Una Iglesia con la infancia - Alfa y Omega

Una Iglesia con la infancia

A través de numerosos centros y proyectos, garantiza los derechos y el bienestar de los niños, especialmente los más vulnerables

Fran Otero
Una de las escuelas prelaborales de la Fundación Don Bosco
Una de las escuelas prelaborales de la Fundación Don Bosco. Foto: Fundación Don Bosco.

Para encontrar la preocupación de la Iglesia por los niños basta acercarse al Evangelio y escuchar a Jesús. Dice, por ejemplo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». Incluso los pone como ejemplo para entrar en el Reino de los cielos y otorga una dignidad, que en aquella época les era negada, al decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí». Estas palabras se ponen hoy de manifiesto en las numerosas iniciativas eclesiales que en nuestro país velan por los menores —niños y adolescentes—, por su formación y su desarrollo integral, y especialmente, por los más vulnerables.

Según la última Memoria de Actividades de la Conferencia Episcopal Española, la Iglesia atiende directamente en España a 64.490 menores en 421 centros de tutela de la infancia y adolescencia. Lo hace a través de hogares de acogida o residencias; proyectos de apoyo educativo y refuerzo escolar; centros de formación para jóvenes, inserción laboral y capacitación; proyectos de reincorporación familiar, y actividades de ocio, tiempo libre y deporte, entre otros.

Rescatados del abandono escolar

Uno de los objetivos de la Fundación Don Bosco, una obra social de los salesianos presente en Andalucía, Extremadura y Canarias, es revertir el abandono escolar temprano de adolescentes y jóvenes, chicos y chicas en situación vulnerable y con diversas problemáticas. Lo hacen a través de dos programas: la Escuela Prelaboral, que atiende a jóvenes a partir de 16 años, y un Aula de Inclusión y Desarrollo, dirigida a chicos en edad de escolarización obligatoria.

«La Escuela Prelaboral es lo más parecido a lo que hacía Don Bosco, que recogía a chicos de la calle o de las prisiones y, además de un ambiente de confianza, les ofrecía el aprendizaje de un oficio, de modo que pudieran convertirse en ciudadanos productivos y satisfechos. Es lo que buscamos nosotros», explica Rafael Segura, educador social y técnico del Área de Diseño y Desarrollo de Proyectos de la fundación.

Pero lo que ofrece la Escuela Prelaboral no se queda en competencias técnicas —peluquería, electricidad, informática…—, sino que alcanza las socioemocionales. No hay que olvidar que las personas que llegan a estos recursos llevan una mochila cargada de sufrimiento porque vienen de procesos migratorios, de centros de protección, viven en barrios marginales y en condiciones de pobreza, y han sufrido violencia. «Su particularidad es la desestructuración: social, familiar, escolar… Queremos que vivan otras experiencias basadas en el amor», añade Segura.

Taller en Cáritas Ávila. Foto: Cáritas Ávila

El Aula de Inclusión es otra experiencia que atiende a chicos que, o bien han abandonado los estudios, o faltan mucho a clase. Acogen a alumnos cuyos centros ya no saben qué hacer con ellos. Este modelo solo está presente en el colegio San Francisco de Sales de Córdoba. En él aterrizan los «los chicos más dañados por el rechazo y el fracaso, chicos que están en proceso de guerra, que no se sienten comprendidos». Una situación que se revierte: allí son escuchados, aprenden a gestionar sus emociones y adquieren cualidades resilientes.

El modelo da resultado pues, según explica Rafael Segura, niños que llegaron con daños brutales, que llevaban desde los 12 años sin pisar un aula, ahora no solo tienen el graduado, sino que se están planteando ir a la universidad. «Ves cómo pasan de no ir a clase a estar aquí a las 7:30 horas y abrir la fundación», apunta.

Julián [nombre ficticio] es uno de esos chicos. Llegó con 14 años al proyecto con un trastorno con déficit de atención que no atendían en su anterior centro, y con una situación de violencia de género en casa; su padre les pegaba a él y a su madre. Entró a formar parte del aula y, tras una crisis fuerte –se vio con su padre y revivió la violencia sufrida–, acabó en un centro de menores. Pero al salir, regresó.

—¿Volvió?

—Fue lo primero que hizo. Nos dijo que quería recuperar lo que tenía y ahora sigue en un itinerario formativo y se está planteando obtener el graduado.

Refuerzo educativo y atención integral

El trabajo de Cáritas con la infancia y la juventud es vital para muchas familias. A través de su red capilar atiende a miles de niños con programas de apoyo y seguimiento escolar, de tiempo libre… Es lo que hacen en Cáritas Diocesana de Ávila: ofrecen refuerzo educativo y ocio a niños desde 2º de Primaria hasta los 16 años, y un acompañamiento en la edad adulta a los jóvenes, a los que se engancha a través del voluntariado.

