Educación para el presente y el futuro - Alfa y Omega

Han acontecido muchas cosas en estos últimos meses con motivo de la pandemia: sufrimientos, desconciertos, indignaciones… pero también muchos han arrimado el hombro, brindando sus vidas al prójimo. En cuestiones educativas no hay magia, no hay salvadores; hay un pueblo con su historia concreta y los interrogantes y las dudas surgen cuando sus valores, reconocidos por todos desde hace muchos siglos, se ponen en duda y dejan de ser operativos.

Para abordar este tema, rescato una vez más los sustantivos más importantes de la vida de un ser humano: hijos y hermanos. Sí, todos somos iguales en dignidad y todos somos hermanos, llamados a una fraternidad universal. No se puede reflexionar sobre las cuestiones más importantes a través de adjetivos, dependiendo de la idea más o menos acertada de un grupo. Son momentos de creación histórica y colectiva, en los que debemos trabajar con todos, entre todos y para todos. Hemos de comenzar a poner ladrillos para un nuevo edificio en medio de la historia, con un presente que tiene un pasado y también un futuro. Hacer una ley de educación para un pueblo es sembrar presente y futuro y, por ello, han de participar todos los grupos sociales. La dignidad de la persona debe ocupar un lugar central y debe darse cabida a todas sus dimensiones, al tiempo que los padres han de tener una palabra fundamental, pues son los responsables de la educación de los hijos.

¿Qué pedimos a una ley de educación? Lo resumo en cinco principios:

1-. El criterio de la universalidad, que desenmascara pensamientos únicos que siempre cierran la posibilidad de la esperanza y elimina falsas utopías que la desnaturalizan. ¡Qué bueno es pensar cuando se hace una ley en todo el hombre y todos los hombres! Nunca debe surgir una ley para defender una ideología, sea la que sea.

2-. El desafío de la creatividad. Hemos de sospechar de muchos discursos, pensamientos, afirmaciones, propuestas que se presentan como el único camino posible. La creatividad desmiente toda falsa consumación y abre nuevos horizontes y alternativas. La escuela cristiana es la que menos debe resignarse a quedarse con lo ya conocido; debe ser signo viviente de que lo que ves no es todo lo que hay, de que otro mundo, otra sociedad, son posibles. Pero ha de ser una escuela que formule caminos de fraternidad, de respeto, arraigada en la verdad, abierta a lo definitivo; una escuela donde la palabra de los padres, que son los que han dado vida a sus hijos, esté presente.

3-. El valor cristiano de la fraternidad solidaria. Todos los que creen en el valor de la persona, creyentes y no, lo avalan: mejora la sociedad. Hay que enseñar y animar al desprendimiento, la generosidad, la equidad, la sobriedad, la primacía del bien común… Vivamos la igualdad y el respeto a todos, al extranjero, a los pobres, a los descartados.

4-. El cuidado del sentido. No podemos descuidar en la escuela los fines, los valores, el sentido, porque sabemos que una técnica sin ética es vacía y deshumanizante.

5-. La dinámica del diálogo entre la fe y la cultura y de la participación. Este momento requiere resolver los nuevos problemas con nuevos modos y la escuela católica tiene mucho que decir por sus siglos de existencia y por su presencia en todas las culturas y en todas las latitudes de la tierra. Animémonos a proponer ennuestras escuelas modelos de vida que incluyan el valor de la justicia social, la hospitalidad, la solidaridad entre las generaciones, el trabajo como dignificación de la persona humana, la familia como base de la sociedad…

¿Existe una novedad más revolucionaria que la verdad? En cuestiones de educación en momentos nuevos hay que lanzarse a la creatividad, que en definitiva es lanzarse a la esperanza. Esa esperanza que no se siente cómoda ni con los pesimismos, ni con los optimismos. ¿En qué sentido podemos ser creativos y creadores? Sabiendo que otro mundo es posible, pero cuidemos dos límites: 1) el mero sueño, es un deseo imposible, y 2) el rechazo de lo actual y el deseo de instaurar algo nuevo que nos lleve al autoritarismo. Una creatividad histórica y participada, desde una perspectiva cristiana, se ha de regir por la parábola del trigo y de la cizaña.

Me atrevo a decir que quienes trabajen en una ley de educación han de ser hombres y mujeres con ideales de los derechos del hombre y de la familia, con los ideales del progreso en esos derechos y en otros nuevos, conscientes de que la dignidad de la persona humana ocupa un puesto central. Nuestras escuelas cristianas son instituciones donde se ensayan nuevas formas de relación, nuevos caminos de fraternidad. La escuela que hagamos ha de ser capaz de sorprender siempre, arraigada en la verdad. Nuestra escuela es inclusiva, pues se incluye a todas las personas en la totalidad de sus dimensiones.