Esperanza, tras un año difícil - Alfa y Omega

Esperanza, tras un año difícil

En la homilía que nuestro cardenal arzobispo pronunció, en la solemnidad de Santa María la Real de la Almudena, dijo:

Antonio María Rouco Varela
Un momento de la Vigilia de la Almudena, en la catedral madrileña.

Celebramos de nuevo la solemnidad de nuestra Patrona, Nuestra Señora de La Almudena, en este año 2010, con los mismos sentimientos de devoción, veneración y amor a la Virgen que, desde tiempo inmemorial —por lo menos, desde el 9 de noviembre del año 1085, el primer siglo del segundo milenio de nuestra historia—, le viene profesando con un creciente fervor Madrid, esta entrañable ciudad: su Ciudad, ¡Ciudad de la Virgen y Ciudad de España! Sabemos de su protección maternal y abrigamos la certeza de que en este año difícil —¡muy difícil!—, el año 2010, nos ayudará.

La crisis económica ha golpeado dolorosamente en la existencia diaria de muchos madrileños. ¡Cuántos han perdido su puesto de trabajo! ¡Qué empinado es el camino para los jóvenes que buscan su primer empleo! Y ¡cuántas son las familias en las que las rupturas matrimoniales y el cerrarse al don del amor y de la vida les han infligido una profunda herida que las parte y desgarra en lo más íntimo de sí mismas, y de las que son víctimas principales los niños y los ancianos! Un año difícil, pero no sin posibilidades y perspectivas para los que miren el futuro, lejano y próximo, con los ojos de la fe y con el alma abierta a la esperanza cristiana. Sí, ¡hay crisis!, pero también hay y abundan corazones que en este Madrid nuestro del año 2010 muestran y demuestran, con el testimonio irrefutable de lo que viven y de lo que aman, cómo el amor de Dios brota y fluye con desbordante generosidad en el servicio heroico a los pobres y más necesitados y en la fidelidad de tantos matrimonios y familias cristianas a su genuina vocación —humana y divina a la vez— de ser hogar donde fructifica la vida.

El Papa expresaba esta verdad de la relación esencial y constitutiva que existe entre el amor humano y la apertura al don de la vida, con admirable concisión y belleza, en su homilía de la dedicación del templo de la Sagrada Familia en Barcelona: «El amor generoso e indisoluble de un hombre y de una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad». Por eso, pedía que «el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar ». Por eso, se despedía el Papa de los niños y jóvenes discapacitados «dando gracias a Dios por vuestras vidas, tan preciosas a sus ojos». Antes había oído las palabras de la adolescente mongólica diciéndole que le querían y que querían ser queridos.

Sí, precisamente las palabras de nuestro Santo Padre y su magisterio en Santiago de Compostela y en Barcelona, en los dos intensos y gozosos días de su Visita apostólica a España, nos han llenado de luz la mirada de nuestra fe y de nuestra razón.

Salidas para la crisis

¡Claro que hay salidas para las crisis de nuestro tiempo! Si el hombre se hace peregrino de la verdad en lo más íntimo de su ser, la busca sinceramente y la abraza con todas sus consecuencias, las más duraderas, aunque quizá no las más espectaculares, no se harán esperar. Si reconocemos que las causas más profundas de la crítica situación que padecemos y sufrimos en la actualidad son de naturaleza moral, espiritual y religiosa, nos encontraremos y moveremos en la buena e imprescindible dirección. «Es una tragedia —nos decía el Papa en su homilía de la Plaza del Obradoiro— que en Europa se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. En esta Europa, de la que hablaba el Papa, es obvio, y exigencia de la sinceridad que debemos incluir a España; y aunque parezca paradójico, e incluso mentira, tener que decirlo, una España que es la de santa Teresa de Jesús, la santa española y universal del Sólo Dios basta.

Sí, saldremos de la crisis, si hacemos un nuevo camino de conversión a Dios: ¡a su ley y a su gracia! Por ése y para ese objetivo específicamente eclesial y pastoral como ningún otro, el Papa ha convocado a los jóvenes de la Iglesia en todo el mundo para la cita de la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en nuestro querido y viejo Madrid, como cantamos en el Himno de La Almudena; pero siempre preparado y dispuesto a rejuvenecerse con la fuerza sobrenatural y la alegría de la esperanza cristiana, firme en la fe de su tradición cristiana, tan viva y vigorosa en sus jóvenes del año 2010, como se pudo vivir y sentir en nuestra catedral, en la hermosísima vigilia de oración y contemplación al lado de la Virgen. En su despedida en el aeropuerto del Prat de Barcelona, el adiós del Papa a España se olvidaba de la nostalgia y se transformaba en un alegre y alentador: «¡Hasta la vista en Madrid!».