Si hay algo que define este programa en Ávila, según explica el coordinador de Infancia, Juventud y Familia, Quintín García, es la participación. Allí no hay beneficiarios, sino participantes, que son los niños y sus familias. «Todas las personas son agentes directos. Los niños son los que ponen las normas del local y deciden a qué quieren jugar. También los escuchamos cuando pensamos las actividades del curso. Así, el programa nace de las necesidades y peticiones de todos, y todos somos responsables», añade. De hecho, han constituido una comisión de participación, donde están representados los niños por edades, y es donde se decide todo lo que se va a hacer . Además, funciona como órgano de transparencia pues informa, por ejemplo, de las subvenciones que se reciben.

Una implicación que se extiende a los padres, con los que se programan distintos encuentros sobre temas que a ellos les interesan. «El trabajo con la infancia tiene que ser un trabajo con la familia», añade.

Toda esta labor es la que ha permitido a Cáritas, por ejemplo, responder a las necesidades de estas familias y niños en medio de la pandemia. «Nos han llamado colegios porque no conseguían hablar con los alumnos y no sabían si tenían ordenadores. Y hemos sido nosotros los que hemos hecho el apoyo escolar», explica. Incluso han prestado equipos informáticos a algunas familias para que pudieran continuar con el curso.

Jóvenes acogidos por la Fundación Amigó. Foto: Fundación Amigó

La realidad es similar en el programa Talleres Infantiles de Cáritas Toledo, que atiende a 109 niños. Niños en situación de exclusión social por infravivienda, porque están desatendidos o viven situaciones de violencia.

Llegan derivados de los colegios cercanos —están en contacto con los orientadores— y les ofrecen todas las tardes, además de la merienda, un tiempo de tareas y refuerzo escolar y otro para actividades de valores y evangelización. Los niños que permanecen durante todo el curso consiguen muy buenos resultados, explica Alicia Medina, coordinadora del Área de Familia de Cáritas Diocesana de Toledo.

Pero el impacto de los Talleres Infantiles va más allá de las actividades concretas, pues a través del contacto con las familias se detectan otras problemáticas. Medina cuenta un caso reciente, durante el confinamiento: «A través de las videollamadas, detectamos una situación de violencia del padre hacia la madre y el hijo. Conseguimos que el padre ya no esté con ellos. Luego nos dimos cuenta de que en la casa había una plaga de cucarachas. Este programa es también una manera de detectar situaciones muy complicadas».

Un hogar para los más vulnerables

La Fundación Amigó gestiona solo en la Comunidad Valenciana diez centros residenciales de protección —hogares y residencias— en los que atiende a 144 menores. Uno de los centros recibe a menores de entre 0 y 6 años, mientras que el resto lo hace con los que tienen edades comprendidas entre los 7 y los 17 años.

Se trata de niños en situación de desamparo, bien porque los padres no se pueden hacer cargo, bien porque existe maltrato físico o psicológico, negligencia o abandono, explica Marcelo Viera, coordinador pedagógico del Programa de Protección a la Infancia y la Adolescencia de la Fundación Amigó en la Comunidad Valenciana.

Con los niños de hasta 6 años trabajan fundamentalmente la estimulación temprana con juegos sensoriales orientados al desarrollo cognitivo, así como el apego emocional seguro. Del mismo modo, se busca, una vez cumplen 3 años, que puedan entrar en un centro educativo ordinario y así estén en un ambiente lo más normalizado posible, y se trabaja también en la posibilidad del retorno familiar o de una familia de acogida.

Con los mayores, de hasta 17 años, también se hace una intervención individualizada, que se complementa con talleres grupales. «Trabajamos desde la pedagogía amigoniana. Nuestro enfoque es muy cercano al niño, optimista, con objetivos muy marcados y con un educador de referencia que, además de trabajar con él, habla con la familia y con los agentes educativos con los que el niño tenga contacto», añade Viera.

Dentro de esta etapa, la adolescencia suele ser un momento crítico, pues, a los problemas que arrastran se añaden factores de riesgo como el consumo de sustancias tóxicas, las adicciones o la violencia filoparental.

Pero, a pesar de todo, hay casos que llegan a buen puerto. Como el de un menor no acompañado, ya adulto, que pasó por uno de sus recursos residenciales y que hoy se encarga del mantenimiento de los centros de la fundación. Una persona que, además, se ha convertido en modelo de referencia.