El Papa encomienda la JMJ de Río a la Virgen de Aparecida - Alfa y Omega

El Papa encomienda la JMJ de Río a la Virgen de Aparecida

A sólo unos días del inicio de la Jornada Mundial de la Juventud, de Río de Janeiro, el Papa Francisco ha puesto el encuentro en manos de la patrona de Brasil, Nuestra Señora de Aparecida. Lo hizo tras el rezo del Ángelus del pasado domingo, ante centenares de fieles congregados en la residencia veraniega del Pontífice, en Castel Gandolfo: «A esta altura, ya está cerca la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Yo partiré dentro de ocho días, pero muchos jóvenes partirán para Brasil incluso antes. Oremos entonces por esta gran peregrinación que comienza, para que Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, guíe los pasos de los participantes, y abra sus corazones para acoger la misión que Cristo les dará», dijo el Santo Padre

Redacción

El Papa visitó el domingo la residencia pontificia de Castel Gandolfo, donde ya acudió a los pocos días de su elección para visitar a su predecesor, que esperaba entonces allí a que concluyeran las obras de restauración del monasterio Mater Ecclesiae. A diferencia de sus predecesores, Francisco no pasará este verano en Castel Gandolfo, pero sí visitará este lugar, al menos, en una nueva ocasión, el 15 de agosto.

El motivo principal del viaje relámpago era rezar el Ángelus con los habitantes de la villa pontificia. Después, el Santo Padre Francisco almorzó con la comunidad religiosa de los jesuitas de la Specola Vaticana, nombre del Observatorio astronómico, para luego regresar a primera hora de la tarde al Vaticano.

La intervención de Francisco giró entorno a la parábola del buen samaritano. El Papa explicó que quien se hace cargo de los que sufren siguen «ponen en práctica la voluntad de Dios, que quiere misericordia y no sacrificios». Asimismo, recordó el ejemplo de san Camilo de Lelis, fundador de los Ministros de los Enfermos, en su cuarto centenario, y encomendó «a la misericordia de Dios» a las víctimas de las masacres de Volhynia, en Ucrania, de las que se cumplen 70 años: «Tales actos, provocados por la ideología nacionalista, en el trágico contexto de la II Guerra Mundial, han causado decenas de miles de víctimas y han herido la hermandad de dos Pueblos, el polaco y ucraniano. Encomiendo a la misericordia de Dios las almas de los fallecidos y, para sus pueblos, pido la gracia de una reconciliación profunda y de un futuro sereno, en la esperanza y sincera colaboración para la edificación común del Reino de Dios», concluyó.

Texto íntegro de la intervención del Papa, tras el rezo del ángelus:

Hoy, nuestra cita dominical del Ángelus lo vivimos aquí en Castel Gandolfo. Saludo a los habitantes de esta bella ciudad! Quiero agradecerles sobre todo por sus oraciones y lo mismo lo hago con todos ustedes peregrinos que vinieron aquí numerosos.

El Evangelio de hoy -estamos en el capítulo 10 de Lucas- es la famosa parábola del buen samaritano. ¿Quién era este hombre? Era uno cualquiera, que descendía de Jerusalén hacia Jericó por el camino que cruzaba el desierto de Judea. Hacía poco, por ese camino, un hombre había sido asaltado por los delincuentes, robado, pegado y abandonado casi muerto. Antes del samaritano pasan un sacerdote y un levita, es decir, dos personas responsables del culto en el Templo del Señor. Ven aquel pobrecito, pero pasan más allá sin detenerse. En cambio, el samaritano, cuando vio aquel hombre, «tuvo compasión» (Lc 10, 33). Se acercó, le vendó las heridas, cubriéndolas con aceite y vino; luego lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y pagó por él. Es definitiva, se hizo cargo de él: es el ejemplo del amor por el prójimo. Pero ¿Porqué Jesús elije un samaritano como protagonista de esta parábola? Porque los samaritanos eran despreciados por los Judíos, a causa de diversas tradiciones religiosas; y sin embargo Jesús hace ver que el corazón de aquel samaritano es bueno y generoso y que – a diferencia del sacerdote y del levita- él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere misericordia y no sacrificios (cfr. Mc 12, 33).

Un hombre que ha vivido plenamente este evangelio del buen samaritano es el Santo que hoy recordamos: san Camilo de Lelis, fundador de los Hermanos de los Ministros de los Enfermos, patrón de los enfermos y de los agente sanitarios. San Camilo muere el 14 de julio de 1614: justamente hoy se abre su cuarto centenario, que terminará dentro de un año. Saludo con gran afecto a todos los hijos e hijas espirituales de san Camilo, que viven con su carisma de caridad en contacto cotidiano con los enfermos. ¡Sean como él buenos samaritanos! Y también a los médicos, a los enfermeros y a aquellos que trabajan en los hospitales y en las casas de cura, les deseo de estar movidos por el mismo espíritu. Confiamos esta intención a la intercesión de María Santísima.

Y quisiera confiar otra intención a la Virgen. A esta altura, ya está cerca la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Yo partiré dentro de ocho días, pero muchos jóvenes partirán para Brasil incluso antes. Oremos entonces por esta gran peregrinación que comienza, para que Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, guíe los pasos de los participantes, y abra sus corazones para acoger la misión que Cristo les dará.

Y después del rezo a la Madre de Dios y del responso por los difuntos, el papa Francisco saludó a los participantes en la conmemoración de la tragedia que ensangrentó, en 1943, Polonia y Ucrania:

Queridos hermanos y hermanas:

Me uno en la oración a los Prelados y a los fieles de la Iglesia en Ucrania, reunidos en la Catedral de Lutsk, para la Santa Misa de sufragio, con motivo del 70 aniversario de las masacres de Volhynia. Tales actos, provocados por la ideología nacionalista, en el trágico contexto de la II Guerra Mundial, han causado decenas de miles de víctimas y han herido la hermandad de dos Pueblos, el polaco y ucraniano. Encomiendo a la misericordia de Dios las almas de los fallecidos y, para sus pueblos, pido la gracia de una reconciliación profunda y de un futuro sereno, en la esperanza y sincera colaboración para la edificación común del Reino de Dios.