Lo importante: el Sí a Cristo - Alfa y Omega

Lo importante: el a Cristo

Ofrecemos la entrevista que, el pasado domingo, le hizo al arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, para la Cadena COPE, el sacerdote Javier Alonso Sandoica

Javier Alonso Sandoica
Un momento de la homilía de Benedicto XVI en la Misa de clausura de la JMJ de Madrid 2011, en Cuatro Vientos.

Todavía se oyen los ecos de la Jornada Mundial de la Juventud, momento de gracia para toda España, para todos los jóvenes, esa nueva generación Benedicto XVI de la que usted habló en la Misa inaugural de la JMJ…
Los ecos siguen vivos; han tenido incluso repercusiones en la vida pública española, esa clasificación de finalista de la Jornada Mundial en el Premio de la Concordia, de la Fundación Príncipe de Asturias, que refleja lo que muchísima gente te cuenta y te explica, a lo largo y a lo ancho de la geografía española, y fuera, más allá de las fronteras de España, sobre lo que significó de experiencia humana honda, densa. La palabra, y la realidad, alegría, la palabra y la realidad generosidad, la palabra y la realidad espíritu de servicio, la palabra y la realidad solidaridad, se pusieron muy claramente de manifiesto. Y, claro, eso tiene una explicación de fondo, que es lo que en sí misma era la JMJ, un gran encuentro de la Iglesia con sus jóvenes, convocados por el Papa, para acercarse a Cristo, para decirle a Cristo. Lo importante de la JMJ es no perder de vista dónde estaba la fuente de todo lo que se vivió, de todo lo que se ofreció y de todo lo que ha repercutido en la opinión pública, y que quedará en el recuerdo de tantos y tantas que lo han vivido en directo, como protagonistas; los jóvenes en especial, pero también las personas mayores, y no en último lugar las familias, sin las cuales tampoco se puede explicar mucho la JMJ.

Hay muchos jóvenes que están dispuestos a tomarse en serio su vocación; pero ¿cómo podemos hacer para que no sea exclusivamente un momento de emoción primera, sino que vaya cuajando y la acción, la gracia del Señor, vaya acompañándoles permanentemente?
Yo creo que la hondura de lo que se vivió, aunque se pueda calificar también como emoción, como momento emotivo, fue grande; muchas vidas de los jóvenes se encontraron frente a frente con el Señor, y hasta lo más íntimo de sus almas, de sus inquietudes, de sus grandes interrogantes, y de la necesidad de encontrar la respuesta. Sí, la encontraron en Él; y, en fin, las noticias de conversiones, el gran encuentro con el Señor, sobre todo cuando se viene de la indiferencia, del abandono de la vida religiosa, incluso de situaciones y de ámbitos hostiles, y como punto de referencia situaciones familiares o educativas, etc.; además de esas grandes conversiones, es evidente que muchos han encontrado ya el camino claro de su vida, la dirección clave que tienen que tomar, a la hora de responder al Señor. Y noticias de vocaciones sacerdotales que se aclaran, de vida consagrada que se aclara, y también de encuentros, de descubrir aquella persona que el Señor ha puesto delante de tu vida para que la quieras y emprendas, con ella, el camino del matrimonio cristiano. Todo eso se ha dado, y se dará, a lo largo de estos meses, y hay que cuidar esa especie de planta fresca, o de semilla que empieza a romper la costra del corazón y de la conciencia y a mostrarse, esos primeros momentos de biología espiritual que después fructifican y florecen en la vocación. Eso se hace en la Iglesia. Uno de los momentos del magisterio de Benedicto XVI más hermosos de la JMJ fue el de su homilía de la Misa del domingo, en la que el Evangelio del de Pedro a Cristo resonó como una invitación a todos los jóvenes a hacer lo mismo, pero con él, con el de Pedro, y en la comunión de todos los discípulos del Señor, confiado a los sucesores de los apóstoles, y de una manera singular e insustituible y única al sucesor de Pedro, cabeza del Colegio y pastor de la Iglesia universal, en que se hace especialmente visible para toda la Iglesia la presencia del Señor en la Iglesia.

Familia y evangelización

Un ámbito en el que desarrolla el joven la fe sigue siendo, evidentemente, por principio, la familia, donde nace y crece la fe. Han sido las palabras del Papa un aldabonazo también para esa vida en familia.
Primero, hay que agradecer a muchísimas familias de Madrid, y de fuera de Madrid, de las distintas diócesis de España, su espíritu de acogida de los jóvenes en la semana de los días previos, y sobre todo la semana de Madrid. Hay que agradecer también la disponibilidad con que respondieron a la petición de voluntarios, de que sus hijos e hijas se entregasen a las distintas, variadas y dificilísimas labores de la preparación y desarrollo de la Jornada. Hay que agradecerles también la apertura para que sus hijos pudieran participar, a fondo. De algún modo, la familia incluso, a veces, ha estado hasta presente con sus hijos e hijas jóvenes, y menos jóvenes, y ellos siendo también todavía matrimonios y familias jóvenes. Sería muy interesante, por ejemplo, saber cuántas familias jóvenes, que tienen todo derecho a participar en una Jornada Mundial de la Juventud, como familia joven, estuvieron presentes en Cuatro Vientos, entre esos casi dos millones; cuántos hablaron y usaron los móviles operativos: nos dicen las compañías especializadas del sector que fueron millón quinientos setenta mil móviles operativos que se registraron en Cuatro Vientos. ¡Cuántas familias habrán intervenido en ese conjunto de comunicación, no sólo técnica, sino espiritual de esos días! La familia hay que cuidarla muchísimo, pertenece a la esencia misma de la configuración, del tejido, de la realidad humana más fundamental y más esencial, que es la sociedad, la gran comunidad humana, que termina siendo después comunidad política, Estado, o comunidad internacional. Y, luego, para la Iglesia; la Iglesia es descrita como familia de los hijos de Dios; se entreteje de las familias de los hijos de Dios, que se unen en matrimonio para vivir el misterio de la unión de Cristo con su Iglesia, la unión esponsal que hace fecunda la vida espiritual, y la vida que salva al hombre y que, por su puesto, hace de la familia un instrumento esencialísimo de evangelización.