«Un Papa a quien todos considerábamos de la familia» - Alfa y Omega

«Un Papa a quien todos considerábamos de la familia»

Nada más conocer la noticia del fallecimiento de Juan Pablo II, millones de telegramas de condolencia comenzaron a dar la vuelta al mundo. En España, todos los obispos de cada diócesis también quisieron manifestar su tristeza por la muerte del Papa, así como hacerse presentes, en cada pueblo y ciudad, para orar junto con sus fieles. Recogemos los testimonios llegados a nuestra Redacción hasta el cierre de esta edición:

Anabel Llamas Palacios
Los obispos españoles con el Papa en el aeropuerto de Madrid durante su última visita a España, en mayo de 2003

En el mundo hay más de una generación de personas que sólo han conocido a este Papa. Y, por si fuera poco, ha sido un Papa que ha vivido en esta nueva era de la Humanidad en que las comunicaciones son cada vez más inmediatas y donde el lugar más lejano está cada vez más cerca. Las nuevas tecnologías, que el mismo Papa exprimió para que su mensaje de paz y unidad pudiera llegar a los rincones más escondidos del planeta, son las mismas que han contribuido a que los cristianos de la tierra, y también los hombres de otras religiones, hayan podido vivir, todos a una, la marcha del Papa Juan Pablo II, desde esta vida terrena, a la Casa del Padre.

Transcurrieron tan sólo unos minutos desde que monseñor Leonardo Sandri anunciara la muerte del Papa, en la Plaza de San Pedro, para que la noticia diera la vuelta al mundo recorriendo cables de fibra óptica, ondas de radio y de televisión. En tan sólo unos minutos, las televisiones, las radios y, especialmente, Internet y los mensajes de móvil hicieron que todos tuvieran la noticia al alcance de su mano.

En España, los mensajes de los pastores de cada diócesis tampoco se hicieron esperar, y tan pronto como estuvieron listos, los fieles pudieron escuchar y leer lo que su obispo les decía en un día tan triste y, a la vez, tan gozoso, tan de pérdida y, al mismo tiempo, tan de bienvenida a un nuevo amigo en el cielo.

El mismo sábado por la mañana, cuando el Papa todavía se encontraba en una situación crítica, pero consciente, el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela, presidía la Eucaristía de apertura de una nueva sesión de la Asamblea sinodal en Madrid, y en la homilía recordaba al Papa, en ese día de la Octava de Pascua, víspera de la fiesta de la Divina Misericordia, al mismo tiempo que convocaba la Eucaristía que ese domingo, día 3, celebraría en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. En ese momento nadie podía saber que esa celebración, establecida precisamente por el mismo Juan Pablo II, iba a ser la fecha elegida por el Señor para llevarse a su Vicario en la tierra. Después de conocerse la noticia, el cardenal se dirigía a todos los fieles de Madrid diciendo así del Papa: «Si ha vivido con Cristo, abrazado a su Cruz, muriendo constantemente con Él para servir mejor a su Iglesia y a los hombres, también habrá resucitado con Él».

El arzobispo de Santiago, don Julián Barrio, recordaba a los compostelanos que «ha muerto un Papa que todos considerábamos de la familia. Sabíamos que nos quería y le queríamos. La diócesis compostelana, que contó con su presencia en dos ocasiones, participa de este dolor compartido por nuestros hermanos en la fe y por todas las personas sensibles al testimonio de una vida al servicio del hombre a través del testimonio de la verdad y del servicio en la caridad».

Sabíamos que nos quería

A pesar de la tristeza por la pérdida, en la tierra, de todo un padre, han sido muchos los mensajes de gratitud que se recibieron en todas las diócesis. Por eso, el arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez, decía: «En estos momentos de dolor, por una parte, y también de gratitud inmensa al Señor, quiero expresar, sobre todo, esa gratitud. El Señor nos ha concedido al pueblo cristiano, y al mundo entero, un hombre de una humanidad excepcional, justamente porque su vida era por entero, como decía su propio lema: Todo tuyo. Su vida era, por entero, de Dios. Hemos tenido un padre excepcional, un hombre de Dios. Un gran santo de cerca. Porque todos hemos podido ver el don de su vida, y eso es un regalo que nunca le agradeceremos a Dios lo bastante».La enfermedad del Papa en sus últimos años de vida, y el ejemplo que dio al mundo de fortaleza y aceptación de la voluntad del Señor, fueron otras de las cualidades resaltadas por los obispos españoles a sus fieles. Así, el obispo de Málaga, monseñor Antonio Dorado, decía: «Juan Pablo II ha muerto, aunque los católicos sabemos que ha nacido a la vida… En la hora de la verdad nos ha dejado un espléndido testimonio sobre la manera de afrontar la enfermedad, la ancianidad y la muerte. Ha sido en estos últimos años, en la cima de la edad, cuando sus palabras, apenas inteligibles desde el punto de vista físico, han alcanzado esa autoridad que dan los años vividos y la proximidad al acontecimiento decisivo de toda vida humana. Mediante mensajes breves y profundos, que frecuentemente tenían que leer otros, nos ha seguido hablando de Dios, de su amor incondicional al hombre». También el obispo de Mallorca, monseñor Jesús Murgui, quiso destacar esta faceta del Papa, afirmando que «Juan Pablo II ha dado una gran lección de entereza en estas últimas semanas, en las que ha demostrado que en la vida también hay dolor y muerte».

