La semilla cayó en tierra buena - Alfa y Omega

La semilla cayó en tierra buena

XV Domingo del tiempo ordinario / Mateo 13, 1-23

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: Cathopic.

Tras haber escuchado parte de los dos primeros discursos de Jesús, los conocidos como el Sermón de la Montaña y el Discurso de la Misión, entramos en el tercero, que recoge una serie de parábolas ambientadas, como es habitual en el modo de explicar Jesús el Reino de los cielos, en imágenes sacadas del ámbito rural y familiar. La siembra constituye para el hombre una tarea imprescindible, puesto que de ella depende la alimentación y, en último término, la vida misma. Pero hay algo que no depende de quien siembra, sino de una serie de factores, tales como la meteorología, la riqueza del terreno o la preparación del mismo, que sirven a Jesús para explicarnos que en la revelación del Reino de los cielos él es el sembrador, el hombre es la tierra y la semilla es la Palabra de Dios.

La Palabra es eficaz

Estamos acostumbrados a escuchar a Jesús recordarnos el valor de lo pequeño, lo humilde, lo insignificante, lo que pasa desapercibido. Y así lo aclara a menudo, tanto cuando quiere buscar el cambio de vida de los arrogantes o los seguros de sí mismos, como cuando pronuncia algunas de sus parábolas, como, por ejemplo, la del grano de mostaza. Si hay algo que destaca en particular en la semilla es el contraste entre el diminuto tamaño de un grano y la enorme fuerza interior que contiene en sí. De un modo explícito lo explica Isaías en la primera lectura de este domingo, al comparar la Palabra de Dios con la lluvia y la nieve que fecundan y hacen germinar la tierra. Pero hay una frase especialmente interesante: «Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía». Es esperanzador escuchar que estas palabras, que significan lo mismo que decir que las acciones del Señor, o la salvación alcanzada por Jesucristo, o la fuerza del Espíritu Santo son eficaces. Aquí entra en juego el otro factor necesario, la disposición de la tierra, del hombre que acoge la Palabra. Sin embargo, siempre lo que cae del cielo queda en la tierra. Inmediatamente pueden venirnos a la cabeza los aparentes fracasos tantas veces en la tarea misionera y evangelizadora, es decir, personas en las que se ha tratado de sembrar, pero en las que no vemos resultados. Por eso, poner la confianza en la eficacia de la Palabra y de la acción de Dios puede ayudarnos a poner en las manos de Dios cualquier misión catequética o evangelizadora que llevemos a cabo, ya que, de la misma manera que el campo tiene sus tiempos para que germine la semilla, también personas que durante años parecen haber sido indiferentes o incluso contrarias a la acogida de la Palabra de Dios, pueden en un preciso momento o mediante un proceso paulatino, a través de circunstancias determinadas, pero nunca casuales, cambiar de vida. Todos conocemos a quienes a través de un acontecimiento intenso de su vida, de un retiro espiritual, de una conversación con un amigo o de un contacto comprometido y no superficial con quienes más sufren (pobres, enfermos, ancianos solos), han percibido de un modo nuevo y han hecho suyas tantas enseñanzas y hechos que hasta ahora parecían dirigidos a otras personas, pero no a ellas. Por eso, la parábola del sembrador contiene no solo una explicación sobre los distintos tipos de tierra en los que puede caer la semilla, sino también un mensaje de ánimo hacia los misioneros, predicadores, catequistas, padres, que pueden verse invadidos por un desánimo o por un sentimiento de culpabilidad o de fracaso al ver que tras años de siembra no parece recogerse fruto alguno.

Con todo, no podemos olvidar la otra cara de la moneda: ciertamente la Palabra de Dios es eficaz y la salvación del hombre ha sido llevada a cabo. Pero el Maligno sigue actuando, tratando de distraernos de nuestra verdadera finalidad en la vida y ofreciendo alternativas muy atractivas y con el peligro de desviarnos del verdadero sentido de nuestra vida.

Evangelio / Mateo 13, 1-23

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a Él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló de muchas cosas en parábolas:

«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, 60; otra, 30. El que tenga oídos, que oiga».

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del Reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría, pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o 60 o 30 por uno».