Carpa de Dios, abierta para todos en Madrid - Alfa y Omega

¿Qué hago yo aquí desde las doce y media (en que se cierran las puertas de la parroquia) hasta las seis de la tarde (en que se abren de nuevo), habiendo una carpa de Dios abierta en medio de esta gran urbe? Allá voy, a esa carpa de Dios.

Luce un sol espléndido pero frío, muy frío en lo alto del cielo. ¿Qué sería de nosotros sin ese «Sol que nace de lo Alto»?, he pensado y meditado.

Entro a duras penas en la carpa: mucha gente, muchísima; y, al entrar, oscuridad orante y silenciosa, sólo con la luz del Santísimo expuesto, no sé quién y cómo lo habrá subido allá, a lo alto.

Un sacerdote joven, todavía joven, antaño discípulo mío en el Seminario y ahora formador de jóvenes seminaristas para el sacerdocio, me improvisa un confesionario, además de los dos que hay (no son muchos para tanta gente que espera).

No adoréis a nadie más que a Dios, se oye suavemente en medio de las confesiones, ayudando, como música de fondo, a éstas.

El mensaje está claro hoy en día, no hay necesidad de explicarlo…

Un párroco de Madrid, con su gente, bien acompañado por su feligresía, entra y dirige los puntos de meditación, que son tres, tomados del Papa actual: en la familia, en toda familia, son necesarias tres palabras: decir permiso (contar con los demás), perdón y gracias.

Matrimonios con hijos, todavía jovencitos, y algunos jóvenes, hacen ambiente de familia (yo diría que una sola familia), con la Sagrada Familia.

Al salir, un joven voluntario, con su señal indicadora como garantía, me agradece y felicita por unas 60 personas confesadas por usted.

El joven taxista que me trae a casa, después de horas, me dice que hay mucha crisis: y el taxi es espejo de la ciudad, añadió.

Doy gracias a Dios porque eterna es su misericordia.