Juan Pablo II y el ecumenismo - Alfa y Omega

Juan Pablo II y el ecumenismo

Colaborador
Juan Pablo II con los representantes de las confesiones cristianas, en el Encuentro ecuménico de Asís, en 1986

Cuando Juan Pablo II estaba hospitalizado en Roma, entre las muchas personas que le aseguraban su oración fraterna, se encontraba también el Patriarca Ortodoxo de Moscú, Alejo II. No es de extrañar. Pocos meses antes, en el verano de 2004, el Papa había decidido que el antiguo icono de la Virgen de Kazán, que, por circunstancias históricas, formaba parte de las imágenes más veneradas en el Vaticano, regresara al suelo de Rusia para dar alegría a los cristianos orientales.

Estos gestos de amistad han aumentado notablemente durante el último pontificado. En sus múltiples viajes, Juan Pablo II ha visitado muchos miles de nuestros hermanos separados, ha entrado en sus templos para rezar con ellos, y no dudó, en ningún momento, en mostrarles su profundo aprecio.

Cristianos orientales

Por impulsos de Juan Pablo II, la Iglesia católica mantiene, en la actualidad, diálogos oficiales con los representantes de las principales Iglesias cristianas. Con respecto a los ortodoxos, no hay desacuerdos doctrinales de especial gravedad; pero las dificultades de naturaleza psicológica pesan mucho. Antiguas animadversiones hacia los latinos, así como los manejos históricos de la Ortodoxia con el poder estatal bajo el régimen comunista, son factores que han dificultado, en más de una ocasión, un acercamiento sereno. Las tensiones aumentaron en 1991, cuando la iniciativa de Gorbachov a favor de la libertad religiosa hizo posible reorganizar las Iglesias católicas en el Este de Europa, y Juan Pablo II estableció, en el territorio ruso, tres Administraciones Apostólicas -desde 2002, diócesis-, para asegurar a los católicos la asistencia pastoral que necesitaban. Como era de esperar, el incidente potenció la actitud antirromana del Patriarcado de Moscú.

Sin embargo, Juan Pablo II no dejó de aprovechar ninguna ocasión para mostrar su estima a los orientales. Entre un sinnúmero de gestos fraternos se puede destacar, por ejemplo, que les regaló la iglesia de San Basilio, en Roma; y que, durante su difícil viaje a Atenas, pidió perdón, ante el arzobispo ortodoxo Christodoulos, por el comportamiento que los cristianos del Occidente tuvieron en el pasado frente a los orientales.

Pocos líderes ortodoxos han respondido con generosidad al gran deseo del Papa de salvar la distancia entre Este y Oeste, en los umbrales del tercer milenio. Sin embargo, no cabe duda de que, al intentar la unidad, el Papa ha sembrado las semillas de una reconciliación futura.

Cristianos anglicanos

En la Iglesia anglicana, la teología de la polémica ha sido sustituida por la teología de la convergencia. La encíclica de Juan Pablo II sobre el ecumenismo, Ut unum sint, fue recibida en 1995 en Inglaterra con especial alegría, y los anglicanos respondieron con la redacción de un documento que llevaba el mismo título, aunque en inglés: May they all be one (Que todos sean uno). Cuatro años más tarde, publicaron otro documento interesante -The gift of authority (El don de la autoridad)-, en el que, sin entrar en detalles, reconocen el papel insustituible que desempeña el obispo de Roma para la comunión de todas las Iglesias cristianas.

Sin embargo, el diálogo entre anglicanos y católicos demuestra que es difícil borrar prejuicios centenarios (como en el caso de los ortodoxos), tanto como alcanzar acuerdos teológicos. La ordenación de mujeres, con todo lo que implica, no es el único punto conflictivo. Tampoco han faltado distintas sensibilidades y convicciones en lo que se refiere a la admisión a la comunión eucarística de personas divorciadas vueltas a casar, a la legitimidad moral de los métodos anticonceptivos, al aborto y a la homosexualidad.

Cristianos protestantes

Durante el último pontificado, también la Iglesia católica y las Iglesias luteranas, con renovados deseos ecuménicos, emprendieron un diálogo serio acerca de una posible unión. Con la Declaración conjunta acerca de la justificación (1999) -que Juan Pablo II llamó una gracia especial para el tercer milenio-, han llegado a un consenso fundamental sobre la doctrina de la gracia en relación con las obras humanas, motivo de controversia entre protestantes y católicos desde los tiempos de la Reforma. Puede decirse que se ha avanzado más, en las últimas décadas, que en los 450 años precedentes. Sin embargo, siguen existiendo divergencias, sobre todo con respecto a la eclesiología y los sacramentos.

En comparación con los luteranos, la relación de la Iglesia católica con los cristianos reformados es más difícil y laboriosa. Tras algunos contactos previos, se realizaron dos ciclos de diálogos. Pero en 1995 se enfriaron las relaciones, debido a la canonización de Jan Sarkander, un mártir checo del siglo XVII, que murió asesinado por los protestantes. Los calvinistas checos interpretaron esta canonización como «una aprobación de las violencias católicas» de aquellos tiempos. La crisis no ha podido superarse, aunque continúan manteniéndose ciertos contactos.

Juan Pablo II ha recorrido un largo trayecto del camino con nosotros. Ha dado a la Iglesia un rostro fraterno. Nos ha enseñado el arte de convivir, de comprender y perdonar. «En el amor, que tiene su fuente en el Corazón de Jesús, está la esperanza del futuro del mundo»: son las últimas palabras de su último libro.

Jutta Burggraf
Profesora de Teología de la Universidad de Navarra