Esperanza para el mundo - Alfa y Omega

Esperanza para el mundo

La JMJ-Madrid 2011: un empeño misionero para la evangelización de los jóvenes del siglo XXI: así titula su intervención el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, en el II Encuentro Preparatorio JMJ-Madrid 2011, celebrado en el Real Colegio Universitario El Escorial-María Cristina, el pasado 13 de enero. Dijo, entre otras cosas:

Antonio María Rouco Varela
Juan Pablo II llega al Monte del Gozo, para presidir la IV JMJ, de 1989, en Santiago de Compostela.

Comprender y hacer nuestra -de toda la Iglesia- la JMJ Madrid 2011, como un empeño misionero para la evangelización de los jóvenes del siglo XXI, presupone, primero, un conocimiento cordial de los jóvenes de esta primera década de nuestro siglo; y, segundo, una concepción teológica y pastoral del significado de lo que debe ser su evangelización, como la propone luminosamente el Santo Padre Benedicto XVI en su Mensaje del 6 de agosto del pasado año, fiesta de la Transfiguración del Señor. O, dicho con otras palabras, se requiere tener un conocimiento previo de la juventud del siglo que acaba de despegar en la historia de la Iglesia y del mundo lo más cercano y lo más realista posible. ¿Nos encontramos ante el inicio de una nueva época histórica? Muchos son los signos que apuntan a ello. Luego, se requiere una clara e inequívoca sintonía teológica -de mente y de corazón- con el magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI acerca de la nueva evangelización.

Los jóvenes católicos de nuestro tiempo -del año 2011- son herederos cultural y espiritualmente de una generación, la de sus padres, protagonista de la primera respuesta a la llamada de Juan Pablo II, convocándolos a un encuentro con el sucesor de Pedro en una Jornada de común y compartida profesión de la fe en Jesucristo. Se trataba de presentar y de vivir la Iglesia no sólo en sí misma como una realidad de comunión, sino también en su relación con la sociedad y la Humanidad: ¡como el fermento de su unidad, de su solidaridad y de su paz! De hecho, las sucesivas ediciones de la JMJ celebradas en las distintas ciudades de Europa, Asia, América y Oceanía, en las que han tenido lugar, han confirmado en el fondo y en la forma esa fuerza irradiadora del Evangelio experimentado y testimoniado por los jóvenes.

La generación de los jóvenes de los años 80 y 90 del pasado siglo XX estaba de vuelta, en una gran medida, de los sueños y proyectos revolucionarios de sus padres y hermanos mayores, los jóvenes del 68. ¿En qué había quedado la rebelión no siempre pacífica -¡no faltaron las barricadas!- de los universitarios de París y de prácticamente de todas las universidades de Europa en aquel mayo crucial en la historia contemporánea del mundo? Y no sólo crucial para el llamado mundo libre, sino también para el futuro del mundo soviético encerrado detrás de un impenetrable Telón de acero, y en Berlín por un Muro poco menos que infranqueable. Aquella revolución calificada de cultural por muchos observadores; de sexual por bastantes; y de nihilista por los que la han estudiado más tarde con la perspectiva ya serenada de las dos décadas transcurridas desde la caída del Muro hasta hoy, no dejó insensible a la juventud de lo que entonces se llamaba el tercer mundo: en Asia, América del Sur y en África. Sus elites quedaron ideológica, política y culturalmente muy dañadas.

