No es una vocación más - Alfa y Omega

No es una vocación más

Alfa y Omega

¡Yo soy de Denver! ¡Y yo, de París! ¡Yo, de Roma; …, de Toronto; …, de Colonia…!: así se presentan hoy, identificándose precisamente con la JMJ en que escucharon la llamada de Cristo, una gran mayoría de jóvenes religiosas, cuando uno se acerca a cualquier monasterio que ha visto crecer sus vocaciones, precisamente a raíz de esa espléndida iniciativa de Juan Pablo II que son las Jornadas Mundiales de la Juventud. En especial, desde aquella de 1989 en Santiago de Compostela. A los cientos de miles de jóvenes convocados en el Monte del Gozo, el ya próximo Beato Juan Pablo II les decía: «En la dimensión de don se presenta la perspectiva madura de una vocación humana y cristiana. Esto es importante sobre todo para la vocación religiosa, en la que un hombre o una mujer, mediante la profesión de los consejos evangélicos, hace suyo el programa que Cristo mismo realizó sobre la tierra para el reino de Dios. Ellos se comprometen a dar un testimonio particular del amor de Dios por encima de todo, y recuerdan a cada uno la llamada común a la unión con Dios en la eternidad». Y les añadía: «El mundo actual necesita como nunca estos testimonios, porque muy a menudo está tan ocupado en las cosas de la tierra, que olvida las del cielo». Hoy, ciertamente, no es menor esta urgente necesidad de testigos del don de Dios.

Desde aquella inolvidable JMJ, no ha dejado de multiplicarse, en cada una de las que han venido después, la respuesta a la llamada del Papa. Pero la experiencia no era nueva. En la misma Vigilia de 1989 en el Monte del Gozo, Juan Pablo II ya evocaba las respuestas de su llamada a los jóvenes durante su primer Viaje a España:

«Quiero recordar aquí, de modo particular, a las 400 jóvenes religiosas de vida contemplativa de España, que me han manifestado sus deseos de estar presentes en este encuentro. Sé ciertamente que están muy unidas a todos nosotros a través de la oración en el silencio del claustro. Hace siete años, muchas de ellas asistieron al encuentro que tuve con los jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu, de Madrid. Después, respondiendo generosamente a la llamada de Cristo, le han seguido de por vida. Ahora se dedican a rezar por la Iglesia; pero, sobre todo, por vosotros, jóvenes, para que sepáis responder también con generosidad a la llamada de Jesús». Y Juan Pablo II les habló, precisamente, del ya joven santo religioso, canonizado por su sucesor, que será uno de los Patronos de la JMJ de Madrid 2011: «Con profundo gozo me es grato presentaros también, como modelo de seguimiento a Cristo, la encomiable figura del Siervo de Dios Rafael Arnáiz Barón, oblato trapense fallecido a los 27 años de edad en la abadía de San Isidro de Dueñas (Palencia). De él se ha dicho justamente que vivió y murió con un corazón alegre y con mucho amor a Dios. Fue un joven, como muchos de vosotros, que acogió la llamada de Cristo y le siguió con decisión».

La religiosa no es una vocación más en la vida de la Iglesia: es luz indispensable para que la Iglesia en su totalidad no se pierda en el camino. ¿No es acaso el cielo eterno su destino, que es justamente lo que ponen los consagrados ante los ojos de todos, de tal modo que la Iglesia entera cumpla su vocación de ser en verdad, en expresión acuñada por el Concilio Vaticano II, Luz de las gentes? Antes del encuentro con los jóvenes en el estadio Bernabéu, durante aquel intenso primer Viaje apostólico de Juan Pablo II a España, de 1982, el Papa ya se había encontrado con las religiosas de clausura en el monasterio de la Encarnación, de Ávila, y allí no dudó en lanzar el reto:

«Quiero hacer una llamada a las comunidades cristianas y a sus pastores, recordándoles el lugar insustituible que ocupa la vida contemplativa en la Iglesia. Todos hemos de valorar y estimar profundamente la entrega de las almas contemplativas a la oración, a la alabanza y al sacrificio. Son muy necesarias en la Iglesia. Son profetas y maestras vivientes para todos; son la avanzadilla de la Iglesia hacia el Reino. Su actitud ante las realidades de este mundo, que ellas contemplan según la sabiduría del Espíritu, nos ilumina acerca de los bienes definitivos y nos hace palpar la gratuidad del amor salvador de Dios. Exhorto, pues, a todos a tratar de suscitar vocaciones entre los jóvenes para la vida monástica; en la seguridad de que estas vocaciones enriquecerán toda la vida de la Iglesia». Y, por ende, al mundo entero. De nada tiene tanta necesidad nuestro mundo, en efecto, que de esta luz insustituible, que del gozoso testimonio de este don.