Estar en primera fila - Alfa y Omega

Un grupo de siete seminaristas de la Iglesia católica clandestina llamó a nuestra puerta. Su formador nos escribió pidiéndonos ayuda para poder venir a Madrid para participar en la Jornada Mundial. «Sería muy importante para ellos experimentar la universalidad de nuestra fe y la comunión con el Papa y con los católicos de todo el mundo», argumentaba.

La carta, recibida por correo electrónico, está redactada en lenguaje figurado y simbólico, de manera que quien no conoce el Evangelio no se entera de su contenido. A veces vivimos en el limbo de nuestra burbuja, y olvidamos de que muchos hermanos en la fe siguen viviendo en circunstancias extremas.

No es sólo en el Extremo Oriente: cada vez que el telediario muestra imágenes de las revueltas en los países de Oriente Medio, me vienen a la cabeza lo que estarán pasando las comunidades cristianas de esos países, que deben vivir en un ay porque la situación puede torcerse en cualquier momento. Recuerdo por ejemplo la Misa a la que asistí en una casa alquilada de un barrio periférico de Kuwait: éramos unas sesenta personas, y no se podía responder en voz alta a las oraciones, porque el Gobierno no había autorizado el culto en esa casa, y el vecino de arriba era un imán…

Cada uno debería preguntarse si está haciendo todo lo que puede por ellos. De lo que no cabe duda es de que ellos sí nos ayudan a diario, porque su fidelidad en medio de las dificultades es un rodrigón para nuestra fe enclenque.

Es sólo una de las muchas cartas que recibe la JMJ a diario, contando historias de jóvenes que desean participar en esta fiesta de fe y de reconciliación que es la JMJ. Les da igual dónde sentarse, lo importante es estar con todos, rezar con todos, cantar con todos.

Por contraste, no son escasas otro tipo de solicitudes. Muchas veces basta que los parientes, amigos y colegas sepan que uno trabaja en la JMJ para que surja como un resorte automático la petición: «¿Me darás una entrada de primera fila, verdad?» Por no hablar de la nube infinita de caraduras que, sin haber puesto el hombro, usarán mil triquiñuelas para hacerse un hueco delante.

En un mundo perfecto, los seminaristas chinos, los jóvenes cubanos y tantos otros estarían en primera fila, y los caraduras, un poquito más lejos. Pero hay que ser realistas y resignarse a que probablemente sea al revés. El verdadero consuelo es que donde se disfruta de veras es siempre en el asiento de atrás del autobús.

Yago de la Cierva es Director de Comunicación de la JMJ