Las familias y la tecnología - Alfa y Omega

A. M., G. H., y R. C. son padres de hijos de entre 13 y 17 años. Ya antes de la pandemia vivían situaciones de dificultad con ellos, porque las nuevas tecnologías interferían a cada momento.

A. M. asegura que «todo comenzó cuando el niño hizo la Primera Comunión. ¿Cómo no regalarle el móvil que tanto deseaba, si lo tenían sus amigos y él era tan habilidoso en el manejo?». G. H. explica que, en su caso, «la alarma apareció cuando nos avisaron del instituto por cambios de comportamiento» de su hijo: «poco rendimiento, se dormía en el aula y le fallaban la atención, la concentración y la memoria». R. C. completa que esto iba unido a «situaciones de inestabilidad y aislamiento».

«Era un problema que necesitaba atención especializada, y por eso fuimos al servicio de psiquiatría infantojuvenil, donde nos señalaron la realidad del uso excesivo y dependencia de las nuevas tecnologías por parte de nuestros hijos», añade G. H. «Nos conectaron con el COF y su programa de prevención y rehabilitación del uso inadecuado de las tecnologías, dirigido a menores y familias», dice R. C.

Para A. M., «hablar nos ayudó a darnos cuenta de que comportamientos de nuestros hijos como reacciones de tristeza, soledad, enfados, respuestas airadas o mentiras encubiertas, se repetían en casa». También el acceso «a redes, a mensajes —de palabras o de imágenes–, la obsesión por las búsquedas que intentaban ocultar». «Sin olvidar los videojuegos, la participación en campeonatos entre amigos o con extraños, apuestas, etcétera», apunta G. H. Así fue como comenzamos a reconocer y comprender que era un problema familiar, que padres e hijos no éramos enemigos, que era necesario, para afrontar el problema, sumar esfuerzos, llegar a acuerdos y seguir pautas adecuadas. En este camino nos sorprendió el COVID-19.

«Durante el tiempo de confinamiento, aparte del uso exigido por los cambios impuestos, hemos hecho muchas concesiones», asegura R. C. «La pregunta ahora es cómo volver a normalizar las relaciones y la convivencia». El reto es lograr que la pantalla no se constituya en lo principal, y menos en lo único.