Capilla del Cristo de los Dolores - Alfa y Omega

Capilla del Cristo de los Dolores

Concha D’Olhaberriague
Foto: www.capillacristodoloresvot.org.

A la derecha de la monumental cúpula de San Francisco el Grande se alza un chapitel más modesto, revestido de pizarra, con ventanucos abuhardillados, muy característico del barroco madrileño. Pertenece a la capilla del Cristo de los Dolores de los franciscanos seglares de la Venerable Orden Tercera, popularmente conocida como San Francisquín. Construida con anterioridad al templo vecino actual, con el cual linda, fue trazada en el siglo XVII por el arquitecto jesuita Francisco Bautista, autor de San Isidro el Real. Del hermano Bautista es asimismo el diseño —aunque no la ejecución—, del baldaquino de madera con forma de templete, cuya figura recuerda al púlpito de San Isidro, que se yergue sobre una base escalonada de jaspe y mármoles y alberga la talla, de autor desconocido, del Santísimo Cristo de los Dolores, con apostura de Resucitado y signos de la Pasión tales como la cruz o las llagas.

La capilla, como era costumbre, se hallaba junto a un convento dedicado a san Francisco de Asís de época medieval, demolido en tiempos de Carlos III para edificar otro mayor. Obra de uno de los arquitectos preferidos del rey, Sabatini, es la galería con arcos que media entre los dos templos y da acceso a la capilla —cuya puerta mantiene un herraje original fechado en 1668—, orientada en sentido opuesto a la basílica vecina. La limpieza de las líneas y la combinación de tres bóvedas distintas —de cañón con lunetos picudos en la nave principal, vaída en el presbiterio y esquifada en la sacristía—, junto con el efecto que produce el Cristo en su majestuoso baldaquino, la cúpula con pechinas y emblemas franciscanos y las pinturas de Martín Cabezalero, hacen de la capilla una obra muy singular del barroco madrileño.

Algún estudioso la considera una muestra del prebarroco, pero lo cierto es que su aspecto se simplificó al retirar de las capillas de la nave los retablos de Churriguera, que lamentablemente se perdieron.

Terciarios franciscanos fueron los escritores más relevantes del Siglo de Oro: Cervantes, Lope de Vega y Calderón, y así lo conmemora una placa de mármol algo deteriorada que se guarda en la sacristía. También tomaron el hábito Quevedo y el propio rey Felipe III y su familia.

Se puede visitar con cita previa.