La Madre de Dios, en la infancia de los Ratzinger - Alfa y Omega

La Madre de Dios, en la infancia de los Ratzinger

Las oraciones y las muestras de piedad más sencillas pueden encerrar altísimas formas de espiritualidad. El primer sábado de mayo, en la basílica romana de Santa María la Mayor, el Papa afirmaba que el Rosario «encierra en sí la fuerza sanadora del Nombre santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada Avemaría», y recordaba la importancia de ésta y otras devociones en su camino personal de fe. Acaba de hablar también sobre ello su hermano, el sacerdote monseñor Georg Ratzinger

Ricardo Benjumea
El Papa y Georg Ratzinger, en el jardín de la casa familiar en Pentling, cercana a Ratisbona: septiembre de 2006, durante el segundo viaje del Papa a Alemania.

«En la experiencia de mi generación, las tardes de mayo evocan dulces recuerdos relacionados con las citas vespertinas para rendir homenaje a la Virgen», confesaba el Papa, tras presidir el rezo del Rosario, el pasado día 3. «¿Cómo olvidar la oración del Rosario en la parroquia, en los patios de las casas o en las calles de las aldeas?».

Unos días más tarde, el National Catholic Register, el periódico católico decano de los Estados Unidos, completaba la publicación de una extensa entrevista con el hermano mayor del Papa, el sacerdote Georg Ratzinger, que arrancaba con la infancia en Baviera, y con cómo la familia mantuvo la fe «durante las dificultades». Hitler fue nombrado Canciller alemán cuando Joseph aún no había cumplido los 6 años; María, la mayor (1921-1991), tenía 11 años, y Georg, 9. El nacional-socialismo gobernaba ya en Baviera, y Joseph Ratzinger padre debía cargar con el estigma que le acarreaba tanto a él como a su familia su oposición al partido que veía como el Anticristo.

De esta época, a Benedicto XVI le vienen, sin embargo, primero los recuerdos agradables, no muy distintos de los que evoca también su hermano mayor cuando habla de su niñez. La Virgen está siempre muy presente: «Desde muy pronto, la Madre de Dios jugó un papel integral en nuestra vida espiritual -dice al NCR-. En casa de nuestros padres, solíamos rezar el Rosario, arrodillados en el suelo, apoyados en sillas. Eso nos enseñaba muy claramente lo importante que es la Madre de Dios para un cristiano. También observábamos las fiestas marianas. Y mi madre y mi hermana se llamaban María… Obviamente, el nombre ha sido muy importante en mi familia. Además, visitábamos el santuario de Altötting. Sabemos que estamos en deuda con la Madre de Dios y que podemos llevarle todas nuestras preocupaciones… El Rosario, el rezo del ángelus los domingos, las procesiones del Corpus Christi en Baviera… Estas prácticas de piedad popular hacen la fe de uno personal, no abstracta o formal, sino personal, humana y preciosa, una fe que impregna toda la historia de nuestra vida y reclama un lugar esencial».

Un terreno abonado para la vocación

En 1935, Joseph Ratzinger seguía los pasos de su hermano y se hacía monaguillo. Poco después, a los 12 años, ingresa en el seminario menor de Traunstein. Son tiempos difíciles para los católicos alemanes. El régimen nacional-socialista acababa de cerrar la Facultad de Teología de Múnich y se disponía a prohibir los crucifijos en las escuelas, preludio de duras persecuciones.

Los hermanos Ratzinger, como todos los jóvenes de su edad, serían alistados a la fuerza durante la guerra. Y después, hechos prisioneros por los aliados. El Papa recuerda la liberación como uno de los momentos más felices de su vida. Monseñor Georg Ratzinger lo avala. La llegada a casa fue angustiosa, porque era una incógnita qué iba a encontrarse. Corrió hacia el hogar: «Mi madre estaba de pie junto a la fuente, mi padre estaba en casa, mi hermano había regresado del cautiverio y mi hermana también estaba allí. Ése fue probablemente el momento más dulce de mi vida».

Como protegida por el manto de la Virgen, la fe de los hermanos Ratzinger seguía robusta. De hecho, no tardaron en responder a la llamada de una vocación que había entrado en sus vidas poco a poco, desde la infancia… Monseñor Ratzinger explica que «la vocación se desarrolló de forma gradual», y que encontró el apoyo total de la familia, el humus en el que esas vocaciones habían surgido y encontrado un terreno fértil.

Desde aquello han pasado décadas, y la Providencia ha llevado a cada hermano por un camino distinto. Monseñor Georg Ratzinger describe, sin embargo, con toda naturalidad, una relación entre dos hermanos sacerdotes que siguen hablando con frecuencia, que rezan juntos y celebran la Eucaristía, siempre bajo presidencia del hermano menor, no sólo por ser el Papa, sino porque Georg tiene problemas de vista y no puede leer. No obstante, ciertas cosas han cambiado necesariamente después de que Joseph fuera elegido sucesor de Pedro… Hay, por ejemplo, un viaje que se ha resignado a aceptar que ya nunca podrán hacer juntos: Santiago de Compostela, «aunque también me hubiera encantado ver Toledo, con sus maravillosas y grandes iglesias… Hoy, he descartado aquello, pero durante mucho tiempo fue mi sueño».