El Papa recuerda en el Angelus que la bondad de Dios «no tiene fronteras» - Alfa y Omega

El Papa recuerda en el Angelus que la bondad de Dios «no tiene fronteras»

Al comentar el Evangelio de san Mateo, el Santo Padre ha recordado este domingo, durante el rezo del Ángelus, que aunque los invitados se nieguen, Dios sigue extendiendo su invitación -universal, sin fronteras- más allá de todo límite razonable. «A todos es dada la posibilidad de responder»

Redacción

Representado por un rey, el Señor invita a sus fieles a una fiesta. Con este pasaje del Evangelio de san Mateo, el Papa ha reflexionado antes del rezo del ángelus sobre el rechazo que, tantas veces, los hombres muestran a Dios. «Los invitados son muchos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta participar de la fiesta, dicen que tienen otras cosas que hacer; es más, algunos muestran indiferencia, extrañeza, incluso fastidio», lamenta el Papa.

Mientras que Dios es bueno con nosotros y nos ofrece gratuitamente su amistad, su alegría y la salvación, el ser humano decide no recibir sus dones, señala el Pontífice. Pero, a pesar de eso, recuerda, el plan de Dios no se interrumpe: «Él no pierde el ánimo, no suspende la fiesta, sino que vuelve a proponer la invitación extendiéndola más allá de todo límite razonable y envía a sus siervos a las plazas y a los cruces de las calles a reunir a todos aquellos que encuentran».

Sin distinción, el Señor convoca a todos, «gente común, pobres, abandonados y desheredados, incluso buenos y malos», a su fiesta. Por eso, porque todos están llamados al banquete, recuerda Francisco, hay que vencer la costumbre de posicionarse en el centro, como hacían los sacerdotes y fariseos, y «abrirse a las periferias, reconociendo que también quien está en los márgenes, incluso aquél que es rechazado y despreciado por la sociedad, es objeto de la generosidad de Dios».

Beato Francisco Zirano

Ya tras el rezo de la oración mariana, el Papa ha recordado al beato Francisco Zirano, de la Orden de los Frailes Menores Conventuales, proclamado Beato este domingo en Sassari. A él, que prefirió morir antes que renegar de su fe, se ha referido el Papa como «testigo heroico del Evangelio».

News.va / Redacción

Texto completo de la intervención del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas,

en el Evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios -representado por un rey- a participar en un banquete de bodas (cf. Mt 22,1-14). La invitación tiene tres características: la gratuidad, la extensión, la universalidad. Los invitados son muchos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta participar de la fiesta, dicen que tienen otras cosas que hacer; es más, algunos muestran indiferencia, extrañeza, incluso fastidio. Dios es bueno con nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece gratuitamente su alegría, la salvación, pero muchas veces no recibimos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses, y también cuando el Señor nos llama, a nuestro corazón, muchas veces parece que nos molestara.

Algunos invitados incluso maltratan y matan a los servidores que les entregan las invitaciones. Pero, a pesar de las adhesiones que faltan por parte de quienes fueron llamados, el plan de Dios no se interrumpe. Frente a la negativa de los primeros invitados, Él no pierde el ánimo, no suspende la fiesta, sino que vuelve a proponer la invitación extendiéndola; extendiéndola más allá de todo límite razonable y envía a sus siervos a las plazas y a los cruces de las calles a reunir a todos aquellos que encuentran. Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, incluso buenos y malos, -¡también los malos son invitados!- sin distinción. Y el salón se llena de excluidos. El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra una acogida inesperada en muchos otros corazones.

La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por ello el banquete de los dones del Señor es universal. ¡Es universal para todos! A todos es dada la posibilidad de responder a su invitación, a su llamada; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de reivindicar la exclusividad. Todo esto nos lleva a vencer la costumbre de posicionarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y los fariseos. Esto no se debe hacer: nosotros debemos abrirnos a las periferias, reconociendo que también quien está en los márgenes, incluso aquél que es rechazado y despreciado por la sociedad, es objeto de la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios a los confines de la iglesita, de nuestra iglesia pequeñita. Esto no sirve. Estamos llamados ampliar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios.

Sólo hay una condición: ponerse el traje de fiesta. Es decir testimoniar la caridad concreta a Dios y al prójimo.

Confiamos a la intercesión de María Santísima, los dramas y las esperanzas de tantos hermanos y hermanas nuestros, excluidos, débiles, rechazados, despreciados, también aquellos que son perseguidos por causa de su fe. Invocamos su protección también sobre los trabajos del Sínodo de los Obispos reunido en el Vaticano en estos días.