El Papa, en el ángelus: «Frente al mal del mundo, el discípulo está llamado a imitar la paciencia de Dios» - Alfa y Omega

El Papa, en el ángelus: «Frente al mal del mundo, el discípulo está llamado a imitar la paciencia de Dios»

El Papa Francisco ha explicado, durante el rezo del ángelus dominical, el significado de la parábola de la semilla y la cizaña, y ha subrayado que, porque el Maligno «ha sembrado el mal en medio del bien», es imposible para nosotros, los hombres, separarlos netamente. «Pero al final, Dios podrá hacerlo». Además, el Papa ha explicado la diferencia entre paciencia evangélica e indiferencia ante el mal

Redacción

El término hebreo cizaña deriva de la misma raíz del nombre Satanás, ha señalado el Santo Padre. Por eso, al emplearlo en la parábola de la buena semilla y de la cizaña, se evoca ya ese concepto de división. «Todos sabemos que el demonio es un cizañero, trata siempre de dividir a las personas, a las familias, a las Naciones y a los pueblos».

Como explica también la parábola, el demonio aprovecha la noche para sembrar esa cizaña. «Donde no existe la luz —recuerda el Papa—, él va y siembra la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de manera que es imposible para nosotros, hombres, separarlos netamente; pero al final, Dios, podrá hacerlo. Él se toma el tiempo». De ahí una de las enseñanzas de la parábola: la importancia de no juzgar, «la contraposición entre la impaciencia de los peones y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios». «A veces —lamenta el Papa— nosotros tenemos una gran prisa en juzgar, clasificar, poner de un lado a los buenos, y del otro a los malos» pero Dios, en cambio, sabe esperar. «Él mira en el campo de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero también ve los retoños del bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar».

Pero, ese Dios paciente que sabe esperar y que ve el bien en el fondo del corazón de las personas no debe, alerta el Papa, confundirse con una sensación de indiferencia ante el mal. «La paciencia evangélica no es indiferencia al mal; ¡no se puede hacer confusión entre bien y mal! Frente a la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, a alimentar la esperanza con el apoyo de una inquebrantable confianza en la victoria final del bien, o sea de Dios».

News.va / Redacción

Texto completo de las palabras del Papa

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estos domingos, la liturgia propone algunas parábolas evangélicas, o sea breves narraciones que Jesús usaba para anunciar a la multitud el Reino de los cielos. Entre aquellas presentes en el Evangelio de hoy, se encuentra una más bien compleja que al inicio no se entiende, la cual Jesús explica luego a discípulos: es aquella de la semilla buena y de la cizaña, que enfrenta el problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cfr. Mt 13, 24-30.36-43).

La escena se desarrolla en un campo en donde el propietario siembra la semilla; pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz del nombre Satanás y evoca el concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un cizañero: trata siempre de dividir a las personas, a las familias, a las Naciones y a los pueblos. Los peones quisieran de inmediato arrancar la hierba mala, pero el propietario lo impide con esta motivación: «porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo» (Mt 13, 29). Porque todos sabemos que, cuando la cizaña crece, se parece mucho a la semilla buena y existe el peligro de confundir una con otra.

La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso: él va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión… Donde no existe la luz, él va y siembra la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de manera que es imposible para nosotros hombres separarlos netamente; pero al final, Dios, podrá hacerlo. Él se toma el tiempo.

Y aquí llegamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los peones y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. A veces nosotros tenemos una gran prisa en juzgar, clasificar, poner de un lado a los buenos, y del otro a los malos… Pero acordaos de la oración del hombre soberbio: Te agradezco, Dios, porque yo soy bueno y no soy como ese otro que es malo. Acordaos de esto. Dios, en cambio, sabe esperar. Él mira en el campo de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero también ve los retoños del bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. ¡Que hermoso es esto!

Nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre, y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, ¡para perdonarnos! Nos perdona siempre si vamos hacia Él… La actitud del propietario es aquella de la esperanza fundada sobre la certidumbre de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y hay más: gracias a esta paciente espera de Dios, la misma cizaña, o sea el corazón malvado con tantos pecados, al final puede convertirse en semilla buena. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; ¡no se puede hacer confusión entre bien y mal! Frente a la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, a alimentar la esperanza con el apoyo de una inquebrantable confianza en la victoria final del bien, o sea de Dios.

Al final, de hecho, el mal será arrancado y eliminado: al tiempo de la cosecha, o sea del juicio, los cosechadores seguirán la orden del propietario separando la cizaña para quemarla (cfr. Mt 13, 30). En aquel día de la cosecha final el juez será Jesús, Aquel que ha sembrado la semilla buena en el mundo y que se ha vuelto Él mismo semilla, ha muerto y resucitado. Al final, todos seremos juzgados con la misma medida ¿Con cuál? ¿Con qué medida? Con la misma medida con la que hemos juzgado: la misericordia que hayamos tenido para con los demás será usada también con nosotros. Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en la paciencia, en la esperanza y en la misericordia con todos los hermanos».