«El pueblo lucha por su dignidad» - Alfa y Omega

«El pueblo lucha por su dignidad»

«Está teniendo lugar un acontecimiento histórico, y el mundo debe tomar nota del gran pueblo ucraniano», que lucha por «su dignidad y por su derecho a la autodeterminación». Son palabras nada menos que del Nuncio en Ucrania, monseñor Thomas Edward Gullickson. Los católicos y el Patriarcado de Kiev se han puesto decididamente del lado de los manifestantes que han tomado la Plaza de la Independencia de la capital ucraniana, ante el temor a que el Presidente Yanukóvich someta al país a un nuevo vasallaje hacia Moscú, como en la época soviética

Ricardo Benjumea

«Escuchadme, no cometáis un pecado. Pensad en lo que contaréis a vuestros hijos y a vuestros nietos. No hay nada peor que matar a tu hermano, nada peor que el pecado de Caín». Megáfono en mano, así se dirigía el obispo greco-católico Boris Gudziak, Eparca de París, a la temible Berkut, la policía antidisturbios, en la Plaza de la Independencia de Kiev, el 11 de diciembre. Horas antes, en plena madrugada, la Berkut había tratado de desmantelar las protestas proeuropeas a la fuerza, y estaba lista para cargar de nuevo. Alarmados por las noticias, cuatro obispos acudieron, a primera hora de la mañana, a la concentración, igual que miles de vecinos de Kiev. El Sínodo de la Iglesia greco-católica en Ucrania, reunido esos días en la capital, hizo público un comunicado en inglés, para que el mensaje llegara bien a todo el mundo: «Declaramos nuestro apoyo y solidaridad a todos aquellos que están resistiendo en la plaza con dignidad». En torno a las 10 y media, la policía recibió la orden de retirada. Suspiros de alivio. Se había evitado un baño de sangre.

El 30 de noviembre, varios sacerdotes católicos y ortodoxos habían resultado heridos en violentas cargas policiales contra la plaza. La opinión pública asistió atónita a aquellas escenas de brutalidad. Fue un triunfo mantener el carácter pacífico de la protesta, que ese día ganó muchos apoyos en todo el país. Quedaba en evidencia la perversa estrategia del Presidente Víktor Yanukóvich, de intentar provocar a los grupos nacionalistas más radicales para buscar la confrontación y, presumiblemente, justificar el recurso al ejército. De igual forma, el Partido de las Regiones ha tratado de sacar a sus partidarios a la calle, pero ni siquiera pagando a manifestantes ha conseguido una reacción mínimamente entusiasta. En algunas provincias occidentales, el Gobierno ha perdido completamente el control de la policía y de la Administración. Desacreditado por la corrupción, la persecución abierta contra sus adversarios políticos y por su nefasta gestión económica, con el país al borde de la bancarrota, parece difícil que el Presidente aguante hasta las elecciones de 2015. Su última tabla de salvación es Vladimir Putin.

Pero Putin exigía un precio: cancelar la firma del tratado de asociación y libre comercio con la Unión Europea, a la que considera un rival para su proyecto de una Unión Euroasiática en el territorio de la antigua URSS. Ése fue el detonante de las protestas que estallaron, en la noche del 21 de noviembre. «El freno del Gobierno al proceso europeo indica una clara orientación de acercamiento a Rusia, según un modelo de Unión Soviética restaurada», decía a la agencia italiana SIR, Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de Kiev y jefe de la Iglesia greco-latina.

También el nuncio del Papa, monseñor Thomas Edward Gullickson, al referirse a las protestas, expresaba sin ambages su apoyo a un pueblo que lucha por «su dignidad y por su derecho a la autodeterminación», según recogía la agencia católica RISU (Religious Information Service of Ukraine).

