Calcuta: La caridad como misión - Alfa y Omega

Calcuta: La caridad como misión

Eva Fernández

A las 6:30 de la mañana, Calcuta empieza a desperezarse. Las Misioneras de la Caridad ya llevan un buen rato rezando. Ése es su gran secreto para llevar a cabo el cuarto voto de servicio libre y de corazón a los más pobres de entre los pobres. En estos momentos, más de 5.000 monjas trabajan en 136 países con la misión -en palabras de Madre Teresa- de «cuidar de los hambrientos, los desnudos, los sin hogar, los lisiados, los leprosos… de toda esa gente que se siente indeseada, rechazada, sin cariño». A las 6:30 de la mañana, el monzón en Calcuta convierte el ambiente en irrespirable. El termómetro marca 40 grados. Dos Misioneras de la Caridad, envueltas en su inconfundible sari blanco ribeteado de rayas azules, caminan hacia la Casa Madre. Por la calle, pululan cientos de personas entre animales, basuras, bicicletas y coches, pero sólo ellas reparan en un anciano escuálido, lleno de suciedad, que tumbado en la calle intenta quitarse con un palo el pus que expelen las llagas infectadas de sus pies. Ellas sí tienen ojos para él y, sin importarles su suciedad, se agachan, curan y limpian con sus manos los pies de ese anciano, en cuyos ojos se intuye agradecimiento. Intentan llevarlo a alguna de sus casas para cuidarlo, pero él se resiste. Ha vivido en la calle y en ella quiere morir. No sabe estar en otro sitio. A partir de ese día, cada mañana recibió la visita, el cariño y los cuidados de alguna de las hijas de la Beata Teresa de Calcuta. Y no murió solo. Era hinduista, al igual que la mayoría de enfermos, pobres y desahuciados que cuidan las Misioneras de la Caridad en la India, donde lo habitual es que se abandone en la calle a los niños que nacen con deformidades o enfermedades mentales. Donde lo normal es que los ancianos o enfermos improductivos se disputen su comida con las ratas. En un viaje en tren, Madre Teresa escuchó la voz del Señor llamándole a entregarse a los más pobres. Hoy, todos sus hijos espirituales, siguiendo su ejemplo, continúan escuchando en cada persona que llama a su puerta aquel grito del Señor en la Cruz: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Ése es el grito por el que todos los días, tanto en Calcuta como en el Bronx neoyorquino, Etiopía o en su hogar para enfermos de sida madrileño, se lanzan a las calles en busca del pobre, del desahuciado o de la madre que quiere abortar. En el fondo, todos podemos encontrar un trozo de Calcuta en nuestro entorno. Como decía Madre Teresa, «Calcuta is everywhere», por lo que, quizás, más cerca de lo que nos imaginamos, alguien sigue teniendo sed.

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