Honremos a los muertos - Alfa y Omega

Han transcurrido casi 100 días desde que en España se decretara el Estado de alarma a causa de la pandemia de la COVID-19. Durante este tiempo se han diagnosticado por PCR un total de 246.272 personas, y la cifra de fallecidos, según datos oficiales, alcanza los 28.323. Los forenses nos aseguran, sin embargo, que estas cifras oficiales no cuadran y que es posible que nunca podamos saber el número real de personas fallecidas.

Y no se podrá saber, entre otras cosas, porque el 75 % de los de los fallecidos fueron incinerados por orden gubernativa sin que se les practicara una prueba diagnóstica que certificara la causa exacta del fallecimiento. Es verdad que el Gobierno podría reconocer como muertes por COVID-19 todos los fallecimientos de los pasados meses, pero es poco probable que se extienda este reconocimiento a todas las personas que han perdido la vida desde mediados del mes de marzo. Eso significa que no sabemos cuántos son y, peor aún, que no sabemos quiénes son. Fallecieron solos y en el más estricto anonimato.

Los cadáveres no fueron velados y muchos fueron trasladados a lugares remotos porque los tanatorios y morgues de las ciudades en las que fallecían no tenían espacio para albergar tantos muertos. ¿Cómo vamos a honrar su memoria ahora que se ha extinguido el Estado de alarma y se ha decretado el fin de la excepcionalidad? Diez días de luto oficial, ¿son realmente suficientes? Siento que la sociedad española está moralmente obligada a sacar del anonimato a los miles de fallecidos. Y siento que los ciudadanos católicos estamos doblemente obligados a hacerlo.

Las parroquias de toda España saben a cuántos feligreses han perdido. Lo saben las residencias de ancianos tuteladas por entidades religiosas, lo saben los colegios a los que acuden los hijos o los nietos de los fallecidos. No sería difícil invitar a las familias a celebrar la memoria de sus muertos. No importa si son creyentes o no. No importa cuál es el grado de aprecio que sientan por nuestra Iglesia. No se trata de que vengan a buscarnos para que celebremos sus funerales. Se trata de salir a su encuentro y ofrecerles un espacio de acogida y memoria en el que recordar a sus seres queridos y en el que recibir el cariño del que se han visto privados durante tantos meses de confinamiento. ¡Hagámoslo! Y que sea una iniciativa verdaderamente católica que no entienda de geografías particulares.