Cartas a la redacción - Alfa y Omega

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Dedicación y servicio

Después de leer el nombramiento del nuevo director del semanario y la preciosa carta abierta de despedida de Alfonso Simón, siento la ineludible obligación de hacerle llegar estas líneas. En primer lugar, para dar gracias a Dios, una vez más, por su Providencia constante sobre nuestro semanario y, luego –de bien nacidos es ser agradecidos–, para darle las gracias a Alfonso, cuya dedicación y disponibilidad, desde la primera hora, han sido verdaderamente insuperables. Durante veinte años he sido testigo, como nadie, de su entrega sin reservas, de su disponibilidad permanente, de su sacerdotal afán de servicio a todos, de su humildad. Me parece de justicia reconocerlo públicamente, porque he podido admirar de cerca, día tras día, su capacidad de escribir un editorial con la misma sencillez que arreglar un enchufe, hacer una gestión, arreglar un grifo, o hacer cualquier recado. Dedicación y servicio me parecen dos palabras que le definen. Si, hace veinte años, Alfa y Omega se hacía necesario porque, como ha escrito Alfonso en su despedida, «en el mercado de los medios faltan respuestas a las preguntas claves de la existencia», en nuestra sociedad actual de periferias alucinantes y descartes clamorosos, como denuncia el Papa, se hace más necesario que nunca el criterio seguro de una voz serena, reflexiva, estimulante; en una palabra, resulta insustituible el «milagro semanal» de Alfa y Omega. Con gratitud, cargada de esperanza cristiana, os deseo todo lo mejor.

Miguel Ángel Velasco
Exdirector de Alfa y Omega

El pan de la educación

En España, hasta mediados los 50, se compraba el pan en el horno que te asignaban. Al liberalizarse la venta, cada cual elige libremente dónde comprarlo. Se nota que el señor Rivera, de Ciudadanos, no había nacido aún, porque pretende dictar a los españoles qué tipo de educación han de elegir para sus hijos si quieren participar del dinero de todos. No, señor Rivera, la educación, como el pan, es un bien básico, y debe adquirirse donde a cada cual le parezca mejor, con la diferencia de que el pan no es de obligado consumo y cada uno paga lo que adquiere, y la educación, por ser obligatoria, es responsabilidad del Estado, incluido su coste.

Amparo Tos Boix
Valencia

De la duda a la confianza

Quiero expresar mi agradecimiento por el discernimiento que nuestro arzobispo don Carlos Osoro nos expone de las Bienaventuranzas. Hace algunas semanas, me sorprendió la referencia a que santa Teresa dudaba que amasen a Jesús los que no miraban sus retratos. Ahora, leyendo a san Juan de la Cruz, el alma se serena y medita con mesura. Por supuesto que tenemos las Bienaventuranzas en los Evangelios, pero he recortado y guardado en mi bolso el artículo que escribió monseñor Osoro titulado El resucitado nos lleva siempre de la duda a la confianza porque lo considero una ayuda espiritual necesaria. En su texto, pregunta a nuestra conciencia si agradamos y alabamos a Dios, que ama a todos nuestros hermanos, no solamente y mejor a los que por sus dones especiales han vivido conforme al Evangelio y han sido reconocidos como santos. Tengo experiencias para esta convicción, por eso pido: «Señor Jesús, que en mi vulgaridad, conociéndome diariamente, te mire en tu Palabra y en tu cruz».

Manuela García Román
Madrid

Coleccionista de yates

Con frecuencia, en la prensa o en las revistas de las salas de espera de los médicos, en tertulias con compañeros, y refiriéndome concretamente a estas últimas, alguien ha aludido al tema de las creencias religiosas. Alguno o alguna ha declarado abiertamente su agnosticismo, y otros se han definido como creyentes y católicos a su manera, no practicantes. Entonces ha intervenido el que suscribe, diciendo muy serio: «Pues yo soy coleccionista de yates, lo que siento con toda el alma… pero no practico». Todavía no he encontrado a nadie que reaccione con un mínimo de coherencia, se quedan como si hubiera contado un chiste.

Carlos Fernández-Baños Ortega
Barcelona

Santidad en la vida ordinaria

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, cuya fiesta celebramos el 26 de junio, nos enseñó a mucha gente corriente a santificar cualquier trabajo, sea manual o intelectual, haciéndolo bien, lo mejor posible y ofreciéndolo a Dios. De esta manera no hay diferencia entre el trabajo de un barrendero y el de una ama de casa, o entre el de un ministro y el de hombre de negocios. San Josemaría: ayúdanos a salir de la crisis por el trabajo bien hecho.

Pilar Roca Porto
Barcelona