La isla escondida - Alfa y Omega

La isla escondida

Javier Alonso Sandoica

En los viajes de novios siempre triunfan las islas. La isla es un cruce de ánimo entre la búsqueda de aislamiento y la huida de los lugares trillados, que suelen ser casi siempre peninsulares. Hace diez años apareció en el mercado un libro del ensayista y poeta Vicente Valero, Viajeros contemporáneos (Pre-textos), sobre la historia de los artistas que forjaron la cultura de Ibiza, una isla que sigue llevando a las portadas de actualidad su laboratorio de nuevas músicas y drogas de diseño. El mito cultural y artístico parece haber desaparecido, y sin embargo es apasionante. Uno de los primeros visitantes famosos que tuvo la isla fue un hombre ilustrado, el archiduque Luis Salvador de Austria (1867), que escribió un libro sobre Ibiza y Formentera, Las antiguas Pitiusas, e hizo una colección de magníficos grabados. Los viajeros de los años 30 se admiraban de las casas ibicencas: tan pequeñas, tan profundamente austeras, tan espléndidas de luz, como escribiera en su momento Santiago Rusiñol: «Tan blanca es la blancura de estas casas, y tan luminosa, que todos los pueblos que uno recuerda parece que vivan a oscuras».

El arquitecto Josep Luis Sert ya había advertido en 1935 que el turismo haría desaparecer «la quietud y pureza arquitectónica de la Ibiza tradicional». Por eso hizo un prodigio de urbanización en Punta Martinet, frente a la bahía, en el que dialogan modernidad y tradición. El sacerdote, investigador y filólogo ibicenco Antoni Griera escribió un libro sobre La casa catalana, un ejercicio de pasión por la palabra creadora, que pronuncia todo lo menudo que se nos viene encima en el hogar. Decía Josep Pla que el mito de Ibiza muere el año que se inaugura el aeropuerto (1958): «Ir volando a Ibiza es cómodo, pero tiene poco interés. A Ibiza hay que llegar por mar a encontrarse de frente a la ciudad». Hubo un movimiento artístico, Ibiza’59, la vanguardia europea y americana del momento se reunía allí, en los cenáculos de sus talleres creativos. Pero llegaron las drogas, el movimiento hippie, la película More, y al barco le vinieron fisuras. Hay una novela de los 60 que refleja muy bien este ambiente, Hombres varados, de Gonzalo Torrente Malvivo: «Aquel se convirtió en un espacio propicio a la impostura, a la búsqueda de placer inmediato, a dejarse llevar por los acontecimientos. Las relaciones humanas se convirtieron en un infierno. El resultado era el vacío absoluto». Así lo cuenta Vicente Velero en su libro: lo que queda muchas veces de Ibiza es una peregrinación a la inmediatez, a la divinidad de la experiencia fugaz, la espiritualidad del surfero, la rapidez por llegar a los paraísos artificiales.