Laudato si: no todo se acaba con nosotros - Alfa y Omega

Estas dos palabras que dan título a la encíclica del Papa Francisco sobre la ecología y el medioambiente, y la problemática generada, corresponden al Cántico de las criaturas del poverello de Asís, Francisco, que comienza de esta forma tan bella: «Laudato si, mi Signore, Alabado seas mi Señor».

¿Qué es lo que ha movido al Papa para escribir este documento? Seguramente que habrá muchas razones, pero la primera que él viene manifestando hace ya algún tiempo la condensaríamos en esta pregunta: ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? El Santo Padre, a este mundo nuestro –del que Dios, después de crearlo, dijo que «era muy bueno»– lo ha calificado de forma coloquial y entrañable como «nuestra casa». También la compara con «nuestra hermana», con la que compartimos la existencia, o una «madre bella», que nos acoge entre sus brazos.

¿Qué sucede? Que el planeta tierra en el que vivimos, está siendo maltratado hace ya muchos años, está siendo saqueado, con lo que esto conlleva de sufrimiento y dolor para tantos y tantos abandonados, pobres, marginados, cuyos gemidos claman al cielo. De ahí que Francisco –al igual que sus antecesores san Juan Pablo II y Benedicto XVI– venga hablando de la necesidad urgente de una conversión ecológica o de un cambio de ruta inaplazable.

El Papa, con la humanidad que le caracteriza, quiere prestar atención a la sensibilidad que el hombre de nuestros días muestra por todo lo que afecta a la naturaleza, al medioambiente, y a tantos fenómenos desastrosos que ya son signo de lo que se puede avecinar si no se pone remedio. Y así el Papa habla de «una sincera preocupación por lo que está ocurriendo en nuestro planeta», a la par que también constata un dato francamente esperanzador: «La humanidad tiene aún capacidad para reconstruir nuestra casa común».

¡Cuánto hemos de agradecer a Dios el que haya puesto al frente de la Iglesia, en estos inicios del milenio, a un Papa animoso, que siempre suma, que estimula y alienta, y que cuenta con todos para hacer un mundo mejor!

Creo interpretar bien la mente del Santo Padre si digo con él que el ser humano todavía, y pese a todo, es capaz de reaccionar positivamente, que no todo está perdido ni mucho menos. Y da una razón profunda que solamente perciben los hombres conocedores del corazón humano: «No todo está perdido, las cosas tienen remedio, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse».

¡Gracias, Santidad, por estas palabras!

Como es lógico, la encíclica papal, al igual que los documentos en general que emanan de la Sede Apostólica, va dirigida y está pensada para los fieles católicos. Y en este sentido el Papa Francisco trae a nuestro recuerdo una cita muy certera de aquel otro Papa que pronto fue calificado como Juan Pablo II el Grande, que decía: «Los cristianos, de manera muy particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y con el Creador, forman parte de su fe». Y es verdad. Todos los creyentes nos vemos fortalecidos con la gracia de Dios, con los efectos de la oración y con la maravilla de la comunión y fraternidad entre todos, que abordamos el trabajo, la vida de familia y las relaciones sociales, sabedores de que cooperamos nada menos que en la obra creadora de Dios. Nos sentimos útiles y necesarios aún en medio de nuestra mediocridad y nuestro ser poca cosa. Dicho de otro modo, los cristianos nos vemos obligados a la conservación de la naturaleza y de este mundo creado, por un plus de ejemplaridad que nace de nuestra condición de creyentes.

Encomendemos a Dios, que hizo el cielo y la tierra, nuestra obligación personal y colectiva de mejorar lo que tenemos entre manos. El Papa ha hecho mención de nuestros hijos y de los que nos sucedan. Yo también la hago. No todo se acaba con nosotros.