Un Papa con delantal - Alfa y Omega

No deja de sorprenderme que un anciano de 83 años emplee sus energías en un viaje agotador a España, en 48 horas llenas de ceremonias interminables, que otros podrían llevar a cabo en su lugar. No sé si podría seguirle el trote. ¿Por qué lo hace? He concluido que pretende sembrar desde abajo.

Me explico: si el Papa en persona, viejo y gastado, se pone la capa de peregrino, ¿qué excusa tenemos para no hacerlo nosotros? Benedicto XVI educa con el ejemplo, como un padre sabio. No se salta el protocolo, no llena el espacio con los gestos grandiosos de un Juan Pablo II, es persona recogida, modesta, contenida. Los periodistas tienen problemas para relatar anécdotas excepcionales, o subrayar gestos emocionantes en sus Viajes y, sin embargo, Visita tras Visita, se repite el mismo fenómeno: la prensa lo destroza antes de llegar, la gente lo acoge con cariño emocionante y, finalmente, la opinión se rinde ante su elemental grandeza. El mensaje final es claro: si él puede, nosotros podemos.

Con naturalidad y energía, se ató el gremial –el delantal litúrgico– y derramó aceite sobre el altar mayor de la Sagrada Familia de Barcelona para consagrarlo, de la misma manera que cualquier ama de casa amasa, retuerce, bate y prepara. Creo que estaba conmovido y concentrado. Gaudí trabajó 43 años en la Sagrada Familia y, en los últimos años, vivía en un local del templo. Dormía en una sencilla yacija y, la verdad, vestía como un mendigo porque lo devoraba la pasión por lo que hacía. El templo expiatorio nació y creció de los donativos y presentaba enormes dificultades económicas. Cuando los amigos y colaboradores del arquitecto se desesperaban, éste se encomendaba sencillamente a su patrón: San José lo terminará, decía. Al final, un Papa ha inaugurado la obra… y resulta que ese Papa se llama José… Joseph.

Benedicto XVI ha relatado su conmoción por la coincidencia e, insisto, creo que era consciente de cumplir una misteriosa pero sencilla misión. Dejo para otros las rotundas consideraciones que ha hecho Su Santidad de la Historia de España y de Europa, de la familia, del valor de la vida. Yo me quedo con su frase en Barcelona: «La belleza es la gran necesidad del hombre».

Ante los gigantescos troncos de piedra elegidos como columnas por Gaudí, o ante las pinturas del Pórtico de la Gloria de Compostela, la frase no necesitaba explicaciones. Como no las necesita cuando una madre ve a su hijo.

El Papa es culto e inteligente, ha hablado de los mártires de los años 30 y de los aspectos positivos de la Ilustración y su búsqueda de la razón, pero me quedo con el hombre sensible y bueno, fascinado por la hermosura, fregando el altar. Hombres y mujeres así reconstruyeron Europa tras la caída de Roma. Hombres y mujeres así son el futuro y la esperanza.