22 de septiembre: san Mauricio, el precursor de la objeción de conciencia
«Somos tus soldados, oh, emperador, pero antes, y sobre todo, somos siervos de Dios», dijo el jefe de la Legión Tebana al soberano de Roma para no tener que seguir matando a sus correligionarios cristianos
Bajo el reinado de Diocleciano y Maximiano, el Imperio romano recuperó la paz y la estabilidad. Después de compartir el poder, los dos emperadores nombraron a dos adjuntos y dividieron geográficamente el territorio para poder enviar rápidamente a uno de ellos al lugar necesario en caso de que se produjera algún contratiempo. Simultáneamente, este nuevo sistema puso fin a la desafortunada tendencia de los soldados consistente en proclamar emperador al general vencedor.
Pero Diocleciano y Maximiano no se detuvieron en la sumisión de sus tropas: perseveraron en hacer retroceder a los alemanes, controlaron las revueltas campesinas en las Galias y, en 303, desataron la última y mayor persecución jamás librada contra los cristianos dentro del Imperio romano. Ahí empieza la leyenda de la Legión Tebana, un cuerpo de combatientes compuesto exclusivamente por cristianos y cuyas raíces están en Egipto: de aquella partieron los legionarios liderados por Mauricio para combatir a los galos.
Una vez llegados al campamento de Octodurus (hoy Martigny, en Suiza), Maximiano puso a prueba a los soldados y les pidió que mataran a cristianos. Mauricio y sus soldados se negaron, tras lo cual la legión padeció la decimatio, es decir, fue diezmada. La aniquilación era el castigo más severo para una unidad y consistía en que uno de cada diez soldados fuera asesinado por sus compañeros de armas. Mauricio y sus legionarios continuaron su viaje hacia el norte durante unos kilómetros antes de negarse, en Agaune –lugar donde hoy está ubicada la abadía de San Mauricio–, a seguir masacrando a sus correligionarios. Mauricio y sus compañeros rechazaron las órdenes impías del emperador y fueron ajusticiados y enterrados en el acto. Según se desprende de la Historia de los mártires de la Legión Tebana, obra escrita por el obispo san Euquerio de Lyon, se atribuyen a Mauricio las siguientes palabras: «Somos tus soldados, oh, emperador, pero antes, y sobre todo, somos siervos de Dios; te debemos obediencia militar, pero a Él le debemos la inocencia. Y preferimos vivir inocentes antes que vivir culpables». Es una de las demostraciones en clave cristiana de lo que hoy se conoce como objeción de conciencia. En una época en que la presión para que los cristianos dejen de actuar de conformidad con sus convicciones es cada vez más agobiante, el ejemplo de san Mauricio conserva una saludable vigencia.
El episodio de Agauna ha sido, por razones obvias, objeto de innumerables controversias históricas. Los investigadores críticos plantean, principalmente, dos reparos. El primero tiene que ver con la práctica de la decimatio, según ellos caída en desuso para cuando acaecieron los hechos de Agauna; el segundo está relacionado con la sempiterna cuestión de si los cristianos sirvieron, o no, en el ejército imperial antes del Edicto de Constantino en 314, que hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio. Sea como fuere, la valentía del famoso soldado tebano ha dado lugar a una leyenda que ha hecho de Saint-Maurice, a lo largo de los siglos, un popular lugar de peregrinación. Sin ir más lejos, este pueblo situado a los pies del Gran San Bernardo, se consolidó paulatinamente como cruce de un importante eje comercial y de la ruta de peregrinación a Roma.
Extendida veneración
Mas la veneración de san Mauricio trasciende con creces la ubicación de la abadía: solo en Suiza tiene dedicadas una decena de iglesias; en Francia 52 municipios llevan su nombre y se calcula que alrededor de 650 entidades religiosas se acogen a su patronazgo. Asimismo, es venerado por la Iglesia copta –herencia del vínculo egipcio–en octubre. En clave histórica, san Mauricio ha sido el santo patrón del Sacro Imperio Romano Germánico desde que su fundador, Enrique I de Sajonia, cediera parte del territorio del cantón de Argau a la abadía a cambio de la lanza, la espuela y la espada de san Mauricio, que a su vez fueron parte de las insignias que se usaron en las coronaciones de sus titulares. Incluso después de su desaparición oficial en 1806, sus sucesores, los emperadores austro-húngaros, mantuvieron la tradición hasta 1918.
En cuanto a los restos del santo, Odón I hizo de su traslado a la catedral de Magdeburgo un objetivo prioritario. La casa de Saboya, por su parte, dio su nombre a su segunda orden de caballería –la primera es la Anunciada–, si bien le agregó posteriormente a san Lázaro. Una acumulación apabullante de referencias que hacen del militar tebano una pieza básica en la construcción de Europa como realidad de raíces cristianas.
Felipe II encargó al Greco un cuadro que plasmase el martirio de la Legión Tebana. El pintor le dio su propia interpretación política: situó en un plano positivo a los moderados –Juan de Austria, Alejandro Farnesio y el duque de Saboya–, favorables a la negociación en las guerras flamencas, y en una más negativa a los halcones, es decir, el rey Sebastián de Portugal y el duque de Alba. La obra nunca se expuso.