«Gracias por la fe» - Alfa y Omega

«Gracias por la fe»

Javier Alonso Sandoica

Mi presencia, el pasado fin de semana, en la Feria del Libro de Madrid fue motivada por la lectura de muchos artículos laudatorios sobre la escritora Samanta Schweblin, porteña y promesa de las letras, aunque ya nos venga con la vitola de haber sido traducida a trece lenguas. Así cuenta de ella Vargas Llosa: «Una de las voces más prometedoras de la literatura en lengua española». Resulta que fui a comprar un par de libros de cuentos, porque ella es primordialmente cuentista, y la sorpresa fue que allí estaba ella. Hablamos ligeramente y me dedicó un ejemplar con estas letras: «Gracias, Javier, por la fe». Se refería a ese principio natural sin el que no pueden nacer las amistades, ni los saltos creativos, ni los amores maduros, ni las cosas verdaderas; nada valioso se cuaja sin una confianza primera. Todo arranque de conocimiento se inicia con una promesa, la carta de la baraja que vuela al centro de la mesa, la apuesta.

Algo parecido me pasó con Joseph Brodsky. Su literatura me atrajo no porque fuera Nobel de Literatura, o un disidente mayúsculo del comunismo soviético, sino porque adoraba Venecia y la cantó como nadie. Me sedujo su poderosa sensibilidad por una ciudad a la que, reiteradamente, asistía cada año para pasear, trabajar y escribir durante un mes entero, una iniciativa nada sensiblera. De hecho, su libro más representativo de la ciudad, Marca de agua (ed. Siruela), apenas habla de Venecia, sino del marco veneciano de su propia vida. La editorial Siruela ha vuelto a hacerlo, y acaba de aparecer en el mercado Del dolor y la razón, el tercer y último libro de ensayos de Brodsky, que reúne 21 textos escritos entre 1986 y 1995, el año antes de su muerte. Dice Jesús García Gabaldón que, «para Brodsky, la poesía es una forma de discurso reflexivo, y el ensayo una forma de poesía». Algo así. Me encanta cuando cuenta que quien más des-stalinizó Rusia fue Tarzán. Las películas de la serie del Rey de los Monos no hablaban de afiliaciones a partido ni colectivismos, sino de la libertad del ser humano por naturaleza, como también hicieron Los gavilanes del mar y El Zorro. Brodsky estaba enamorado de la lengua como órgano vehicular del alma, por eso decía que una lengua viva, por definición, «presenta una tendencia centrífuga; intenta cubrir el campo más amplio posible. De ahí la explosión demográfica, y de ahí nuestra travesía solitaria hacia el exterior, hacia los dominios del telescopio o del rezo». Nacimos para afuera, para poner en juego la comunicación humana, que es pretenciosa por naturaleza, hasta llegar al santuario del rezo.