Para curar las heridas - Alfa y Omega

Para curar las heridas

Alfa y Omega
Jueves Santo de 2013: el Papa Francisco en la cárcel romana de menores de Casal del Marmo

Puede extrañar a más de un lector el título de nuestra portada de este número, que sale a la luz el mismo día del primer aniversario de la elección del Papa Francisco, pero en realidad Un año de hospital de campaña es lo que, en su lenguaje más propio, significa Un año de Iglesia. Lo acaba de decir él mismo, el pasado jueves, a los párrocos de Roma: «La Iglesia hoy podemos pensarla como un hospital de campaña. Se necesita curar las heridas, ¡tantas heridas! Hay gente herida, por los problemas materiales, los escándalos, también en la Iglesia… Gentes heridas por los espejismos del mundo…». En realidad, tan reveladora imagen de la Iglesia ya aparece en su entrevista a La Civiltà Cattolica, el pasado septiembre: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental».

Era su mismo mensaje elemental a los párrocos, en su encuentro, el pasado jueves, sobre el tema de la misericordia: «No estamos aquí para hacer un bello ejercicio espiritual, al inicio de la Cuaresma, sino para escuchar la voz del Espíritu que habla a toda la Iglesia en este tiempo nuestro, que es justamente el tiempo de la misericordia. De esto estoy seguro. No es sólo la Cuaresma; estamos viviendo en el tiempo de la misericordia, desde hace treinta años o más, hasta ahora». Ya al inicio mismo de su discurso les había dicho que «todos nosotros tenemos necesidad de ella; y también los fieles, porque, como pastores, ¡debemos dar tanta misericordia, tanta!».

En esta meditación, no podía por menos el Papa Francisco que recordar al Papa de la Divina Misericordia, evocando su homilía en la canonización, precisamente el año 2000, en la que Juan Pablo II «subrayó que el mensaje de Jesucristo a la santa polaca sor Faustina Kowalska se sitúa temporalmente entre las dos guerras mundiales y está muy ligado a la historia del siglo veinte», a lo que añadía: «¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la divina misericordia –anunció con instinto profético– iluminará el camino de los hombres del tercer milenio».

Somos muy olvidadizos, siguió diciendo a los párrocos el Papa Francisco, «¡también del magisterio de la Iglesia!, y en parte es inevitable», pero las grandes realidades donadas al pueblo de Dios «no podemos olvidarlas. Y la de la misericordia es una de éstas». Lo tenía también presente en su discurso, el pasado octubre, al Pleno del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, la cual, mientras «llama a tener el valor de ir a contracorriente, de convertirse de los ídolos al único Dios verdadero, ha de usar el lenguaje de la misericordia». Y con ese telón de fondo de un hospital de campaña, añadió: «La Iglesia es la casa donde las puertas están siempre abiertas no sólo para que cada uno pueda encontrar allí acogida y respirar amor y esperanza, sino también para que nosotros podamos salir a llevar este amor y esta esperanza», es decir, la misericordia.

Es la opción por los pobres, llena de la luz del Evangelio, que llena las páginas de la Exhortación Evangelii gaudium, opción que «es una categoría teológica, antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga su primera misericordia», en expresión bien significativa que toma de Juan Pablo II, en su homilía de la Misa para la evangelización de los pueblos, en su viaje a Santo Domingo de 1984. Nuestro Dios, decía el Beato Juan Pablo II, «es el Dios de todos, pero otorga su primera misericordia a los desposeídos de este mundo», ¡sanando sus heridas! Justamente lo que hemos de hacer sus discípulos. «Mientras en el mundo –recuerda también el Papa Francisco en Evangelii gaudium– reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas».

«Y hay también –decía el jueves pasado el Papa a los párrocos– heridas escondidas, porque hay gente que se aleja por la vergüenza, para que no se vean las heridas…». A ellos sobre todo hay que anunciarles, como no ha dejado de repetir desde su elección y recoge en su Exhortación programática, que «Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia». Y es precisamente Su misericordia la que cura toda herida, y más aún, ¡hace un mundo verdaderamente humano! Sí, la misericordia de Dios es la fuerza que promueve la ciudad del hombre. Lo dijo muy claro Benedicto XVI en su encíclica social, Caritas in veritate: «La ciudad del hombre no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes, sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión». Tan es así, que, «en las relaciones mercantiles, el principio de gratuidad y la lógica del don pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria». Lo cual «es una exigencia del hombre en el momento actual, ¡pero también de la razón económica misma!». De tal modo que, «mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad –es decir, sin la misericordia– no se alcanza ni siquiera la justicia».