Hace ya unas semanas que se puede salir a la calle a jugar con los amigos, y se ha acabado el colegio después de unos meses aislados en los que ha habido que seguir las clases desde casa. A veces no ha sido fácil, porque hay familias en las que solo tienen un móvil para todos los hermanos, o porque los padres no han podido ayudar con los deberes. Los que menos oportunidades tenían han sufrido mayores dificultades.
Para que ningún niño se quede atrás por esta situación, que se conoce con el nombre de brecha digital, hay personas que están ofreciendo clases de refuerzo de una manera también divertida. Así lo está haciendo la Comunidad Sant’Egidio en Madrid a través de su Escuela de la Paz de verano, a la que acuden 50 pequeños de entre 5 y 13 años de los barrios de Pan Bendito, Lavapiés y Maravillas.
El formato de este año es un poco distinto. Beatriz Gómez, su responsable, explica que como «muchos niños no han podido seguir bien los estudios» el grueso de la escuela se ha centrado en ayudarles con esto. Pero además del repaso de las materias básicas, también han visto muchas cosas sobre educación sanitaria porque es muy importante, ahora en tiempos de coronavirus, conocer las claves para prevenir los contagios.
A su vez, se han sustituido las colonias que se hacen habitualmente fuera de Madrid por unas urbanas que incluyen talleres de manualidades, juegos al aire libre en el Retiro, momentos de canto, comida o películas, e incluso está planeada una visita al Reina Sofía.
Ganas de estar juntos
Muchos de los niños de la Escuela de la Paz repiten, y tenían muchas ganas de participar en ella. Nur, de 12 años, es la mayor de tres hermanos y ha vivido unos meses en casa en los que «a veces no sabía qué hacer, y otras se me olvidaba que estaba confinada». Ahora está encantada en la escuela, nos cuenta en un descanso de Mates, porque es «muy divertido» y además coincide con un montón de amigos de su edificio [vive en el barrio Maravillas].
Con ella está Almudena, que tiene «8 años, bueno casi 9, los cumplo el 5 de septiembre», y dice entusiasmada que en la escuela les proporcionan «libros… ¡y estuches!». Lo que más le gusta es que está «con sus amigas, hablamos y hacemos juegos», y por eso anima a otros niños de su cole a ir. De hecho, estos días están aprendiendo que es muy importante convivir, estar juntos y construir un mundo en el que todos tenemos cabida.
Los niños están atendidos y acompañados por voluntarios de Jóvenes por la Paz, y entre todos ellos se crea un ambiente de familia en el que hay mucho cariño. Así lo expresa Borja, de 19 años, que desde hace tres años colabora en la Escuela de la Paz y que, a pesar de haber empezado este año Bioquímica, lo compagina perfectamente, porque «para lo que te gusta siempre sacas tiempo».
A él esto le ayuda a ser consciente de las diferentes realidades sociales y de que no todos tienen una vida fácil «como puede ser la mía». Por eso, «siempre se puede poner un granito de arena», llevando esperanza y amistad a unos niños que, asegura, «están este año muy contentos, ilusionados y con muchas ganas». «Esto es una experiencia de vida».
El servicio Escuela de la Paz nació en Roma en 1968 de la mano de la Comunidad Sant’Egidio como una forma de atención y cuidado a los niños de la periferia de la ciudad que vivían en malas condiciones. Se fue implantando por el mundo a medida que se extendía la comunidad, «con un espíritu de amistad y escucha hacia los más pequeños en su debilidad y vulnerabilidad», señala Beatriz Gómez. A Madrid llegó a en 1988.