Jorge León: nuevo fracaso - Alfa y Omega

Jorge León no se podía suicidar solo: necesitó la ayuda de alguien. Lo hemos visto por televisión. Así lo preparó quien quiso utilizarlo con fines propagandísticos. Era el caso idóneo para enarbolar de nuevo la bandera eutanásica. Por eso hoy, después de su muerte, le conoce toda España. Junto a Ramón Sampedro, son presentados como mártires de un sistema que no admite que exista un derecho a ser matado cuando uno quiera y como quiera.

La similitud entre las campañas mediáticas de la despenalización del aborto anteriores a 1985, y de la eutanasia en la actualidad, es extraordinaria. Cuando empezaba la campaña de despenalización del aborto, se presentó el caso extremo de la violación para modificar la opinión pública. Jorge León es también un caso límite. El tetrapléjico inmóvil que quiere morir y la mujer violada provocan una falsa compasión que toca al sentimiento del momento. Lo mismo ocurre con la autonomía individual exaltada al extremo, ¿recuerdan? ¡Nosotras parimos, nosotras decidimos! En definitiva, la finalidad de ambas campañas es confundir e inventarse derechos subjetivos, eliminando de raíz los deberes que tenemos con los demás.

Los defensores de la eutanasia insisten en que «lo que se hace, hay que regularlo», que la ley controlará los suicidios asistidos y eutanasias que ahora nadie puede contabilizar. La despenalización del aborto es un precedente evidente de esta falacia. Hoy el aborto no está bajo el control de nadie, aumenta año tras año y no cumple la legalidad vigente. ¿No va a pasar lo mismo con la eutanasia?

El reto ante el avance de la mentalidad proeutanásica es importante y nadie puede eludirlo. Las iniciativas concretas para la protección de los ancianos y moribundos, que fueron poco decididas con el aborto, no pueden faltar ahora. No podemos ser espectadores pasivos del devenir político y social. Se espera mucho de los que valoramos la vida como un don recibido que no pierde su valor, ni su dignidad ante la muerte o enfermedad. La medicina paliativa, sumada al auténtico calor humano, es la mejor solución para que los enfermos no pidan nunca la eutanasia.

El mejor mensaje que podemos transmitir al hombre doliente, citando a Joseph Pieper, es Qué bueno que tú existas, porque compartir tu sufrimiento me mejora como persona, me purifica de mis egoísmos interesados, para entrar en una donación, que no mira la calidad de vida, sino que reconoce en el enfermo un prójimo merecedor de lo mejor de mis acciones, por muy duras que sean las circunstancias. Ésta es la revolución silenciosa que necesita nuestro mundo. Es el único arma ante la eutanasia.

Isabel Viladomiu Olivé