Aquel mayo del 68…

En aquel mayo del 68, los jóvenes que proclamaban el prohibido prohibir, hacían guiños de complicidad y simpatía a los que lo prohibían todo, dejando solos en su lucha por la libertad religiosa, civil y política a los jóvenes de esos países férreamente tiranizados, que antes, durante y después del 68 se habían levantado heroicamente, ¡martirialmente!, contra la insoportable maquinaria política y cultural que los atenazaba. No se puede olvidar que aquel mayo parisino fue también el mayo de la Primavera de Praga. ¿Qué quedaba de aquella fascinación intelectual y sentimental del comunismo marxista en noviembre del 89, cuando caen el muro de Berlín y, simultáneamente, el Telón de acero? Muy poco. En las mentes juveniles, el ideal igualitario marxista fue pronto sustituido por un nuevo atractivo político, social y cultural ejercido desde siempre por el ideal de la libertad en el antiguo Occidente democrático y, ahora, en los nuevos Estados y sociedades del antiguo Este totalitario. En cualquier caso, una cosa quedaba clara: ni uno, ni otro ideal alcanzaba el corazón de las nuevas generaciones. Sus más íntimas e importantes aspiraciones y necesidades permanecían fuera de su radio de acción espiritual y moral. Había que buscar y encontrar otros caminos, los caminos del alma; caminos bien conocidos para la Europa cristiana de todos los tiempos. Sus raíces, aunque soterradas, seguían vivas en las conciencias de las personas, de las familias y de la propia sociedad. Se manifestaban sobre todo vivas, ¡muy vivas!, en la Iglesia. El surgir de nuevas realidades, comunidades eclesiales y asociaciones de todo tipo -apostólicas, misioneras, de familias consagradas, etc.- era un hecho incontestable veinte años después de la clausura del Concilio Vaticano II. La renovación conciliar daba sus frutos. No era, pues, extraño que se percibiese entre los jóvenes de la Iglesia como una nueva nostalgia de Dios y un anhelo escondido de encontrarse de nuevo con Jesucristo: ¡con su verdad y con su amor! El lema de la IV JMJ de 1989, en Santiago de Compostela, conectó muy bien con esas profundas aspiraciones de una nueva generación juvenil que quería abrir las puertas de su corazón a Jesucristo. ¡Él era su Señor, su Amigo, su Camino, su Verdad y su Vida! Urgía salir al encuentro de esa nueva juventud decepcionada por las experiencias personales y sociales sin Dios y sin Cristo.

Un momento de la conferencia del cardenal Antonio María Rouco, en El Escorial, el pasado 13 de enero.

Juan Pablo II capta pronto lo que está pasando en ese nuevo mundo juvenil ávido de respuestas auténticas para sus interrogantes más profundos. Su respuesta es salir a la búsqueda audaz de esos jóvenes en su acostumbrado lugar y marco de vida. El Papa va a su encuentro con un vigoroso anuncio de Jesucristo vivo que está a sus puertas y les llama. ¡No hay que tenerles miedo! Al contrario, hay que acercarse a ellos delicadamente: a sus formas de estudio, trabajo y profesión, a sus vacilaciones y caídas en la experiencia del amor humano, a los estilos y modos de configurar sus tiempos libres, a sus nuevos ritmos y ¿melodías? musicales, ruidosos y ensordecedores…, hay que conocerlos y entender su situación: ¡sus soledades más íntimas en medio de los eventos masivos que les aturden! El Papa pone en marcha las Jornadas Mundiales de la Juventud. Los frutos no se hacen esperar. Son de algún modo espectaculares. Benedicto XVI los concreta lúcida y bellamente en su Mensaje para la JMJ-Madrid 2011. La cosecha vocacional es patente.

¿Qué pasa hoy?

¿Y nuestros jóvenes de hoy? ¿Qué pasa con los jóvenes de esta primera década del siglo XXI? ¿Ofrecen un perfil humano, cultural, moral y espiritual muy distinto del de los jóvenes de la generación inmediatamente anterior? ¿Los problemas que les inquietan y aquejan son notoriamente otros? Antes de adelantar una contestación a la pregunta, conviene tener en cuenta un factor histórico nuevo en gran medida, y que ha entrado en su escenario vital con una eficiencia psicológica y sociológica de desconocidas proporciones. Nos referimos a la intercomunicación globalizada, proporcionada por las nuevas técnicas digitales. Un sistema de comunicación dotado de una virtualidad informativa, formativa y recreativa ¡formidable! con sus peligros y sus oportunidades condicionan cada vez más intensamente la totalidad de su existencia. La Red se puede convertir -y de hecho así está sucediendo- en un instrumento poderosísimo de propagación de fórmulas de vida inspiradas en el relativismo de que todo vale si se triunfa económica y socialmente; propiciando a la vez un estilo virtual de vida, vacío -paradójicamente- de encuentro y relación verdaderamente personal. El relativismo en la concepción del mundo y del hombre halla de este modo entrada fácil en la vida del joven, inmerso en una intercomunicación superficial y externa, y abrumado y confuso por lo contradictorio y perturbador de sus mensajes. Naturalmente, la gran cuestión y pregunta sobre Dios y sobre Jesucristo no se libera de la sospecha sistemática. Las dudas sobre el sentido trascendente de la vida, insidiosamente propaladas y difundidas por las redes sociales, se instalan en las mentes juveniles pertinazmente. La coyuntura histórica dominada por una crisis económica, socio-política, cultural y ética, con pocos precedentes, les afecta de lleno a ellos y a sus proyectos de vida, y contribuye poderosamente a agravar su incertidumbre.