Refugio y comida en las iglesias

Los llamados uniatas, católicos de rito oriental, según una encuesta de 2006, constituyen alrededor del 5,5 % de la población ucraniana, de unos 45 millones de habitantes. Si se añaden a éstos los católicos de rito romano, el porcentaje es algo superior al 6 %, aún una minoría, aunque con amplia presencia en la zona occidental del país, y con una gran influencia social en el conjunto de Ucrania.

Con el 15 % de la población ucraniana, la Iglesia con más fieles es el Patriarcado de Kiev, secesionado de Moscú tras la desmembración de la URSS, y no reconocido por ninguna otra Iglesia ortodoxa. En Kiev, tanto los templos católicos como los de la Iglesia ortodoxa ucraniana están estos días abiertos las 24 horas del día para ofrecer refugio y comida caliente a los manifestantes, algo que todos agradecen con temperaturas a veces por debajo de los 10 grados bajo cero.

Ambas confesiones ya apoyaron en 2004 la llamada Revolución Naranja, una protesta contra el fraude electoral de Yakunóvich, que guarda paralelismos con la situación actual. Se trataba también entonces de una protesta pro occidental y anti rusa. La revolución triunfó, pero sus líderes políticos malograron la victoria en enfrentamientos personalistas. Tampoco la Unión Europea estuvo a la altura de las circunstancias, temerosa de disgustar a Moscú, con quien, a día de hoy, no acaba de con la fórmula de asociación adecuada.

El papel de ambas Iglesias es ahora todavía mayor. Al frente de las protestas, ya no hay tanto partidos políticos organizados, como ciudadanos alarmados por una vuelta a los tiempos soviéticos. La implicación de la jerarquía católica y ortodoxa está siendo fundamental para evitar que las protestas terminen instrumentalizadas por nacionalistas extremistas incontrolados.

El ecumenismo no se resiente

El bando progubernamental, por el contrario, se nutre de cristianos ortodoxos pertenecientes al Patriarcado de Moscú, aproximadamente un 11 % de la población. En julio, el Patriarca Cirilo viajó junto al Presidente Putin para celebrar los 1.025 años del Bautismo de Rusia en Kiev, cuna de la nación rusa. El 8 de diciembre, el Patriarca hizo un llamamiento a la salvaguarda de la unidad espiritual de la llamada Santa Rusia, de la que Ucrania es canónicamente parte.

Gobierno ucraniano y Patriarcado de Moscú coinciden en el argumento de que, si Ucrania se incorpora un día a la Unión Europea, estará obligada a aprobar el llamado matrimonio homosexual. A finales de noviembre, el responsable de Relaciones Exteriores del Patriarcado, el Metropolita Hilarión, comparó la ideología que propaga la Unión Europea con la de la URSS, ambas «incompatibles con los valores cristianos». Hilarión denunció «la promoción del aborto, la eutanasia, las relaciones del mismo sexo» y los intentos de expulsar los símbolos cristianos de la vida pública.

El Metropolita hacía esa denuncia en Varsovia, en un encuentro sobre El futuro del cristianismo en Europa, con representantes de la vida política, social y religiosa de Polonia y Rusia. Con ese encuentro, el Patriarcado y la Conferencia Episcopal Polaca rubricaban una histórica reconciliación, sin la cual, probablemente, los sucesos actuales estarían afectando negativamente a las relaciones ecuménicas.

Una batalla común

También a la Iglesia católica le preocupa el relativismo moral y la desvertebración de la familia en la Unión Europea, pero eso no le impide ser una entusiasta defensora del proceso de integración europea, como garante de la paz en los últimos decenios. Católicos y ortodoxos se han propuesto dar batalla común por la defensa de la familia y de las raíces cristianas de Europa, en un momento en el que el Patriarcado de Moscú reivindica su independencia frente al Gobierno ruso, al que históricamente le han unido lazos incluso de vasallaje, en palabras del propio Cirilo.

Entre tanto, el Patriarca recibió ayer, en Moscú, al cardenal Kurt Koch, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Muy probablemente, entre los temas, salió a relucir el posible próximo encuentro entre Cirilo y el Papa Francisco.