23 de septiembre: san Pío de Pietrelcina, ese pobre fraile que reza - Alfa y Omega

23 de septiembre: san Pío de Pietrelcina, ese pobre fraile que reza

Del santo de Pietrelcina ya se ha dicho todo, pero hay un padre Pío desconocido más allá de los fenómenos extraordinarios, un hombre que imitar

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘San Pío de Pietrelcina’. Obra original de la pintora americana Tracy L. Christianson. Foto cedida por Tracy L. Christianson

Hay santos a los que es difícil acercarse, no porque sea complicado encontrar información sobre ellos, sino porque son tan actuales y su figura es tan conocida que cuesta decir algo que la gente no sepa. En el caso de san Pío de Pietrelcina la dificultad es aún mayor, porque pocos como él aunaron tantos fenómenos místicos –incluidos los estigmas– y tanta devoción popular como la que él pudo conocer, e incluso sufrir, a lo largo de su vida.

Nacido en 1887 en Pietrelcina, un pequeño pueblo de la Campania italiana, el pequeño Francesco –así fue bautizado– creció en la fe campesina y tradicional característica del sur del país transalpino. Ya desde niño recibió las visitas de Jesús, de su ángel guardián y de la Virgen, y palizas del demonio. La naturalidad con la que vivió esos hechos era tal que cuando entró en el noviciado de los capuchinos, a los 15 años, se sorprendió de que sus compañeros negaran vivir lo mismo: «Bah, eso lo decís por humildad», les decía.

Su delicado estado de salud hizo que entrara y saliera del convento varias veces, pero todas sus enfermedades
desaparecieron al entrar en el convento de San Giovanni Rotondo, donde pasó 52 años en oración, ayuno y entrega a las miles de personas que acudían a confesarse con él, a recibir consejo o a participar en la Eucaristía, en la que era habitual que tuviera arrebatos místicos durante varias horas.

A lo largo de toda su vida religiosa no solo siguió experimentando los fenómenos místicos de su infancia, sino que estos fueron creciendo cada vez más: bilocaciones, profecías, conocimiento de la vida interior de quienes iban a confesarse con él –lograba un innumerable número de conversiones, aunque también se acercaban simples curiosos y tenía enemigos acérrimos–, sanaciones físicas y espirituales, levitaciones, capacidad de sobrevivir sin ingerir alimentos, don de lenguas, don de lágrimas…

En 1918 experimentó la transverberación de su corazón, al igual que santa Teresa de Jesús. Y un mes después, mientras estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias tras la Misa, «de pronto una gran luz me deslumbró y se me apareció Cristo, que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado», contó a su padre espiritual. De este modo, el padre Pío se convirtió en el primer sacerdote estigmatizado en la historia de la Iglesia.

Isaac Parra, miembro del Instituto de los Siervos del Sufrimiento, inspirado en la espiritualidad del padre Pío, y coordinador en Getafe de los Grupos de Oración del Padre Pío –extendidos hoy por todo el mundo–, explica que «muchos se quedan con todos estos fenómenos extraordinarios, pero pocos profundizan en su vida espiritual, que es el gran tesoro que podemos descubrir nosotros hoy».

En este sentido, destaca sobre todo «el amor pleno a Jesucristo» que vivió el santo, así como «su entrega generosa» a la voluntad de Dios, sobre todo en el sufrimiento: «Fue un crucificado sin cruz».

Micrófonos en el confesionario

La excepcional singularidad del santo le provocó también persecuciones, no solo de ateos e incrédulos, sino de eclesiásticos, obispos, cardenales e incluso de hermanos de su propio convento. Hasta le llegaron a esconder micrófonos en su confesionario para acumular pruebas contra él. Se le deslegitimó públicamente en varias ocasiones, y, durante diez años, de 1923 a 1933, se le privó de todo contacto con el exterior. Solo podía celebrar la Eucaristía en solitario en su celda, nada más.

Con el tiempo su figura se rehabilitó y pudo recuperar su apostolado, al que añadió su proyecto más preciado: la construcción en San Giovanni Rotondo de la casa Alivio del Sufrimiento, un gran hospital íntegramente dedicado a los enfermos.

Hoy, apenas un siglo después de su muerte, el padre Pío «nos enseña a vivir intensamente la vida cristiana», dice Isaac Parra. «No es un santo lejano que no se pueda imitar, sino que nos enseña a ser obedientes a Dios, a vivir de la oración como él, porque quien no reza se pega a las cosas del mundo; también a tener cerca a la Virgen, a vivir intensamente la Eucaristía y a confesarnos bien, no de cualquier manera», añade.

El padre Pío murió en septiembre de 1968, exactamente 50 años después de haber recibido los estigmas. Dejaba este mundo para entrar en el definitivo aquel gigante que decía de sí mismo: «Yo solo soy un pobre fraile que reza».

Bio
  • 1887: Nace en Pietrelcina
  • 1903: Entra en el noviciado de los capuchinos
  • 1910: Es ordenado sacerdote en la catedral de Benevento
  • 1918: Recibe los estigmas visibles de la Pasión del Señor
  • 1923: Comienza su período de aislamiento obligatorio
  • 1968: Muere en el convento de san Giovanni Rotondo
  • 2002: Es canonizado por Juan Pablo II