Acogida del migrante: el desafío educativo - Alfa y Omega

Acogida del migrante: el desafío educativo

Ante la globalización del fenómeno migratorio es necesario responder con la globalización de la solidaridad, con la fantasía de la caridad. Los dramas que hoy acompañan a quienes desean alcanzar el continente europeo interpelan la conciencia de la humanidad. El inmigrante no es un problema a resolver, el enemigo a combatir, el invasor de quien protegerse. El inmigrante es sobre todo una persona concreta con una dignidad que debe ser respetada y tutelada. Si la acogida del migrante es sobre todo un deber moral cristiano, el verdadero desafío de la Iglesia en Europa es la educativa. En Vilnius, obispos y directores nacionales para la pastoral de los migrantes en Europa han debatido sobre los actuales desafíos que la llamada «emergencia migratoria» pone a la Iglesia y a la sociedad del continente

CCEE

En los tres días de trabajo (30 junio – 2 julio 2015), los responsables para la pastoral de los migrantes en Europa se han confrontado con los aspectos particularmente urgentes que acompañan el fenómeno migratorio en los últimos años como la emergencia de los refugiados, la trata de seres humanos y las nuevas formas de esclavitud; las comunidades de inmigrantes y la cuestión de la celebración de los sacramentos, así como la pastoral y el anuncio del Evangelio a los provenientes de China en Europa.

El encuentro, organizado por la sección de Migración de la Comisión CCEE Caritas in Veritate, guiada por el Cardenal Josip Bozanil, arzobispo de Zagreb, ha tenido lugar en la capital lituana gracias a la invitación del arzobispo local y presidente de la Conferencia Episcopal lituana, monseñor Gintaras Grušas con el apoyo de monseñor Edmond Joseph Putrimas, responsable para el apostolado de los lituanos en el exterior.

Durante el encuentro, el cardenal Audrys Juonas Bačkis, arzobispo emérito de Vilnius y monseñor Pedro López Quintana, nuncio apostólico en Estonia, Letonia y Lituania han saludado a los participantes. En Vilnius ha participado también una delegación del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes y los Itinerantes. Durante los debates, los participantes europeos han podido confrontar sus reflexiones con el padre Mesmin Prosper Massengo, presidente del grupo de trabajo sobre las migraciones del SECAM (Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar) que ha explicado el fenómeno de los refugiados desde el punto de vista de los africanos, y con el servicio para los migrantes y refugiados de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos a través de un video.

El encuentro ha sido una ocasión para escuchar y conocer las diferentes iniciativas puestas en marcha por la Iglesia en el ámbito de la acogida de los refugiados y de la pastoral de los migrantes, que es hoy una prioridad para la Iglesia en Europa.

Reconociendo a cada Estado «el derecho de regular los flujos migratorios y de realizar políticas dictadas por las exigencias generales del bien común, pero siempre asegurando el respeto de la dignidad de cada persona humana» (Cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado 2012) la pastoral de la Iglesia hacia los migrantes está inspirada por unos principios claramente expresados en la doctrina social de la Iglesia como son: el derecho de la persona a emigrar (Gaudium et spes, 65), es decir el derecho de cada uno de establecerse donde cree más oportuno para una mayor realización de sus capacidades, aspiraciones y de sus proyectos; y el derecho de la persona a no emigrar, a permanecer en su propia tierra de origen (nadie debería estar obligado a tener que dejar su proprio país, los propios lazos familiares, los afectos). Estos principios se inspiran y se basan en el respeto a la dignidad humana, que es el paradigma de cualquier actividad pastoral de la Iglesia.

De las reflexiones y discusiones presentadas en torno a los diferentes rostros del fenómeno de la migración, emerge un cuadro variado, un mosaico de experiencias y actividades que, por una parte muestran bien la larga y consolidada experiencia de la Iglesia en la pastoral de las personas en movilidad, al mismo tiempo que dibujan una realidad social con tendencias cuanto menos preocupantes y de continuo cambio que obliga a una vigilancia permanente.

La acogida de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo

Cada vez más los inmigrantes son vistos con sospecha, desconfianza y prejuicios, a veces tal vez con hostilidad. Incluso ante dramas humanos que siguen alimentando los telediarios del continente, la respuesta parece ser la de la distancia, de la resignación, o incluso de la indiferencia. A esta situación ha contribuido, no de forma menor, una política que, tanto a nivel nacional y europeo, continúa acometiendo el fenómeno migratorio sólo en términos de presupuesto y seguridad. El migrante —lo sea por motivos políticos, económicos, religiosos y/o de guerra— no es un «número» que los Estados pueden repartirse según convenga. Ante un creciente egoísmo social, la Iglesia, movida por el amor de Dios por cada persona, quiere llamar la atención sobre el problema y ser voz profética, pidiendo a los Estados que asuman sus responsabilidades, con conciencia de la situación de indigencia de aquellos que exigen medios reales de solidaridad también conforme al bien común, así como en el gestionar la llegada de inmigrantes y refugiados con dignidad y tutelando sus derechos humanos.

