un veneno, sino que tiene que ponerse al servicio de los que encuentre por el camino y ayudarles, y saber esperar, porque no todos tienen el mismo ritmo. La peregrinación de aprendizaje, de saber estar y de descubrir la verdadera sabiduría que uno tiene que tener en la vida es todo un camino», aseguró. «Pero yo no solamente os quería hablar del ser humano como peregrino, que no es vagabundo, ni fugitivo, ni forastero, que no hace complot, que no elimina a nadie, no descarta a nadie, está en la dinámica del encuentro, tiene sabiduría, es sabio porque es humano, y se hace más humano en la medida en que va por el camino», insistió.

Experimentar el amor y la misericordia

Abordando el segundo punto de su intervención, el prelado señaló que «la peregrinación nos hace experimentar el amor y la misericordia. El camino hace experimentar esto. Y el amor y la misericordia son fuente de inspiración, de motivación y de creatividad para hacer un mundo mejor. Yo diría que si hoy no hubiera caminos, habría que inventarlos. Porque el camino nos hace experimentar de verdad lo que somos. Es evidente que el amor no puede ser entendido como un mero sentimentalismo, como puro sentimiento, ya que está profundamente anclado en la esencia dada por Dios al ser humano. Tiene, por tanto, una dimensión deontológica. Según la convicción cristiana, la vida no es producto del miedo al azar, es un don; hemos sido creados por amor y para el amor decía San Juan Pablo II. Puesto que la vida tiene carácter de don, vivimos del don del libre e inmerecido afecto que nos profesan otras personas, pero también con el afecto que nos profesa Dios cuando en lo más profundo de nuestra vida, a la intemperie, pensamos en los demás y en nosotros mismos».

«Por eso, el amor y de la misericordia debían de ser dimensiones que entrasen esencialmente en las relaciones con los demás, siempre. Me parece que los pasos importantes de nuestra vida los descubrimos, precisamente, con el amor y con la misericordia. Son fuente de creatividad que nos hacen dar pasos para eliminar la violencia, para establecer el orden justo. Son pasos esenciales en nuestra vida», insistió.

«Benedicto XVI, en la encíclica Deus Caritas Est, escribía: el amor siempre será necesario. Incluso en la sociedad más justa, no hay orden estatal por justo que sea que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad, se darán mil situaciones de necesidad material en las que sea indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. Y esto se puede manifestar en el camino y en el encuentro no solo con los que hacen el camino sino con las realidades diversas que estoy observando a través del itinerario que hago por el camino».

«El mundo no está acabado: una y otra vez aparecen nuevas situaciones de necesidad, de pobreza, de crisis, nuevos estados de necesidad. Hacen falta personas que se percaten de la necesidad, que se dejen conmover por ella, que pongan corazón en lo que hacen, que se tomen a pecho lo que perciben y, en cada caso concreto, que busquen remedio en lo que esté a su alcance. Y el camino es un lugar para poder experimentar esto, en los encuentros concretos que tengamos con las personas», manifestó.

«Por último, podría decir que el amor y la misericordia tienen su lugar ante todo en las relaciones humanas de proximidad. Por eso las tiene en el camino. Pero también es una condición fundamental e indispensable para la convivencia dentro de un mundo, entre los pueblos. Si os habéis dado cuenta, después de los horrores de la II Guerra Mundial no solo fueron necesarias compensaciones materiales más importantes para lograr una profunda reconciliación entre los hombres —alemanes, franceses, polacos y sobre todo con los judíos—, sino que semejante reconciliación presume un cambio de mentalidad: presupone conversión y perdón. San Juan Pablo II dijo que un mundo del que se elimine el perdón, el amor y la misericordia será solamente un mundo de justicia fría e irrespetuosa, en el nombre de la cual cada uno reivindicará sus propios derechos respecto a los demás. Así, los egoísmos de distintos géneros, adormecidos en los hombres, podrían transformar la vida y la convivencia humana en sistemas de opresión de los más débiles hacia los más fuertes, con una arena de lucha permanente de los unos contra los otros. Por eso, el camino es necesario», remarcó.

