Dios, el amor y la muerte - Alfa y Omega

Dios, el amor y la muerte

Benedicto XVI recibió el sábado, en Castel Gandolfo, el doctorado honoris causa de la Universidad Juan Pablo II y la Academia de Música de Cracovia, con un discurso sobre la música sacra. Ofrecemos los párrafos principales:

Papa Benedicto XVI
Benedicto XVI, durante su discurso. Detrás, el cardenal Dziwisz, de Cracovia

¿Qué es en realidad la música? ¿De dónde viene y hacia dónde se dirige? La belleza de la música tiene su origen en tres lugares. El primero es la experiencia del amor, que lanza al ser humano hacia una nueva grandeza y amplitud de la realidad. Cuando los hombres son alcanzados por el amor, se abre una nueva dimensión del ser, que les lleva a expresarse de un modo nuevo. La poesía, el canto y la música en general han nacido de este ser golpeados, de esta ventana hacia una nueva dimensión de la vida.

El segundo lugar es la experiencia de la tristeza, el ser tocados por la muerte, por el dolor, por los abismos de la existencia; también en este caso se abre, en una dirección opuesta, una nueva dimensión de la realidad a la que no se puede encontrar respuesta sólo con discursos.

Y el tercer lugar es el encuentro con lo divino, que desde el inicio es parte de aquello que define lo propiamente humano; con mayor razón se encuentra aquí presente el totalmente otro, el totalmente grande, que suscita en los hombres un nuevo modo de expresarse. Quizá es posible afirmar que el misterio divino también nos alcanza en las experiencias del amor y de la muerte, por lo que, en este sentido, el ser tocados por Dios es lo que constituye esencialmente el origen de la música. Y también se puede decir que la calidad de la música depende entonces de la pureza y de la grandeza del encuentro con lo divino, con la experiencia del amor y del dolor. Cuanto más pura y verdadera sea esta experiencia, tanto más pura y grande será también la música que nace y se desarrolla a partir de ella.

Demostración de la verdad del cristianismo

Podemos ver también cómo la mejor música de la tradición occidental no es algo extraño a la liturgia, sino que nació y creció en ella, y, de este modo, contribuye siempre de nuevo a darle forma. Obviamente, la música occidental supera con mucho el ámbito religioso y eclesial, pero podemos encontrar su origen más profundo en la liturgia y en el encuentro con Dios. En Bach, por ejemplo, para el cual la gloria de Dios constituye el fin último de toda música, esto es del todo evidente. Pero aun cuando el tema no sea explícitamente litúrgico, la respuesta grande y pura de la música occidental se ha desarrollado a partir del encuentro con ese Dios que se nos ha hecho presente en Cristo Jesús.

En el ámbito de las más diversas culturas y religiones se desarrolla una gran literatura, una gran arquitectura, una gran pintura y grandes esculturas. Y también se extiende un gran interés por la música. Sin embargo, en ningún otro ámbito cultural existe una música de grandeza similar a aquella que ha nacido en el ámbito de la fe cristiana: desde Palestrina hasta Bach, de Häendel a Mozart, de Beethoven a Bruckner. La música occidental es algo único, que no tiene igual en otras culturas. Esto debe hacernos pensar.

Donde realmente se verifica el encuentro con Dios vivo, que en Cristo viene hacia nosotros, allí nace y crece nuevamente también una respuesta, cuya belleza proviene de la verdad misma. La música occidental supera ampliamente el ámbito religioso y eclesial, y tiene su manantial más profundo en la liturgia, en el encuentro con Dios.

La música sacra es pues una demostración de la verdad del cristianismo, lugar del encuentro con la verdad, con el verdadero Creador del mundo, una realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe de toda la cristiandad, aunque no es necesario que se ejecute siempre y por doquier. Por otra parte, está claro que la música sacra no puede desaparecer de la liturgia, y que su presencia sigue siendo un modo especial de participación en la celebración sagrada, en el misterio de la fe.

El gran don de la música que proviene de la tradición cristiana permanece vivo, y necesita de ayuda para que la fuerza creativa de la fe no se extinga en el futuro. Todos tenemos necesidad de la fe, y la música es una parte esencial.

El recuerdo de Juan Pablo II

«Sin Juan Pablo II, mi camino espiritual y teológico no sería ni siquiera imaginable. Con su ejemplo vivo, él mostró cómo pueden ir de la mano la alegría de la gran música sacra y la tarea de la participación común en la sagrada liturgia, la alegría solemne y la simplicidad de la humilde celebración de la fe», dijo el Papa emérito al recibir el doctorado honoris causa. «Me alegra sobre todo el hecho de que, de este modo, se vuelven aún más profundos mis lazos con Polonia, con Cracovia, con la patria de nuestro gran santo Juan Pablo II», afirmó.

Fue precisamente el arzobispo de Cracovia, el cardenal Dziwisz, quien al entregar a Benedicto XVI la distinción, afirmó: «La aceptación de forma excepcional de esta distinción la podemos considerar como signo de la estima que Su Santidad siempre nutrió hacia san Juan Pablo II. Él personalmente, el Papa santo, siempre sintió plena gratitud hacia su colaborador más cercano, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¡Estamos seguros de que ahora él nos mira desde lo alto y se alegra por este encuentro nuestro!».