… y hacia el rostro de cada persona que sufre» - Alfa y Omega

… y hacia el rostro de cada persona que sufre»

El viaje a Turín tuvo varios momentos de fuerte denuncia social. En su encuentro con representantes del mundo del trabajo y con enfermos atendidos en el Cottolengo, el Papa alertó contra un sistema económico que prima «los beneficios y el capital por encima del bien común», clamó contra las desigualdades laborales que sufren las mujeres, y pidió un trato digno y humano para inmigrantes, enfermos, ancianos y pobres

José Antonio Méndez
Una de las ancianas que residen en el Cottolengo de Turín, durante el encuentro que mantuvo allí el Santo Padre

A lo largo de todo su viaje a Turín, el Papa aprovechó para lanzar hasta tres potentes denuncias contra distintas injusticias que padece la sociedad occidental contemporánea. Unas situaciones que vinculó al propio sufrimiento de Cristo, del que la Sábana Santa es un recordatorio permanente.

Ya desde su primer acto, un encuentro con representantes del mundo laboral (una trabajadora, un agricultor y un empresario), el Pontífice recordó que el trabajo «no sólo es necesario para la economía, sino para la persona humana, para su dignidad, su ciudadanía y su inclusión social». Por eso, animó a rechazar «una economía que descarta a quienes viven en la pobreza absoluta, a los niños, los ancianos y ahora también a los jóvenes» y en la que «¡lo que no produce se excluye a modo de usar y tirar!».

Ante esto, el Papa recordó que todos, no sólo los cristianos, «estamos llamados a decir No a la idolatría del dinero, que nos impulsa a entrar, a cualquier precio, en el número de los pocos que, a pesar de la crisis, se enriquecen sin tener en cuenta a muchos que se empobrecen, a veces hasta el hambre. Estamos llamados a decir No a la corrupción, tan difundida que parece un comportamiento normal. Y no con palabras, sino con hechos. Y No a los acuerdos mafiosos, a las estafas, a los sobornos y a este tipo de cosas».

Ante esta situación, Francisco recordó que «es fundamental y necesario que toda la sociedad, todos sus componentes, colaboren para que haya un trabajo para todos y sea digno del hombre y de la mujer». Algo que «implica un modelo económico que no sea organizado en función del capital y la producción, sino del bien común».

En su discurso, el Papa también abordó el tema de los derechos de las mujeres, «que deben ser protegidos con fuerza, porque ellas, que también portan el mayor peso en el cuidado de la casa, de los hijos y de los ancianos, son aún discriminadas en el trabajo».

Y ante fenómenos como el desempleo y la crisis económica, Francisco pidió no culpar a los inmigrantes, porque «ellos son víctimas de la desigualdad, de esta economía que descarta, y de las guerras».

Ante la exclusión, amor concreto

El otro gran momento de fuerte denuncia social lo protagonizó el Papa durante su encuentro con enfermos y discapacitados en la Pequeña Casa de la Providencia, conocida popularmente como el Cottolengo, en honor a su fundador, san José Benito Cottolengo. Un momento sumamente emotivo, en el que la ternura que mostró con los residentes no le impidió clamar contra «la exclusión de los pobres y la dificultad de los indigentes para recibir la asistencia y cuidados necesarios».

Una injusticia en cuya base se encuentra «una cultura del descarte, consecuencia de una crisis antropológica que no pone al hombre en el centro, sino el consumo y los intereses económicos». Esta cultura genera numerosas víctimas, como por ejemplo los ancianos, cuya «longevidad no se ve como un don de Dios, sino como un peso difícil de sostener», y los discapacitados, cuya existencia se tolera a regañadientes, «como si fuesen vidas no dignas de ser vividas».

Ante esta mentalidad, «es nuestro compromiso desarrollar anticuerpos» y poner en práctica «la concreción del amor evangélico, el amor de predilección de Jesús por los frágiles y débiles», aseguró el Papa. Y él mismo lo puso por obra, prodigando gestos cariñosos a los enfermos, a quienes definió como «miembros preciosos de la Iglesia, la carne de Cristo crucificado que tenemos el honor de tocar y servir con amor. Con la gracia de Dios, podéis ser apóstoles de la divina misericordia que salva el mundo».