Valor de la interioridad

En tercer lugar, monseñor Osoro presentó el valor de la interioridad señalando que «no todo el mundo tiene o desarrolla la experiencia religiosa desde un estudio profundo. No. Porque Dios entra también en el corazón del ser humano, tiene que entrar por el corazón. El camino es un lugar para plantearse las cosas de otra manera, ¿o es que no tienen relevancia hoy las obras de misericordia?».

En este sentido, apuntó que hay «obras de misericordia espirituales y corporales. Obra de misericordia es rezar por los muertos, por todos los muertos, no solo por los que piensan como yo, sino incluso por los que tienen un pensamiento contrario a mí o se oponen incluso a la manera de entender que tengo en la vida. Y debo hacerlo. La relevancia de las obras de misericordia se puede encontrar también haciendo el camino. Consolar a los desconsolados, acompañar a todos los hombres, también a los desorientados, orientar, convivir y acoger a los que están sin techo, lavar los pies a quien viene cansado… La misericordia está unida a la pregunta de Dios mismo», afirmó. «El camino es un lugar nos ayuda a hacernos la pregunta por Dios y a consolidar la vida en Dios: esto es esencial e imprescindible que nos lo planteemos».

Por otra parte, «la peregrinación nos hace descubrir el valor de la interioridad, y éste no es malo. La falsa interioridad resulta nefasta: qué sería de nosotros en una escuela donde se aprendiese la verdadera interiorización. El camino es una escuela de interiorización: frente al exteriorismo del ruido en la ciudad secular que se mueve entre un trabajo desbordante, frente a la ingeniería social que estimula nuestra reacciones según las leyes de mercado… Hay que saber acondicionar espacios de ruptura con lo cotidiano, tiempos para la escucha de los sonidos del silencio». «Dice San Agustín: no vayas fuera, vuélvete a ti mismo, en el hombre interior habita la verdad … de tu propia naturaleza. Trasciende a ti mismo. Es en el interior del ser humano donde Dios ilumina a quien profundiza en sí mismo, hasta hallar en dicho fondo a aquel que realmente es FONDO DE SÍ. Y en el camino lo podemos encontrar. La peregrinación en la soledad, en la compañía, en el silencio, en el paisaje, en el encuentro con el otro, me hace entrar dentro de mí mismo».

Evocó la antigua escuela franciscana, con el libro de san Buenaventura: El itinerario de la mente hacia Dios. «En este libro, del que yo hice una tesis de filosofía, san Buenaventura afirma que, tras el pecado original, se precisa una guía iluminativa que tiene varias etapas: por una parte, encontrar vestigios de Dios en el mundo, y en el camino se encuentran vestigios en la naturaleza, en ti mismo, en los demás. En el mundo de las sombras no alcanzaríamos la luz si no fuera porque el mismo Dios infunde su luz en nosotros, enseñándonos las verdades, y nos encontramos con Dios gracias a que Él entra en nuestra vida. Pero, por otra parte, también dice san Buenaventura que la luz auténtica está en Dios, en la ciudad de Dios, y que nosotros la podemos descubrir siempre en esta ciudad. Por eso, el peregrino descubre en el camino a alguien que le alcanza el corazón, lo más profundo de sí, y esto a veces viene por los demás, por aquellos con los que se encuentra en su recorrido. En el camino nos hace ser profecía: a veces el ser humano no quiere escuchar a Dios, y ahí radica su drama, ajeno a la escucha de su propia conciencia, aturdido por interferencias ambientales, se vuelve sordo su oído y su corazón».

