Envió a su madre a la horca por un plato de arroz. Así es la vida en un gulag de Corea del Norte - Alfa y Omega

Envió a su madre a la horca por un plato de arroz. Así es la vida en un gulag de Corea del Norte

Llega a las librerías españolas Evasión del Campo 14, desgarrador relato de un joven que logró escapar de un campo de concentración en Corea del Norte

Ricardo Benjumea

Shin Dong-hyuk estaba condenado a cadena perpetua y trabajos forzados desde el instante en que nació, el 19 de noviembre de 1982. Su delito fue la huida de Corea del Norte de unos familiares de sus padres mucho antes de que él naciera.

Shin fue concebido como bestia de carga. La unión de sus padres fue concertada por los guardias del Campo 14, uno de los gulags en los que el régimen de Corea del Norte encierra a unos 100 mil presos. Su infancia y juventud las pasó en ese campo, hasta que, a los 22 años, logró escapar a China, y desde allí, pasar a Corea del Sur.

Recogió su testimonio el antiguo corresponsal del Washington Post en Seúl Blaine Harden (Escape from Camp 14). La historia llega este martes a España, de la mano de la editorial Kailas.

Una muerte terrible en la horca

La historia de Shin abre las terroríficas grabaciones del 20 de agosto de 2013 en Seúl de la Comisión de Investigación sobre Corea del Norte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU encabezada por el juez australiano Michael Kirby.

Uno de los primeros recuerdos de Shin -cuenta en esas grabaciones- es de cuando, a la edad de 7, su profesora pegó a una niña de su misma edad por esconder unos granos de maíz en el bolsillo. La niña murió de la paliza unas horas más tarde.

Pero el verdadero trauma infantil de Shin es haber denunciado a su madre y a su hermano, a quienes escuchó que planeaban fugarse. Los delató por miedo a ser ejecutado, y con la esperanza, tal vez, de recibir una ración un poco mayor de arroz ese día. Presenció la ejecución. Apartó la mirada de su madre en la horca. Fue una muerte terrible, asegura, pero él entonces sintió que ambos habían recibido su merecido.

Las condiciones de vida en el campo eran terribles. Uno tenía suerte si lograba atrapar algún insecto, un ratón, una serpiente… Había que ingerir la presa inmediatamente, viva y cruda, sin que se dieran cuenta los guardias.

Cadáveres humanos, comida para los perros

A las 2 horas y 42 minutos de la grabación del 20 de agosto de 2013, se escucha el desgarrador relato de la cristiana Jee Heon A. Repatriadas por las autoridades chinas -cuenta-, unas 60 mujeres norcoreanas habían sido trasladadas al centro de detención de Chongjing, en la provincia norcoreana de Hamgyeong. Una de las primeras preguntas que solían hacer los guardias a esas mujeres era si habían tenido contacto con cristianos (las iglesias en China acogen y ayudan a los prófugos norcoreanos), en cuyo caso les espera una ejecución sumaria.

Algunas de las mujeres del grupo estaban embarazadas. Se les practicaron abortos forzados. Pero «estaba esta mujer embarazada de 9 meses. Trabajaba todo el día. Los bebés [en estas duras circunstancias] nacían normalmente muertos, pero en este caso, el bebé nació vivo. El bebé lloró al nacer. Teníamos mucha curiosidad, era la primera vez que veíamos nacer a un bebé. Y estábamos mirando a este bebé, felices. Pero de repente, escuchamos pasos. El agente de seguridad entró y… nos dijo que lo pusiéramos en un cubo de agua, boca abajo. La madre suplicaba… Por favor, perdóname, pero el agente siguió pegando a la mujer, a la madre que acababa de dar a luz… Y ella, con sus manos temblorosas, levantó al bebé y lo puso en el agua cabeza abajo. El bebé dejó de llorar y vimos salir una burbuja en el agua salir de la boca del bebé».

En su paso por numerosos centros de detención norcoreanos, Jee ha visto morir a decenas de amigas y cómo sus cadáveres servían de comida para los perros. Milagrosamente, logró escapar y llegar a Corea del Sur. Desde allí intenta ahora ayudar como puede a sus compatriotas. Se siente culpable por estar a salvo, mientras la pesadilla continúa para tantos seres queridos.