Un bastón y nada más - Alfa y Omega

Un bastón y nada más

XV Domingo del tiempo ordinario

Juan Antonio Martínez Camino
Fotograma de la película Hijo de Dios, de Christopher Spencer

Las vacaciones son para muchos un tiempo de ponerse en camino. Se deja la casa y el lugar habitual de la vida para irse a otra parte a desconectar por algunos días del ambiente ordinario. Incluso quienes no pueden o no quieren moverse de su sitio, procuran modificar sus hábitos para poner en movimiento su mente y su espíritu.

Hacer los caminos de la tierra y del alma es la condición inevitable de la vida humana. Resulta tópico decir que somos naturalmente peregrinos. Aunque no nos demos cuenta o no lo pretendamos, nuestra existencia es siempre un movimiento hacia otros lugares y otros horizontes de vida. Algunas personas no se mueven nunca del sitio, como los monjes y las monjas que hacen voto de estabilidad. Pero tampoco para ellos hay un día igual que otro, ni dejan de moverse hacia el futuro que se les acerca.

Si nuestra condición es la de caminantes, no parece muy razonable que nos carguemos con demasiadas cosas que llevar con nosotros. La lengua clásica llama impedimenta a los equipajes y avituallamientos que se llevan para la marcha. Porque, efectivamente, esas cosas impiden que el camino pueda hacerse con ligereza e incluso pueden entorpecer por completo el avance si llegan a ser realmente excesivas.

Jesús envió a los Doce de dos en dos para una primera experiencia apostólica. Y «les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más». Es decir, los envía sin nada que pudiera entorpecer el camino de su misión.

El camino de los cristianos no es otro que el camino que todo ser humano está llamado a recorrer en su condición de peregrino. Vamos hacia la casa del Padre, hacia el Cielo. Nuestra existencia perdería su sentido si la concibiéramos como un vivir clausurado en el mundo, absolutamente cerrado por la muerte. El espíritu humano se mueve hacia el Infinito. El corazón humano late movido por un amor sin límites; por el Amor divino que ha impreso en él el anhelo del reconocimiento incondicional. Todo el mundo sería poco para tal movimiento y tal anhelo. Somos peregrinos hacia Dios.

«Un bastón y nada más». Nos basta lo necesario para mantener la marcha. Nos sobra lo que nos impide caminar. En realidad, nos basta con la Gracia y el Amor de Dios. Todo lo demás es, al final, prescindible. Todo lo demás se puede convertir incluso en un lastre que haga fracasar nuestra existencia de peregrinos y nos hunda en el abismo de una quietud sin Dios en la que se cifra el horror posible de la perdición absoluta.

Nada de este mundo nos ha de atar a él. Nada. Pero el Señor los envió «de dos en dos». El camino ha de iluminarse con la compañía del Resucitado. En el otro se encuentra al Viviente. En el rostro del prójimo encontramos ya de algún modo al Dios hacia el que caminamos. Está también la Iglesia, ese otro humano-divino, sujeto social de la presencia sacramental del Espíritu, que nos orienta y mantiene en el camino.

Evangelio / Marcos 6, 7-13

En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:

«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa».

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.