«En el camino —prosiguió— el Señor nos hace profecía, nos hace revivir la realidad de otra forma. Y en el camino se vive lo que yo llamo disponibilidad y donación, que es esencial. En el camino encontramos formas de vivir esa disponibilidad y esa donación. Desgraciada aquella manera de vivir la vida que no se tradujera en donación, en disponibilidad, en apertura, en generosidad». «La vida es posible si se funda en la donación. Somos lugar de cita con cantidad de trascendencias que son como los hombres», aseguró.

Fidelidad a Cristo

«Y, por último, en cuarto lugar, como Jesucristo la Iglesia nos pide que descubramos a quién debemos fidelidad y qué fidelidad es la que tenemos que vivir. Esto es sencillo. La primera fidelidad la debemos a Cristo, a su recuerdo y esperanza, y la vivimos imitando su vida, que fue alguien que siendo Dios se hizo hombre y paseó por este mundo. Consciente o inconscientemente, el peregrino actúa como Cristo: pasea por el camino de los hombres». «La segunda fidelidad es la que la Iglesia debe a Cristo. En la medida en que Cristo no está distante de ella sino que está en el interior, constituye su misterio, en esa medida vive la fidelidad. Por eso, la Iglesia tiene que promover, por fidelidad a Cristo, este camino. Y en tercer lugar, la fidelidad ante todo al mundo, en medio del que existe, a cuya plenitud quiere aportar los dones. Qué bonito es esto», afirmó.

«La bula del Jubileo habla de algo precioso. Juan XXIII, en la apertura del Concilio, pronunció unas palabras importantes: en nuestro tiempo, la esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia… La Iglesia, al elevar por medio de este Concilio la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de bondad con los hijos separados de ella. Pero Pablo VI, cuando habla de la espiritualidad que surge del Concilio Vaticano II, nos dice que la antigua historia del samaritano ha sido y debe ser la pauta de la espiritualidad del Concilio Vaticano II. Creo que esto es importante para nosotros. Debemos fidelidad. ¿Qué fidelidad se puede vivir en el camino? El camino nos hace ser testigos de la trascendencia. Quitar la enfermedad de las tres «d», recuperar la esencia del ser humano».

«El camino nos hace ser testigos del camino del amor, de un amor que viene más allá de nosotros mismos. Nos hace ser testigos del camino del sentido, esa meta a la que vamos aunque en principio sea deportivamente –quizás no hay motivos religiosos–, pero que según vamos caminando nos hace ir descubriendo el sentido que tiene la vida. El camino nos hace ser testigos de la esperanza, de una esperanza que está más allá de nosotros mismos, una esperanza de la que nos habla el Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, una esperanza que nos da la alegría verdadera que no se encuentra en cosas, esa termina rápidamente. Esa esperanza se puede experimentar en el camino, nos hace ser testigos de la libertad».

«Qué bonito hacer una ruta en la que uno es libre, se sabe detener, puede decidir hacer esta etapa u otra, nos hace libres ser testigos de la fraternidad. En el camino nos hacemos hermanos sin darnos cuenta. Y en el camino podemos descubrir lo que significa ser hombres y mujeres que viven lo que llamaría una existencia redimida, hombres que nos revelen nuestras necesidades más profundas desde la forma humilde, que da cauces en la fe y en la esperanza, hombres que en la vulgaridad de su vivir nos dejen percibir la existencia de ese otro mundo que nos empeñamos a veces en negar con nuestra vida, precisamente nos hace sensibles a la sensatez, a la precariedad. Hombres que creemos en la presencia de Dios y desde ella nos hacemos manifiestos en nuestra realidad».

«Qué bonito es que mucha gente que termina el Camino de Santiago, y que empezó de una manera, termina confesándose», apuntó.

«Antes que demostraciones, ideas, nociones sobre Dios, desde la reflexión teórica la Iglesia, como Cristo, tiene que hacer presente a Dios, posibilitar experiencias de Dios y situar a cada creyente en un lugar en el que pueda hablar con una persona o con otra, como un amigo conversa con otro, y esto lo puede hacer el peregrino en el camino», concluyó.