El centro de gravedad del empeño misionero de la JMJ-Madrid 2011: ¡Jesucristo! La Iglesia nació para ello: para anunciarlo. Se trata de la única oferta de salvación válida para cada hombre, para la sociedad y la familia humana: ¡para el mundo en su totalidad! Y, sin embargo, y contra toda apariencia, la obviedad no es tal. Dos mil años después del primer Pentecostés, al comienzo de su tercer milenio, la situación con la que se enfrenta es la de una Humanidad marcada por una implícita apostasía de muchas de las antiguas naciones cristianas y por la persistencia de la ignorancia del mensaje cristiano o, en cualquier caso, de un conocimiento insuficiente del mismo en zonas enteras del mundo. Una situación extraordinariamente grave que padecen las jóvenes generaciones en primer lugar. Sí, son muchos los jóvenes del mundo contemporáneo que no conocen a Jesucristo. Son muchos -¡todos!- los que lo necesitan, tanto o más urgentemente que los de la primera hora de la historia cristiana.

La memoria viva del Kerigma y su confesión en la fe de los jóvenes debería empapar toda la vivencia del gran acontecimiento eclesial que será la JMJ 2011 en Madrid. Se abrirá de este modo la vía interior para que sus participantes puedan escuchar y sentir la llamada del Señor que les señala la dirección de sus vidas: ¡su vocación! La palabra del Santo Padre será decisiva para conseguir el objetivo de que la palabra de Jesucristo llegue nítida, iluminadora y seductora al alma de cada uno de los jóvenes que acudan a la capital de España, secundando la invitación del Papa.

En segundo lugar, la Jornada ha de ser concebida y realizada, además, como una gran celebración de la presencia sacramental de Cristo en su Iglesia; especialmente visible y palpable en el sacramento de la Penitencia y, de modo eminente, en el sacramento de la Eucaristía. A la JMJ de Madrid le toca la responsabilidad de afinar y de cuidar litúrgica y espiritualmente el ambiente de oración y de adoración de modo que imbuya todo el discurrir de la JMJ en su conjunto. Hay que lograr que los jóvenes sean agentes activos de una vivencia compartida del amor del Corazón de Cristo y de su gloria en dimensiones universales. Entonces sí que la JMJ-Madrid 2011 discurrirá como una gran fiesta. ¿Es que puede haber fiesta, celebrarse fiestas, sin fe en la Resurrección?

Finalmente, la JMJ Madrid 2011 ha de continuar la trayectoria emprendida a lo largo de la historia de las Jornadas de presentarse como una gran señal de que Jesucristo resucitado está vivo y es el Señor de la Historia: el único capaz de salvar al hombre de sus miserias e impotencias más radicales. Aquí reside, en último término, nuestro gran reto pastoral: convertir a la JMJ Madrid 2011 en un testimonio gozoso y alegre de la juventud católica, convocada y reunida por el Papa. Estamos convencidos de que los jóvenes de la JMJ 2011 en Madrid, con su estilo cristiano de saber estar, de convivir y de compartir, demostrarán a la opinión pública a escala mundial que la civilización del amor no es una utopía, de que puede hablarse con razón y fundamento comprobables de que una nueva Humanidad es posible, de que la esperanza no es una palabra vana al mirar al futuro de las nuevas generaciones. Se puede estar seguro: ¡con la JMJ Madrid 2011 alumbrará la esperanza para los jóvenes del mundo!