Olor a Evangelio - Alfa y Omega

Olor a Evangelio

Alfa y Omega

¿Somos todavía una Iglesia capaz de caldear los corazones? La pregunta la hizo el Papa Francisco en la JMJ de Río de Janeiro, el verano pasado, y está claro que se la tomó tan en serio que, unos meses después, acaba de regalar a la Iglesia universal la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, de 224 páginas. Es un texto programático, en el que el Papa Francisco, ocho meses después de haber iniciado su pontificado, diseña la Iglesia tal como él la ve y la desea. Y ya el título es suficientemente elocuente: La alegría del Evangelio, que según las dos primeras líneas, «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría». Es significativo, en grado sumo, que ofrece a la Iglesia esta Exhortación -más bien casi cabría hablar de encíclica- cuando comienza el Adviento y en vísperas de la celebración del Nacimiento del Salvador. No es menos significativo que lo hace como coronación del Año de la fe que su predecesor, Benedicto XVI, quiso para la Iglesia.

El propio Pontífice, adelantándose con plena claridad a cualquier interpretación, dice expresamente para qué ofrece este documento: «Para invitar a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años». Está tan meridianamente claro que cualquier otra interpretación, sea del signo que sea, queda desautorizada ya desde ahora. Le preocupa al Papa, con toda razón, lo que él llama «el gran riesgo del mundo actual» que, «con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista», enfermiza. Los creyentes también corremos ese riesgo, nos dice, y nos convertimos en seres resentidos, quejosos, sin vida; y nos dice el Papa que ésa no es una opción de una vida digna y plena, y que no hay razón alguna para que alguien piense que la invitación a la alegría del Evangelio no es para él, porque quien acaba de revelar que se confiesa cada 15 días -«el Papa también es pecador»- recuerda, desde el principio de este documento, que «Dios no se cansa nunca de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia y huimos de la resurrección de Jesús y así nos declaramos muertos». Con una de esas frases, tan sumamente gráficas, a las que el Papa nos tiene acostumbrados, dice que «hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua». El mismo Papa que pedía para los sacerdotes olor a oveja, nos ofrece ahora en este documento un texto, cuidado y articulado, vertebrado en respuesta a las proposiciones del Sínodo sobre la Nueva Evangelización, con un pleno olor a Evangelio, como él mismo dice.

Los cinco capítulos en que lo ha dividido son: La transformación misionera de la Iglesia; En la crisis del compromiso comunitario; El anuncio del Evangelio; La dimensión social de la evangelización; y Evangelizadores con espíritu. También hablan por sí solos. Y aunque en la página 146 afirma que «éste no es un documento social», va a ser muy difícil que quienes lo lean no lo consideren tal, porque son muchas las páginas de auténtica doctrina social de la Iglesia, con afirmaciones tan netamente inequívocas como ésta: «El sistema social y económico es injusto en su raíz», o «un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y muerte».

Si algo es este documento es un documento de vida; no sólo; de esperanza y de alegría. El título es una cita de la Exhortación de Pablo VI Gaudete in Domino. Y el texto Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual es una especie de suma de todos los temas que el Papa Francisco ha ido tratando a lo largo de sus ocho primeros meses de pontificado. Es una auténtica sacudida evangélica para la reforma espiritual, primero, y estructural después, de la Iglesia. En el centro, como eje vertebrador de todo el documento, el retorno a la esencia del Evangelio, la misericordia y la revolución de la ternura de un Dios que ama a los hombres hasta enviar a su Hijo para nuestra salvación. Para ello, el Papa propone una Iglesia abierta, creativa, que prefiere el riesgo de los desafíos, porque «los desafíos están para superarlos»; una Iglesia que, desde la contemplación y adoración de Jesucristo, sepa ir a las periferias existenciales de la Humanidad, siendo como una madre fecunda y con «la dulce y confortadora alegría de evangelizar», ante todo, desde una reforma interior, sin clericalismos, ni fariseísmos, al servicio de la misión. No es improbable que los que sólo se quedan en las periferias se sientan sobrepasados.

Es curioso ver a quién cita el Papa antes de animar a todos: «No nos dejemos robar la esperanza, la alegría, la comunidad, el Evangelio, la fuerza misionera, el amor fraterno».