Daniel Fernández, enfermero: «La alegría humaniza la asistencia al paciente» - Alfa y Omega

Daniel Fernández, enfermero: «La alegría humaniza la asistencia al paciente»

Daniel Fernández lleva trabajando en enfermería media docena de años. Apenas el 25 % de los miembros de su promoción eran chicos, pero él, desde muy joven, lo tuvo claro: quería ser enfermero para cuidar de las personas más frágiles cuando más lo necesitan, y que en su vida haya felicidad hasta el final. En el Día Mundial de la Alegría, 1 de agosto, Daniel recuerda que esta habilidad debe estar imbuida en los cuidados que se dan al paciente, y que la evidencia clínica demuestra que un paciente al que cuidan con alegría se encuentra mejor

Ana María Pérez Galán
Foto: Ana Pérez.

¿Por qué decidió estudiar Enfermería?
Por una experiencia personal. Un familiar muy cercano enfermó de cáncer y no tenía posibilidad de curarse. Vivía en una zona rural, y en aquellos tiempos era difícil el acceso a paliativos en un pueblo. Le atendió la enfermera del centro de salud, pero lo hizo acompañando, cuidando y aliviando. Me demostró todo lo que se puede hacer cuando otros te desestiman. Yo quería ser con otras personas lo que esa enfermera fue para mi familia, porque el paciente es una persona que vive hasta el final, que necesita cuidados, y merece calidad de vida hasta el último aliento.

¿Qué hay que tener para cuidar de los pacientes?
Para cuidar de los pacientes hay que tener capacidad de entrega, empatía, aptitud profesional y personal, amor por tu trabajo y entrega humanizadora. Luego, cada uno tiene su carisma para encontrarse con el paciente, pero estos son los pilares.

¿Y alegría?
La alegría entra dentro de las habilidades de nuestra labor asistencial, que debemos reflejar e imbuir en nuestros cuidados. La alegría es un endulzante, un envoltorio que acuna los cuidados, humaniza la asistencia y conecta con el paciente. El enfermo tiene derecho a reír, a tener complicidad, y necesita ese rol social que podemos compartir mientras cogemos una vía. Muchos estudios determinan que la calidad de vida percibida por parte de los pacientes aumenta cuando ríen más.

¿Tiene testimonios de personas que han agradecido una sonrisa?
Con frecuencia. Recuerdo a un paciente que trataba mal a todo el mundo. Yo le hice gracia porque, como había que darle la medicación con jarabes y emulsiones, cada una de un color, yo bromeaba y se las comparaba con distintas marcas de bebida: «Mira, esta es como el ron; aquí te traigo crema de güisqui…». La noche que falleció me dijo: «Mira, me traes el último chupito». A través del humor nos reencontramos con una persona preciosa que no conocíamos.

Recuerdo también a otro paciente que era muy aficionado al fútbol, y bromeábamos diciendo que ojalá cuando llegara al cielo los ángeles le recibieran con camisetas del Atleti.

¿Cómo se puede encontrar ese punto de alegría en la adversidad, en circunstancias como las que estamos viviendo?
La alegría no se puede transmitir si uno no es capaz de encontrarla dentro de uno mismo. Para poder encontrar alegría hay que encontrar un punto de trascendencia dentro del cuidado asistencial, apoyado también en aspectos psicológicos, porque son emociones primarias. Tiene una parte centrada en la espiritualidad, pero no es espiritualidad solamente. En el caso de los profesionales, debemos ser conscientes de que todo paciente mantiene en su interior esta capacidad, pero está dormida. Poder arrancar una sonrisa es una necesidad, y también una responsabilidad para los cuidados de calidad.

Para encontrar alegría, necesitamos esperanza, que se traduce en la alegría que viene de encontrarse con el otro. Pero debemos evitar la dictadura de la felicidad, porque en esta sociedad vivimos mucho para la imagen, el estereotipo. La alegría debe ser coherente.

La alegría nace del encuentro. La alegría sin entendimiento es vana. Se expresa con sonrisas, con agradecimientos… Alegría no es solo reír a carcajadas, sino mirar a los ojos a una persona y saber que está para ti.

¿La sonrisa se puede educar?
En mi familia siempre me han enseñado que la sonrisa es un acto de amor. Todos hablamos un lenguaje universal centrado en la alegría, pero vivimos en una sociedad abocada en la amargura. Siempre hay momentos de complicidad, anécdotas familiares… la vivencia clínica te enseña mucho, pero hay que saber del otro, individualizar, no generalizar. El lenguaje basado en el amor tiene como lema el uso del humor.