«Si la Cruz ha movido todo esto, imagina la JMJ» - Alfa y Omega

«Si la Cruz ha movido todo esto, imagina la JMJ»

Últimas etapas de la peregrinación de la Cruz de los Jóvenes y el Icono de la Virgen por España. Después de más de veinte meses de recorrer España en furgoneta, barco y, sobre todo, a hombros de los jóvenes, la Cruz de la JMJ y el Icono de la Virgen concluirán, en pocas semanas, su recorrido por España. Han visitado ya 64 diócesis, y, aunque el objetivo principal era dar a conocer y ayudar a preparar la Jornada Mundial de la Juventud, sus frutos han ido mucho más allá. Jóvenes y adultos, presos y niños, enfermos y sacerdotes dan claro testimonio de ello

María Martínez López
Niños y jóvenes portan la Cruz en Ávila, el 16 de octubre pasado.

Han pasado menos de tres semanas desde que la Cruz de los Jóvenes y el Icono de la Virgen dejaron Granada. Ahora se encuentran en Jaén, y sólo les quedan seis diócesis para concluir, el 17 de julio, la peregrinación por España que comenzaron en septiembre de 2009, en Madrid. Manuel Ruiz es uno de los voluntarios que los acompañaron en Granada: «Se habla de que la Iglesia está muerta, y no sabía cómo iba a responder la gente». Pero ahora puede afirmar que, aunque acabaron agotados, ha valido, y mucho, la pena.

En su peregrinación, la Cruz y el Icono han supuesto un revulsivo, pues -y ése era el objetivo- recordaban la proximidad de la JMJ y la necesidad de trabajar por ella. Este mensaje ha llegado a jóvenes con nombre y apellidos, como Victoria Tiomiro, quien, a pesar de ser creyente, nunca había colaborado con la Delegación de Juventud de Coria-Cáceres. Eso cambió con los preparativos de la JMJ y de la visita de la Cruz, en enero. Los jóvenes de su cofradía, Nuestro Padre Jesús Nazareno, quisieron implicarse más en la pastoral juvenil, y ella, como vocal de Juventud -en cada cofradía, por deseo del obispo, monseñor Francisco Cerro, hay uno-, se puso a la cabeza. Luego, dio el paso a participar activamente en la pastoral juvenil diocesana. «Aunque lo compatibilizo con la tesis y un máster, no es algo pesado; me hace más feliz» que las otras ocupaciones, explica.

En Gijón, Francisco Barbón tuvo una experiencia similar: no sabía mucho sobre las Jornadas, pero al vivir, en septiembre, la visita de la Cruz, «me fui encontrando con jóvenes que creen lo mismo que yo. Después de una de las celebraciones, se hizo una especie de pincheo, y empezamos a pedirnos direcciones y teléfonos. En menos de un mes, habíamos puesto en marcha un grupo. La idea inicial fue dar a conocer al resto de chavales lo que era la JMJ, y compartir todo lo que nos transmitió la Cruz. Pero fue creciendo: hicimos una convivencia de Navidad, organizamos en Gijón la oración de jóvenes que se hace cada mes en un lugar de la diócesis… Lo que nos piden, ahí estamos». Y, tras la JMJ, «supongo que vendremos con fuerza para seguir adelante. Si la Cruz consiguió mover todo esto, imagínate la Jornada».

Victoria y Francisco están ya en la veintena, pero, durante la visita de la Cruz a Cáceres, a Victoria le impresionaron los voluntarios más jóvenes: «Transmitían toda su alegría y energía desde las ocho de la mañana, a pesar del cansancio, y te animaban a seguir. Dan muchísimo más ejemplo ellos, porque lo tienen más difícil».

Juan Pablo II, la Cruz, María y los jóvenes

Es una de las preguntas más frecuentes que se hacen quienes han entrado en contacto con la Cruz de los Jóvenes: ¿qué tiene, que toca así la vida de la gente? Las respuestas son muchas: es un regalo de Juan Pablo II, ha estado en todas las JMJ, ha recorrido el mundo pasando por miles de manos… Pero hay una que une todas estas respuestas a un nivel más profundo: los dos símbolos de la JMJ resumen a la perfección la figura y el pontificado de Juan Pablo II. El Papa que, a los pocos meses de ser elegido, dedicó su primera encíclica a Cristo como Redentor del hombre, quiso que el Año de la Redención, que convocó para 1984, estuviera presidido por esa gran Cruz de madera que, luego, entregó a los jóvenes para que la llevaran por todo el mundo, «como signo del amor del Señor Jesús». Tanta era su fe en ellos, que poco después convocó las Jornadas Mundiales de la Juventud. Ese Papa, que jugó un papel clave en la caída del bloque comunista, les pidió, en 1985, que llevaran la Cruz tras el telón de acero, donde llegó camuflada como tablones. Eran las primeras etapas de una larga peregrinación por todo el mundo, tan dura que ha obligado a que la Cruz original, ya muy dañada, permanezca en Roma, y sea una réplica la que continúe visitando países. Y, por último, fue el Papa del Totus tuus, que consagró su pontificado y todo el mundo a la Virgen, quien decidió, después de la JMJ de Toronto -la última que presidió-, que la Cruz estuviera siempre acompañada por el icono de Maria, Salus Populi Romani.