Monseñor Jaume Pujol, arzobispo de Tarragona, recordaba la figura de Juan Pablo II como la de un hombre luchador, y resaltaba diferentes aspectos de su personalidad: «Ha sido un Papa valiente, de firmes convicciones, que no ha dudado en alzar su voz a favor de los más pobres y desvalidos. Ha sido también un gran defensor de la paz. También un apóstol de entendimiento entre las religiones. Un gran comunicador, pero, sobre todo, un hombre de oración». Así también lo reconocía monseñor Juan María Uriarte, obispo de San Sebastián: «Tenía una personalidad extraordinaria por su fortaleza y libertad, que ha ejercido lo mismo ante el poderosísimo George Bush que ante el dictador Fidel Castro». Y añadía también: «Juan Pablo II ha sido un creyente impregnado de una profunda experiencia de Dios y, por eso mismo, ha sido también un hombre comprometido con los pobres del mundo y con la paz».

Último adiós a España, en el aeropuerto de Madrid, en mayo de 2003
Último adiós a España, en el aeropuerto de Madrid, en mayo de 2003

Un padre y un hermano

Monseñor José Manuel Lorca, obispo de Teruel y Albarracín, afirmaba en su mensaje que «todos los cristianos estamos tristes y con dolor de corazón por el padre y hermano que nos ha fortalecido a toda la Iglesia en la fe durante tantos años. Su vida, su predicación, sus escritos, su fortaleza de fe, su cercanía a los jóvenes, su figura… no caerán en el olvido».

El obispo de Canarias, monseñor Ramón Echarren, afirmaba, tras conocer la muerte de Juan Pablo II: «A pesar de no pocas críticas e incomprensiones que ha recibido, nadie honrado podrá negar que ha muerto un Papa creyente de verdad, que nos ha confirmado en la fe y en la esperanza, que ha pasado la vida haciendo el bien y que ha sabido (no sin sacrificios de todo tipo) ser uno de los más grandes profetas del siglo XX y XXI. Y no dudamos de que intercederá por la Iglesia, por todos nosotros y por la Humanidad entera». De la misma forma se expresó monseñor Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo: «Ha sido y se le reconocerá como un Papa abierto al futuro, lleno de esperanza que alienta al mundo al comenzar este nuevo milenio, y que se encuentra, como él mismo definió, temeroso de sí, temeroso ante el futuro». El cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo, explicaba en su comunicado que «este Papa ha hecho caer muchos muros de intolerancias políticas y culturales; ha favorecido la paz entre las naciones y la defensa de los derechos humanos, especialmente los de los más desfavorecidos; ha abatido con energía a las barreras de la discriminación de la mujer y ha sido un paladín de la verdad del hombre y de la libertad religiosa».

Viajero por España

El Papa Juan Pablo II siempre fue especialmente bien recibido en España, país que él amaba como cuna de místicos como santa Teresa de Ávila o san Juan de la Cruz, como refugio de la Santina asturiana, Montserrat, Santiago o Guadalupe, y su presencia entre los españoles dejó una huella profunda. Por eso, muchos obispos no pudieron evitar recordar las visitas a sus respectivas diócesis, con todos los frutos que, sin duda, han cosechado y seguirán cosechando. Así, el obispo de Ávila, monseñor García Burillo, recordaba en su mensaje de condolencia: «En nuestra memoria permanecerán las innumerables muestras de cariño que las gentes le brindaban allá donde fuera. Todavía le recordamos con cariño en su visita a Ávila en el año 1982. Ancianos, adultos y jóvenes. Todos han sucumbido ante el candor de los ojos de un padre cercano, de un amigo, de la imagen de la Iglesia viva». También el arzobispo de Oviedo, monseñor Carlos Osoro, quiso agradecer, en su nota a los fieles asturianos, «su amor a todos los hombres, por haber mostrado ese amor aquí, en nuestra Asturias. Gracias, Santo Padre, por tu fe, por tu amor a Jesucristo y a la Iglesia».

Tampoco faltaron los agradecimientos directos al Santo Padre por toda una vida de entrega, así como la petición de oraciones por su alma. El Prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría, afirma «La gratitud filial se mezcla hoy con el dolor, un dolor profundo y sereno. A lo largo de estos casi 27 años hemos aprendido a querer a Juan Pablo II con toda el alma, y ahora notamos en nuestro corazón el desgarrón de su ausencia». El obispo de Huelva, monseñor Ignacio Noguer, decía en su mensaje que estaba «profundamente apenado por la muerte de nuestro venerado Santo Padre Juan Pablo II. Rogamos encarecidamente al clero y al pueblo fiel de nuestra diócesis de Huelva que eleven oraciones al Señor, por el eterno descanso de quien, durante tantos años y tan ejemplarmente, ha servido a la Iglesia».

Monseñor Joan-Enric Vives, obispo de Urgell y Copríncipe de Andorra, quiso expresar «su profundo dolor por la muerte de Su Santidad Juan Pablo II, cuya memoria permanece viva en todos nosotros». Y monseñor Miguel Asurmendi, obispo de Vitoria, recordó a sus fieles que, «ahora que Dios ha llamado a Juan Pablo II a su presencia, renovamos nuestra oración de intercesión por él, y de acción de gracias a su generoso ministerio pastoral al servicio de todas las Iglesias». Agradecimiento también es lo que quiso expresar monseñor Antonio Ceballos, obispo de Cádiz y Ceuta: «Damos gracias a Dios por el don que nos ha concedido a los católicos en la persona del Papa Juan Pablo II. El ejemplo de su entrega a favor de la paz, concordia y unidad entre las naciones y los pueblos, su fecundo magisterio en la orientación de la fe y moral de los católicos y hombres de buena voluntad, y su fidelidad a Jesucristo en el gobierno de la Iglesia, estarán siempre presente en nuestro recuerdo y corazón».

No es poco lo que nos deja este Pontífice, padre y hermano de los cristianos. Y eso quiso dejar claro monseñor Juan José Asenjo, obispo de Córdoba, en su comunicado: «Nos deja su doctrina y el testimonio de la entrega de su vida hasta el último aliento».