Para eso se casa uno. Si no, ¿para qué? - Alfa y Omega

¡Qué poco miramos a san José! Fijémonos en él, hagamos zoom sobre su figura como esposo de María. José es una persona concreta que está relacionada con la vida de Jesús. En él se puede observar hasta qué punto se dejó afectar por Dios, hasta qué extremo cabe modificar el propio proyecto por el que Dios tiene para cada uno de nosotros. De él estuve hablando el domingo pasado en un cursillo de novios.

José es el hombre escogido por Dios para defender a los dos seres más privilegiados de la Historia, el Verbo encarnado y María, la mujer llena de gracia y madre de Jesús. Aparece pocas veces en la Escritura, ¡pero qué presencia la suya! En el pasaje evangélico de San Mateo 1, 18-21.24-25, José es nombrado cuatro veces, María dos y Jesús otras dos. Yo, como marido y padre, tomo nota. José, ante los hechos que se le imponen, reacciona de manera razonable según los criterios humanos: abandonar a su esposa, que espera un hijo cuya paternidad él ignora. Ya tiene mérito no denunciar a María, pero tomarla por mujer… Dios le habla en sueños y le explica las cosas. ¡Uf! José era humano. ¿Cómo imaginar la verdad que le es revelada en sueños? Decide abandonar a María. Pero la voluntad divina es diferente de la humana: el proyecto de Dios actúa con signos suficientes para el que cree. José rectifica y hace lo contrario de lo que había decidido. Él, que iba a abandonar, decide acoger. Obediente, se une a María sabiendo que tendrá que asumir un celibato «no programado». Un cambio de vida radical. Lo más probable es que tuviera su propio proyecto matrimonial, pero acepta la misión de cuidar de María y de ser responsable del hijo que no es suyo. Dios interviene en nuestras vidas, y, si le dejamos, altera nuestros planes. Entrar en la dinámica del amor de Dios lo cambia casi todo; pero Él no se queda atrás. Lo del ciento por uno va en serio.

Vivimos en un mundo que todo lo fía a nuestras razones y motivaciones personales. Pero tenemos que superar la tentación del individualismo, del Yo tengo mi proyecto, Yo decido en mi vida, Yo tengo derecho a disponer de mi cuerpo, etc. Los creyentes sabemos que nuestra vida no es nuestra y que estamos condicionados por el plan de Dios, en el sentido de que debemos alterar nuestra individualidad y abrirnos a la relación con Él, a la comunión, a permitir que nos afecten sus designios. El individualismo no está en el proyecto de Dios: Dios mismo es comunidad.

Miremos el ejemplo de los santos: son personas que no han podido hacer siempre lo que querían, sino que han modificado sus vidas, comprometiéndose con lo que sucedía a su alrededor: los santos han sido felices cuando han cambiado sus proyectos por los de Dios. Han sabido ser débiles y flexibles como juncos ante la presencia de Dios, han sido sensibles y receptivos a Su llamada. Claro que hablar de vidas de santos no está de moda y parece ñoño: ¡valiente tontería! Con qué cara me miraban algunos… y cuántas referencias de libros me pedían al terminar la charla. Me preguntaron, por fin, algunos cursillistas si les estaba diciendo que fueran santos. Pregunta fácil y de respuesta breve: . Para eso es para lo que uno se casa. Si no, ¿para qué?