De hecho es la dignidad humana el paradigma que debe inspirar cualquier elección pastoral o de gobierno cuando se buscan soluciones dirigidas a responder a exigencias concretas y/o a la mejora de las leyes y procedimientos que regulan el fenómeno migratorio. Es importante y urgente recordar que la acción de la Iglesia y de los Estados no debe existir sólo en situaciones de emergencia o de pobreza, sino que debe convertirse en un verdadero empeño dirigido sobre todo a personas concretas en cualquier circunstancia. La Iglesia sabe que Dios acompaña la Historia y cree que las migraciones son parte del proyecto providencial de Dios. Por ello tiene el deber de anunciar que la fe es más fuerte que todas las diferencias culturales, sociales y nacionales.

Si es acogido como persona, el inmigrante es también un don para la comunidad social. El desafío de la acogida no es, por tanto, un desafío logístico, intervencionista; es sobre todo un desafío educativo de las personas y comunidades de acogida: es una invitación y una pedagogía a abrirse al diálogo. En el ámbito eclesial es necesario, por tanto, recuperar una reflexión sobre las razones éticas que sostienen la actividad y la posición de la Iglesia sobre el fenómeno migratorio.

La comunidad migratoria y la cuestión de la celebración de los sacramentos

Superada la fase de la primera acogida, las comunidades de inmigrantes pueden ser una oportunidad de renovación de la vida eclesial a nivel local o, por el contrario, una ocasión de empobrecimiento si no el abandono de la práctica religiosa. El problema que surge en este campo es aquél de preservar la identidad religiosa y cultural de una determinada comunidad sin que esto ocurra a costa de la integración, ni es necesario forzar una asimilación que lleva muchas veces al abandono de una práctica religiosa. También en este caso, no existe una receta milagrosa, un modelo único. Es necesario tener una gran sensibilidad pastoral que sepa leer la realidad de cada situación territorial particular, dando así respuestas adecuadas a las diferentes realidades. Esto, que puede parecer evidente, se revierte en la necesidad de superar una pastoral de conversación para ir cada vez más hacia una pastoral de evangelización: una pastoral que sea capaz de comprender las varias exigencias del territorio, puesto que cada contexto social necesita una respuesta específica y original. Por esto es necesaria, por una parte una mejor formación de sacerdotes que deben ser puentes entre comunidad de migrantes e iglesia local, y por otra evitar que la religiosidad tradicional se transforme en una religiosidad cultural, es decir, una religiosidad que no sea fruto de un camino de fe, sino una práctica que pertenece al folklore de una cultura y que se reduce a caracterizar una pertenencia identitaria.

La trata de seres humanos y las nuevas formas de esclavitud

Durante los debates han sido presentadas varias experiencias en el campo de la lucha contra la trata de seres humanos y las nuevas formas de esclavitud. A partir de los resultados obtenidos de la colaboración entre la Iglesia y las fuerzas de policía nacionales, como la experiencia llevada a cabo por el Santa Marta Group y otras experiencias parecidas, los participantes han insistido en la importancia de la colaboración entre los organismos eclesiales, ecuménicos o interreligiosos, con las realidades de la sociedad civil.

También en este caso es necesario ir más allá de la lógica de la emergencia. Es fundamental prevenir en vez de curar, partiendo de los orígenes del problema. Si pobreza y penalidades sociales caracterizan a cuantos caen en la trampa de la esclavitud moderna (de la prostitución, del turismo sexual, de la explotación laboral, del comercio de órganos) el verdadero problema es la demanda, en constante crecimiento y alimentada por las nuevas tecnologías. Internet constituye un no man’s land jurídico que alimenta una economía subterránea difícilmente controlable. Mientras los participantes dan las gracias a las llamadas hormigas de Dios que trabajan en la calle para ayudar a cuantos son víctimas de este comercio deshumano, denuncian asimismo a cuantos recurren a este tipo de prestaciones de pago como cómplices de esta realidad: es escandaloso —y sin duda anti cristiano e incluso anti humano— abusar de otra persona para satisfacer las propias necesidades o deseos. También en este caso, vencer la trata o la explotación de las personas pasa a través del esfuerzo educativo. En este sentido, los participantes han aplaudido la creación, este año de la Jornada Mundial de oración y reflexión contra la trata de personas (8 de Febrero).

La pastoral y el anuncio del Evangelio a los chinos en Europa

La inmigración china no es reciente en Europa, pero ha alcanzado una dimensión siempre mayor durante las ultimas décadas. A diferencia de otras migraciones, la china tiene una dimensión prevalentemente familiar y se mueve dentro de una diáspora compuesta de numerosas comunidades arraigadas en el territorio europeo. En los últimos años, algunas Conferencias Episcopales han invertido mucho en la formación de sacerdotes, particularmente en el campo lingüístico y cultural. De hecho, la integración de una comunidad como la china, muchas veces percibida como hermética respecto a la comunidad local, pasa sobre todo a través de la permanencia en el mismo espacio de vida, a través de una proximidad que se exprime sobre todo hablando con ellos su misma lengua.

El encuentro ha concluido el jueves 2 de julio con una peregrinación a la Colina de las Cruces, para recordar las numerosas víctimas de las migraciones en el mundo.