En busca de lo más alto - Alfa y Omega

En busca de lo más alto

Segundo domingo de Cuaresma

Carlos Escribano Subías
La Transfiguración. Monasterio Hosios Loukas. Chaidari, Atenas (siglo XI)

Este domingo nos acerca al relato de la Trasfiguración en el Monte Tabor. El hecho de que Jesús, acompañado de sus discípulos, suba a una montaña alta, no es la mera descripción literaria de un escenario en el que va a suceder la escena que se pretende narrar. Es mucho más. En primer lugar, evoca otros montes santos: Horeb (donde Moisés se encuentra con la zarza ardiendo); Sinaí (donde Moisés recibe de Dios el Decálogo). La montaña, desde esta perspectiva bíblica, es un lugar en el que Dios se manifiesta, pues tiene algo que transmitir a los creyentes y a la Humanidad. Y eso es lo que ocurre en el Tabor. El Padre se manifiesta señalando a Jesús como su Hijo.

En este tiempo de gracia que es la Cuaresma, Dios nos habla con la intención de mostrarnos el camino de la salvación. Así, el relato de la Trasfiguración se complementa con el del pasado domingo de las tentaciones de Jesús. En palabras de Benedicto XVI: «Considerados juntos, ambos episodios anticipan el Misterio Pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludio del gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por un lado, vemos a Jesús plenamente humano, que comparte con nosotros la tentación; y lo contemplamos Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad. Por lo tanto, podremos decir que estos dos domingos han servido como pilares sobre los que se posa todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, y, de hecho, integra toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo Pascual: de la muerte, a la vida».

En segundo lugar, el apartar a sus discípulos de la realidad en la que están inmersos, enlaza con la idea que viene sugerida en el libro del Génesis, en la primera lectura de este domingo. Abraham es sacado de su tierra, de su entorno. Se le pide que se desinstale y que se ponga en camino, en busca de una nueva tierra, una nueva patria. Es la invitación que nosotros recibimos en este tiempo fuerte. Debemos desinstalarnos, romper la rutina, quebrar nuestra vida ramplona y salir en busca de ideales más altos, ponernos en camino hacia el encuentro con el Resucitado y lo que eso significa.

Y en tercer lugar, el hecho de que Jesús se aparte con su discípulos y se retire a un lugar solitario, evoca otros momentos en los que Jesús hace lo mismo con la intención de orar (cf. Mt 14, 23). La Trasfiguración es también un acontecimiento de oración que, recordemos, es uno de los caminos propuestos para este tiempo de Cuaresma. Jesús ora profundamente y se sumerge en el Padre, se une íntimamente a Él. Ante los ojos de los discípulos, se manifiesta la verdad de su ser: Él es Dios, Luz de Luz. El tema de la luz, significado en la túnica refulgente del Señor, aparecerá como argumento y propuesta de conversión en los Evangelios cuaresmales de este año. Sus vestiduras blanquísimas, la presencia de Elías y Moisés, la sensación de plenitud que hace gozar de un modo singular a Pedro, anticipan la Resurrección. Pero previamente está la presencia inexcusable de la cruz. La meditación de estos pasajes seguro que da sentido a las muchas tribulaciones que tenemos que pasar a la hora de construir el reino de Dios.

Busquemos momentos para subir con Jesús al Tabor y poder entregarnos existencialmente con Él, en la Jerusalén de nuestra vida cotidiana.

Evangelio / Mateo 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis».

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».