La primera venida de Cristo continúa - Alfa y Omega

La primera venida de Cristo continúa

No nos es dado saber cuándo será la segunda venida de Jesucristo, pero sí sabemos, por el evangelio de san Marcos, que antes del final de los tiempos, es necesario que el Evangelio sea proclamado a todas las naciones. La primera venida del Señor -explicó el Papa durante el rezo dominical del Ángelus- «continúa, el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente nuestra colaboración». Éste es el texto de la intervención de Benedicto XVI:

RV

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un camino que viene ulteriormente enriquecido por el Año de la fe, a 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El primer Tiempo de este itinerario es el Adviento, formado, en el Rito Romano, por las cuatro semanas que preceden el Nacimiento del Señor, es decir el misterio de la encarnación. La palabra «adviento» significa «venida» o «presencia». En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que envuelve por entero el cosmos y la historia, pero que conoce dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Jesucristo. La primera es en la Encarnación; la segunda es el regreso glorioso al final de los tiempos. Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes -y no nos es dado saber cuánto-, en profundidad se tocan, porque con su muerte y resurrección Jesús ha realizado ya aquella transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Sin embargo antes del final, es necesario que el Evangelio sea proclamado a todas las naciones, dice Jesús en el Evangelio de san Marcos (cfr. Mc 13, 10). La venida del Señor continúa, el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la Novia, la prometida Esposa del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cfr. Ap 21, 9), en comunión con su Señor colabora en esta venida del Señor, en la que ya empieza su regreso glorioso.

A esto nos llama hoy la Palabra de Dios, trazando la línea de conducta a seguir para estar preparados a la venida del Señor. En el Evangelio de Lucas, Jesús dice a sus discípulos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez… Estad en vela orando en todo tiempo» (Lc 21, 34-36). Por lo tanto, sobriedad y oración. Y el apóstol Pablo añade la invitación a «progresar y sobreabundar en el amor» de unos con otros, y para con todos para que se consoliden los corazones con santidad irreprochable ante Dios (cfr. 1 Ts 3, 12-13). En medio del desorden del mundo, o en los desiertos de la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen de Dios la salvación y la testimonian con un modo diverso de vivir, como una ciudad colocada sobre un monte. «En Aquellos días -anuncia el profeta Jeremías- estará a salvo Jerusalén, y la llamarán “El Señor es nuestra justicia”» (33, 16). La comunidad de los creyentes es signo del amor de Dios, de su justicia que ya está presente y operosa en la historia pero que no está todavía plenamente realizada, y por lo tanto es siempre esperada, invocada, buscada con paciencia y valor.

La Virgen María encarna perfectamente el espíritu del Adviento, hecho de la escucha de Dios, de deseo profundo de cumplir con su voluntad, de gozoso servicio hacia el prójimo. Dejémonos guiar por ella, para que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco de su reino de amor, de justicia y de paz.