Encuentros en el silencio

Sin embargo, el gran papel que han jugado la Cruz y el Icono en los preparativos de la JMJ no se reduce a animar a la gente a participar e implicarse en ella, sino que también han sido un elemento clave de su preparación espiritual. Victoria recuerda cómo, rezando ante ellos en el convento de Santa Clara, «sentí algo difícil de describir. En ese silencio que sólo pueden transmitir las paredes de un convento, me invadió la presencia de Jesús, sentí más ese amor que representa la Cruz». También Beatriz Antón, de Burgos, vivió una experiencia similar en una Vigilia: «Me di cuenta de la importancia que debe tener Cristo en nuestras vidas: Él murió por nosotros, y le debemos el tener eso presente cada día, no sólo viendo la Cruz».

Como voluntaria de la Delegación diocesana de Juventud, Beatriz estuvo implicada, en octubre, en llevar la Cruz a los demás, lo que le permitió «ver cómo la esperaba la gente. Y eso, incluso sin haberla visto todavía yo, me llenaba de mucha alegría. También fue de gran ayuda ver cómo se acercaban a besarla y tocarla, porque entendí la importancia de la Cruz, que a veces obviamos». En Granada, se ha repetido lo mismo -relata Manuel- «allá donde fuéramos», pueblos grandes o pequeños, «como los de la Alpujarra. Hemos visto a la gente disfrutar, reír y llorar. Hubo sitios donde la gente llevaba tres horas esperando. Y actuaban con respeto, cogiéndola y llevándola con orden».

Cara a cara con la Cruz

Si ha habido una constante en la peregrinación de la Cruz y del Icono, es la huella que han dejado sus visitas a lugares de sufrimiento. Ver a la gente de los hospitales y las cárceles tocar la Cruz «con tanta fe», subraya Victoria, «fue un ejemplo para los jóvenes, que nos sentimos a veces un poco perdidos. También me llamaron la atención las personas mayores. La sonrisa con la que se acercaban a besarla transmitía una experiencia de Dios que nos hace falta a nosotros». En su recorrido por Orihuela-Alicante, el padre Marcos Andréu, Director del Secretariado de Infancia y Juventud, recordaba «la visita a una residencia de ancianos. Fue muy bonito ver a los jóvenes y los mayores rezando juntos, y rezando los unos por los otros».

Don Javier Porro, su homólogo en Santiago de Compostela, narra cómo en una parroquia celebraron la Unción de enfermos. «Entre ellos, estaba la madre de una niña de catequesis». Cuando la catequista invitó a la niña a pedirle a Jesús por su mamá, respondió: «Sí, yo le rezo cada día. Estoy segura de que Jesús nos va ayudar. La madre, claro, se emocionó».

También en las cárceles se han vivido momentos sobrecogedores: en la de Ocaña II -recuerda el padre Raúl Tinajero, Delegado de Juventud de Toledo-, hubo un momento de testimonios, y un preso, sin haber escrito nada, «nos habló, desde el corazón, de su historia, de cómo había tenido que ir a la cruz de la cárcel para descubrir la cruz de la salvación. Cuando llegó a la cárcel, se dio cuenta de dónde estaba la Vida, recuperó a su familia…, y ahora sabía que la esperanza solamente estaba en Cristo».

La Cruz pasa por la Puerta Santa de la catedral de Santiago de Compostela, el 1 de enero pasado, durante la clausura del Año Santo Compostelano.

El ministerio de los sacerdotes

Jóvenes, enfermos, presos…, todos han experimentado el atractivo de la Cruz y el Icono; también los sacerdotes. Al mismo padre Raúl le impactó el paso de la Cruz por su pueblo natal: «Verla donde fui bautizado, donde empecé a ser monaguillo, o por donde pasé el día de mi primera Misa… Me emocioné, y entendí el gran amor que había tenido Dios en toda mi vida. Comprendí mucho mejor mi ministerio: es vivir esa Cruz, y mostrarla como esperanza para el mundo».

En Santiago -subraya don Javier Porro-, «los sacerdotes estuvieron muy implicados» en la visita de la Cruz. «Me quedo con la cara de sorpresa de algún compañero. Uno de ellos, con 45 años de experiencia pastoral, muy trabajador, me decía que se había emocionado en una Vigilia dirigida por jóvenes; nunca había sentido una experiencia de Dios tan fuerte como orando delante de esta Cruz».

Las historias se amontonan; y todo, gracias a la intuición de un Papa, ahora Beato. Desde Granada, Manuel concluye su relato recordando que despidieron la Cruz y el Icono en la misma Misa de acción de gracias por la beatificación de Juan Pablo II. Vivir estas dos experiencias, unidas, «me ha ayudado a ver que las cosas no están tan mal como las pintan».

Testimonios de los Delegados, del programa Cuatro Vientos, de Radio María.