Una invitación a dar esperanza - Alfa y Omega

Una invitación a dar esperanza

La fe es importante para una parte significativa de los españoles y de las víctimas, y en una democracia madura no puede quedar relegada al interior de las casas

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Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

Más de 28.000 personas fallecidas por coronavirus oficialmente. Miles y miles de familias rotas. Con ellas en el corazón, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) organizó una emotiva Misa funeral el pasado lunes en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. «Lo primero y más humano es llorar y sentirnos solidarios con las lágrimas de miles de personas que han perdido a sus seres queridos y que aún viven las consecuencias de un duelo tan complejo», subrayó el cardenal Carlos Osoro, con la vista puesta en los 70 familiares de difuntos que ocupaban una de las naves laterales.

Acompañarlos en estos momentos es una de las tareas fundamentales de la Iglesia, como lo es recordar que «no estamos solos», que «Dios no nos deja», en palabras del arzobispo de Madrid. Los cristianos –según explicó– debemos dar esperanza: debemos compartir que la muerte nunca tiene la última palabra y demostrarlo cada día amando, a veces hasta el extremo, como lo hizo Jesús. Porque enfrente, aunque nos hartemos a poner adjetivos, no hay más que «hijos de Dios» y así «hermanos».

El vicepresidente de la CEE celebró que, «frente al sectarismo, a la crispación y al enfrentamiento», en esta pandemia se ha visto «cómo muchas personas, creyentes y no creyentes, sacaban lo mejor de sí mismas y daban una sencilla lección de solidaridad hasta dar la vida por cuidar la ajena». Y aludiendo a la labor del personal sanitario, los empleados de supermercado, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, los periodistas, los voluntarios o los sacerdotes, entre otros, pidió seguir sumando esfuerzos «para que nadie se quede atrás» con la crisis económica que ya está aquí.

Estas palabras fueron escuchadas en directo por los reyes, la vicepresidenta Carmen Calvo y numerosas autoridades, así como por representantes de otras religiones. Su presencia no pone en cuestión la aconfesionalidad del Estado, como sostiene parte del espectro político, sino que la reafirma. La fe es importante para una parte significativa de los españoles, también para una parte importante de las víctimas, y en una democracia madura no debe quedar relegada al interior de las casas.