José Pablo Pereira: «70 años de comunismo en Rusia dejaron un pueblo triste, que había perdido parte de su alma» - Alfa y Omega

José Pablo Pereira: «70 años de comunismo en Rusia dejaron un pueblo triste, que había perdido parte de su alma»

En 1991, tras la caída del Telón de acero, llegaron a Rusia muchas congregaciones con afán misionero. Entre ellas, Verbum Dei, a la que pertenece el sacerdote portugués José Pablo Pereira. Se encontraron un pueblo abatido, que «había perdido parte de su alma. La sociedad estaba bastante rota». Incluso los jóvenes que se acercan a la Iglesia sufren por la falta de una estructura interior que debían haber recibido, sobre todo, en sus familias. Este miércoles ofreció su testimonio en la 68ª Semana Española de Misionología de Burgos

María Martínez López
Campamento con adolescentes rusos

¿Qué le llevó a Moscú?
Pertenezco a la comunidad religiosa Verbum Dei, y tenemos una comunidad allí desde que fue posible entrar en Rusia, en el año 1991. Por esas fechas, llegaron muchas comunidades: salesianos, jesuitas… Otros habían permanecido en la clandestinidad. A los primeros compañeros que fueron, el obispo les pidió que atendieran a las personas de lengua española y alemana. Luego nos encargaron la pastoral juvenil y universitaria, y en 2010 yo fui a reforzarla, porque sólo había un misionero con toda esta labor.

¿Cómo fueron esos comienzos, tras la caída del Telón de acero?
Fue una mezcla. Por un lado, había grandes expectativas de lograr muchas conversiones después de 70 años en los que la Iglesia católica había estado totalmente anulada y la ortodoxa, perseguida. Pensaban que la gente estaría muy sedienta de Dios, y hubo mucho empeño en invertir energías en eso los primeros años. Pero, a primera vista, sólo encontraron la desolación. Un pueblo triste, abatido. Había que hacer cola para comprar. A nadie le faltaba nada, pero los productos básicos eran escasos, todo estaba muy controlado. A nivel espiritual, lo afectivo estaba casi anulado. La gente se casaba por la mañana y por la tarde iba a afectar. El método anticonceptivo era el aborto; había mujeres con siete u ocho abortos y lo vivían como algo normal. Esto deja una gran tristeza en la sociedad, caras y rostros apagados. Era una sociedad bastante rota, el pueblo había perdido algo de su alma. Buscaban salir un poco de esa tristeza a través del arte, del cine, del teatro. Todavía hoy se nota que el ruso todavía se desahoga mucho a través de ese medio.

¿No se produjeron las conversiones esperadas?
Después de los primeros años sí ha habido mucha gente que se ha ido acercando a la Iglesia católica. Pero todavía se ve que a todas estas personas les faltaba una estructura interior que viniera dada, sobre todo, por la familia. Al seminario llegaban muchas vocaciones, pero en el primer momento de dificultad lo dejaban. Les faltaba fuerza interior para superarlo. La sociedad hoy ha cambiado mucho: impera el capitalismo, todos los carteles de publicidad son inmensos, se ha introducido de una forma muy agresiva. Pero también es una sociedad más abierta que antes, que ha podido entrar en contacto con otras culturas. La clase media ha crecido, y en los jóvenes también se va viendo algo distinto. Aunque esa base familiar todavía está por desarrollarse. Las familias integradas siguen siendo excepciones. Ésa es la ruptura más fuerte. Si no hay una familia que dé un impulso a los jóvenes, la persona simplemente sobrevive, vive de las cosas materiales. Se nota, por ejemplo, poca solidaridad y mucho aislamiento en las ciudades. Personalmente, Moscú me costó mucho como ciudad para vivir, porque notas que cada uno va a lo suyo; más aún que en otras ciudades. Por eso, incluso el Gobierno va promoviendo la cuestión familiar.

¿Cómo era su trabajo misionero con los jóvenes?
Tenemos encargada la pastoral juvenil universitaria rusa, y también la atención a los latinos y portugueses, que era a lo que me dedicaba más yo porque no llegué a hablar mucho ruso. En la Universidad, las capellanías no están permitidas. Nos acercábamos a ellos más en las residencias. Teníamos encuentros semanales en torno a la Palabra y al rezo del Rosario en el cuarto de alguno de los estudiantes. Hablamos de pocas personas: venían unos 20 o 25 como máximo. En una peregrinación, se juntarían unos 15.

Muchos jóvenes de los que se acercan vienen sobre todo con sed espiritual. Nosotros, como católicos, somos un poco extraños a las tradiciones del pueblo ruso. Se acercan porque algún amigo les invita, y buscan en nosotros algo más que no encuentran en la Iglesia ortodoxa, sobre todo si es una comunidad muy tradicional. Los ortodoxos tienen una parte muy mística, pero menos desarrollada la parte más humana, de trato. Además, la única traducción autorizada de la Biblia es bastante antigua y su interpretación es muy tradicional. En cierta medida, están como nosotros antes del Concilio Vaticano II. Y los jóvenes buscan un Evangelio más vivo que toque sus vidas. También buscan un alimento sólido, porque son un pueblo muy racional. Por eso unimos el anuncio, en encuentros de fin de semana, con catequesis semanales. Después de estas catequesis, es cuando deciden si siguen en la Iglesia ortodoxa o se hacen católicos. Cada año, entran en la Iglesia católica uno o dos. Además, cada mes ofrecemos una conferencia abierta para profesores y alumnos, y vienen muchos.

¿No han tenido problemas con los ortodoxos? Siempre han rechazado el supuesto proselitismo católico.
Nuestra pastoral es muy informal, y no hemos tenido problemas. El problema fuerte por este motivo se dio, a nivel institucional, cuando Juan Pablo II decidió crear cuatro diócesis en Rusia. Para la Iglesia ortodoxa, fue como si se estuvieran apropiando de su territorio. En el año 2009 cambió el obispo católico por uno italiano, monseñor Pablo Pezzi, es mucho más afable. También ha cambiado el Patriarca de Moscú, y se ha creado una relación mejor. Aunque a los mayores todavía sí les genera rechazo la Iglesia católica, porque les suena a Occidente.

¿Qué le han aportado a usted los cuatro años que pasó en Moscú?
A nivel personal, he aprendido de un pueblo que ha sufrido mucho. Es gente muy humilde, que lucha por sacar adelante sus objetivos. Creo que son necesarios muchos años para estar allí y evangelizar realmente desde la raíz. Pero la mejor evangelización la tienen que hacer los propios rusos, porque aunque hay cosas parecidas entre nosotros y ellos, en la raíz hay cosas muy distintas. Cuesta llegar y tocar el corazón de las personas, porque a nosotros como extranjeros nos cuesta quitarnos todo lo que llevamos con nosotros. Y eso es justo el primer paso que tenemos que dar. Uno puede estar incluso muchos años allí, y realmente no llegar a tocar de raíz lo que vive la gente. Sobre todo he aprendido a estar, escuchar y saber respetar una forma distinta de comprender la vida. Tengo ganas de volver, porque quedan muchas cosas por hacer.