París se postra ante Velázquez - Alfa y Omega

París se postra ante Velázquez

En todo el mundo existen poco más de un centenar de obras de Velázquez, por lo que el homenaje que París realiza a este sevillano universal convierten la exposición en una de las más importantes del momento. La muestra –hasta el 13 de julio– recorre la obra de Velázquez desde sus inicios en Sevilla hasta sus últimos años, y la influencia de su arte en sus contemporáneos. Coleccionistas privados y grandes museos, como el del Prado, el mayor poseedor de obras del que fuera pintor de cámara del rey Felipe IV, han unido fuerzas para presentar alguna de las mejores y otras descubiertas hace relativamente poco, como La educación de la Virgen, conservada en la Universidad de Yale y atribuida recientemente a Velázquez

Eva Fernández
La fragua de Vulcano (1630). Museo del Prado, Madrid

Velázquez cautiva. Nunca deja indiferente. Su paleta rezuma pinceladas de genialidad. Cada uno de sus cuadros dirige nuestra mirada hacia el interior de los espacios y se siente un deseo irrefrenable de traspasar esa puerta abierta que se abre a espaldas de las Meninas, o de tocar las crines de los caballos, e incluso consolar a Vulcano, que, en plena faena en la fragua, no da crédito a las noticias de Apolo sobre la infidelidad de su esposa. Esa increíble destreza de Velázquez para componer sus escenas nos invita a mirar más allá de lo que vemos, nos sumerge en el interior de las personas que retrata. Nos obliga a mirar en profundidad, hasta notar que el tiempo se ha detenido en esas atmósferas incomparables que tanto impresionaron a Manet cuando visitó el Museo del Prado, y que le llevaron a calificar a Velázquez como «pintor de pintores».

Francia tenía una deuda pendiente con Velázquez (1599-1660), al que nunca se le había dedicado una exposición monográfica. Curiosamente, la ciudad con el museo más concurrido del mundo, apenas dispone de cuadros de Velázquez, y eso a pesar de que el último rey, Luis Felipe I, poseía unos 15 en su colección de arte, que estaba depositada en el Louvre. Cuando, en 1848, se vio obligado a abdicar, Francia le entregó las pinturas y todas fueron vendidas fuera del país vecino. En el país se quedaron sólo tres piezas menores, expuestas en museos también de segunda, por lo que los organizadores de esta muestra única han conseguido reunir 51 cuadros del poco más de un centenar que se atribuyen al pintor.

La exposición arranca con un apartado dedicado a los años de formación del artista sevillano, cuando a los 12 años fue confiado al pintor Francisco Pacheco, que terminaría siendo su suegro. Allí comenzó a pintar los primeros bodegones y naturalezas muertas, un género que en aquel momento incluía la representación del pueblo llano, como observamos en La mulata (1617). En 1622, Velázquez visita la Corte por primera vez, y a los 24 años, el rey Felipe IV se rindió a su arte. Años después, realizó su deseado primer viaje a Italia, en el que pintó La fragua de Vulcano (1630), donde ya se atisba el juego de la perspectiva, que pronto llegará a dominar. En la Vista del jardín de la Villa Médicis (1630), Velázquez confiere un aire de frescura y libertad al paisaje, en una pintura que parece impresionista. A su regreso a Madrid, el rey Felipe IV le encargó el retrato del príncipe Baltasar Carlos, el esperado heredero de la Corona, al que vemos acompañado de un bufón en El príncipe Baltasar Carlos con un enano (1631). Los personajes de Velázquez, tanto si son de sangre azul o plebeyos, son tratados con la misma dignidad. De hecho, los enanos y bufones aparecen en muchos de los lienzos del sevillano, retratados siempre con una prestancia especial. Lo comprobamos en Pablo de Valladolid (1635), una pintura que sorprendió a Manet, y sobre la que anotó: «El fondo desaparece. Lo que rodea al personaje, vestido de negro y lleno de vida, es el aire».

Retratos llenos de vida

En su segundo viaje a Italia, realizó uno de los cuadros más impresionantes de la historia del arte, el Retrato del Papa Inocencio X (1650). Este lienzo causó tal impacto en el mundo de la pintura, que se copió en infinitas ocasiones. Francis Bacon realizó hasta 40 interpretaciones de esta obra. Según cuenta la leyenda, cuando el Pontífice vio su retrato, llegó a exclamar: «Troppo vero!» (¡Demasiado real!)

El mejor Velázquez aparece después de sus viajes a Italia. A partir de ese momento, en sus lienzos casi se puede respirar el aire. Una de las últimas pinturas de Velázquez fue la que realizó en 1659 a la Infanta Margarita, pintada en azul y escogida como portada de la muestra. Un año después, a la vuelta de un viaje a Francia con el séquito de la infanta María Teresa para su matrimonio con el Rey Sol, Velázquez enferma y fallece a los pocos días. Seis días después, moría su mujer, Juana Pacheco, fiel compañera que acompañó siempre al artista. Dicen que, tras su muerte, el rey Felipe IV ordenó añadir al autorretrato del pintor la cruz de Santiago, que tanto había ambicionado en vida y que incluso fue el mismo rey quien dibujó la cruz roja sobre el pecho del artista. Pocos pintores han tenido la capacidad de convertirse en referencia de maestros. A la sombra de Velázquez, se han cobijado Manet, Bacon, Renoir, Degas, Picasso… Todos quedaron impactados por la profundidad de sus retratos. La cita en París lo confirma.